El vaso medio lleno

Carlos Loret de Mola

En la transición hemos visto a un López Obrador que recula, matiza o ajusta algunas de sus más controvertidas promesas de campaña

Enrique Peña Nieto podría ser calificado como un mandatario extremista. Lo más destacable de su sexenio ocurrió en los extremos: al mero principio y al mero final.

Se podrá o no estar a favor de las reformas estructurales, pero es innegable que sus antecesores intentaron hacerlas sin conseguirlo, e incluso su más acérrimo crítico —López Obrador, que no participó del Pacto por México que las engendró— dice que de 14 va a acabar con una y someter a revisión otra. El presidente y su equipo tuvieron la sagacidad política de descifrar a los dirigentes opositores y los sentaron a la mesa para consensar un cambio institucional muy relevante.

Luego vinieron los tropiezos en la implementación de esas reformas, los interminables escándalos de corrupción y la desgracia de Ayotzinapa. El sexenio cayó en un bache del que no pudo salir después. Y encima la violencia aumentó a niveles récord.

La recta final del mandato de Peña Nieto, sin embargo, le ha significado una dosis de miel que ha de estar disfrutando. En la elección no se metió con el puntero y éste le agradeció guardando todos los agravios, denuncias e insultos. El ánimo entre los presidentes saliente y entrante no podría ser mejor. Lo que pudo ser una pesadilla está siendo de ensueño. Encima, en su última ronda de apariciones públicas el Presidente se animó a pedir perdón. Es cierto que hubiera sido mejor pedir permiso, que justificó sus errores en vez de reconocerlos y que la disculpa se queda corta cuando no hay justicia, pero un asomo de autocrítica es tan inusual que destaca (el juicio popular se refleja en una aprobación inferior a 20%).

Listo para recibir la estafeta, Andrés Manuel López Obrador acapara todo. Si el Constitucional tuvo sus horas de reflector fue porque el electo fue cortés en no competirle por la atención mediática.

En la transición hemos visto a un López Obrador que recula, matiza o ajusta algunas de sus más controvertidas promesas de campaña. El candidato se adapta a la realidad de presidente. Y así, la amnistía a delincuentes planteada como un concepto general se ha acotado casi a un salvavidas para campesinos pobres que siembran plantas prohibidas, el aeropuerto no se cancela, la reforma energética no se frena de tajo, la educativa va a consultas, el Ejército se queda en las calles, el Cisen no desaparece, frente a Trump hay altura, etcétera. Si a esas señales se suman la promesa de mantener el equilibrio presupuestal y el respaldo a la renegociación del TLC estamos frente a un vaso más lleno que vacío. Y todo esto, sin que le cueste capital político con sus simpatizantes: AMLO es más popular que antes de ganar la elección. Es cierto que hasta ahora todo son declaraciones, que falta medir el ejercicio del poder con contrapesos escuálidos, que en la transición han nacido nuevas propuestas que preocupan, pero habrá que darles el beneficio de ver si superan el paso del tiempo.

El vaso también se puede ver medio lleno.

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