Ricardo Anaya, el “no que no”

Carlos Loret de Mola

El Frente PAN-PRD-MC sobrevivió a los múltiples certificados de defunción que se le expidieron y la contienda de 2018 tiene hoy un actor relevante que poco aparecía en el análisis. La disputa que se quería ver de dos, parece ser de tres. Las encuestas así lo marcan.

No es un frente ciudadano como se había vendido y no está planteada una contienda democrática para decidir las candidaturas como se había ofrecido.

Hay, sí, una singular convocatoria en la que el PAN llama a los aspirantes presidenciales a inscribirse en la contienda. Pero al destape de uno de los precandidatos, Ricardo Anaya, acuden los líderes nacionales de los dos partidos con los que se firmó la coalición y se produce una cargada de gobernadores panistas.

Anaya dejó a un incondicional en la dirigencia nacional del partido, tiene cómoda mayoría en los órganos de dirección del partido, ha definido el padrón de militantes del PAN (los que van a elegir al candidato), y controlará los recursos de campaña de los tres partidos y los spots.

Mero trámite: el panista Ricardo Anaya será el candidato presidencial de la coalición Por México al Frente y es previsible que Alejandra Barrales sea la candidata al gobierno de la Ciudad de México. Aplicó, como lo ha hecho siempre en su rapidísima carrera, una política de hechos consumados.

A la cargada del PRI y la autocracia de Morena, el Frente no tiene nada que reclamar: echó mano de ambas.

Como líder de los diputados panistas, Ricardo Anaya era conocido hace tres años como El Niño Maravilla, pero casi nadie lo veía como aspirante serio a estar en la boleta presidencial de 2018.

En poco más de dos años, desde que se convirtió en líder nacional del PAN, construyó su plataforma para ser el candidato. Paso a paso fue tomando el control de las estructuras de su partido, arrinconó a los grupos internos que no estaban con él, se montó a los spots de televisión y radio del blanquiazul, dejó en el camino sin miramientos a antiguos aliados y sumó a nuevos. Un pragmatismo diáfano.

Caminó como dirigente con buenas relaciones con el gobierno de Peña Nieto, logró extraordinarios resultados para su partido en las gubernaturas disputadas en 2016. Vio en la negociación de un frente opositor otra oportunidad de proyectarse y le apostó. Rompió con Peña Nieto, aguantó la ofensiva del calderonismo, también la del gobierno, logró zafarse del costo político de los pésimos resultados electorales de su partido en 2017, no se movió para evitar la ruptura de Margarita Zavala y arrinconó a Rafael Moreno Valle y a los otros aspirantes blanquiazules a la presidencial. Después, al de fuera, Miguel Ángel Mancera.

Hoy encabeza una coalición que puede ser competitiva. Los equipos de López Obrador y Meade tienen que volver a revisar sus números. Le apostaban a la muerte del Frente y no ocurrió.

Eso sí. Anaya tiene más enemigos, adentro y afuera, que hace tres meses. Lastimó a muchos. Dejó tantos heridos, tantos que se sintieron traicionados, que su imagen y su prestigio pagaron cuota. Aún hay señalamientos sobre sus finanzas personales. No la va a tener fácil. Pero ya está en la contienda para la grande.

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