En riesgo, 7 mil hectáreas de maíz tradicional en el Istmo

La especie zapalote chico, nativo del Istmo, se resiste a desaparecer ante sequías y abandono

Este año Clara Crispín sembró cuatro hectáreas de zapalote chico, pero la falta de lluvias ocasionó que perdiera toda su cosecha; además, los sismos destruyeron el pozo que tenía. Foto: Alberto López
Especiales 13/08/2018 18:20 Alberto López Juchitán de Zaragoza, Oaxaca Actualizada 18:24

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El dolor de Clara Crispín es grande. Parada sobre los surcos de terrones resecos, ve por todos lados en busca de una nube que presagie la lluvia... y  nada. A su alrededor sólo quedan pequeñas plantas de maíz que el viento arranca  junto con enredaderas de sandías, y calabazas  que ya no crecieron.

“Sembré cuatro hectáreas de un total de 20. Invertí hasta donde iba creciendo mi maíz, un promedio de 20 mil pesos en total por las cuatro hectáreas de maíz zapalote chico (Xhuba huini). No es la primera vez que me jode la falta de lluvias, voy a empezar otra vez  y espero cosechar”, dice esta mujer de 69 años.

En el municipio juchiteco, en este periodo de primavera-verano se siembra un promedio de 7 mil hectáreas del maíz que pertenece a la variedad conocida como zapalote chico. En este año, por el temporal errático, no hubo mucha siembra y la que se sembró se secó. Según especialistas, el zapalote chico es una planta endémica altamente nutritiva que las familias istmeñas transforman en tortillas, totopos, atole, tamales, elotes y comidas típicas caldosas.

Para el impulsor del cultivo del Xhuba huini, Tomás Chiñas Santiago, el zapalote está estrecha y ancestralmente vinculado con la cultura gastronómica de las familias zapotecas, a diferencia del maíz que Oaxaca importa de Chiapas y Jalisco. Oaxaca compra anualmente entre 150 mil a 180 mil toneladas de maíz para compensar el déficit, pero ese grano importado no sirve para hacer tortillas, totopos, atole o tamales, señala Chiñas Santiago.

Sin pozo para salvar la siembra

De pie sobre los sedientos surcos, Clara Crispín lamenta que el pozo que tenía en su parcela haya quedado destruido por el terremoto del año pasado. “Tenía una laguna cerca de donde sembraba hortalizas, pero se secó. Si tuviera un pozo en operación, podría darle uno o dos riegos de auxilio y salvar la cosecha, pero no hay dinero para perforar uno nuevo”, comenta.

En abril del año pasado, en la etapa más crítica de la prolongada  sequía de casi tres años que golpeó al Istmo, el director de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), Roberto Ramírez de la Parra, anunció una inversión de 105 millones de pesos para perforar y rehabilitar unos 300 pozos en parcelas de temporal y del distrito de riego 019, pero hasta ahora nadie sabe nada al respecto, denuncia Chiñas  Santiago.

Agrega que desde hace un año los campesinos productores de este maíz  acordaron con  autoridades estatales y federales una inversión de 10 millones de pesos para perforar pozos en los terrenos de temporal que se ubican dentro de tres módulos de riego; sin embargo, tampoco se observan avances, dice el impulsor del cultivo.

En la opinión de Clara Crispín, es necesario evitar que el maíz zapalote desaparezca, pues cada año se siembran menos hectáreas por  varias razones, entre ellas por el escaso margen de ganancias y la falta de lluvias en el ciclo primavera-verano. Clara explica, por ejemplo, que sembrar una hectárea de maíz cuesta 7 mil pesos y se obtiene una producción de tonelada y media que se vende en 10 mil pesos.

Por esa poca ganancia, desde el año pasado, algunos campesinos han cambiado el cultivo de este  maíz por el de ajonjolí, debido a que es más rentable. Sembrar una hectárea de ajonjolí cuesta 10 mil pesos y se obtiene una producción de una tonelada que se vende a 34 mil pesos.

Para los afectados, como Clara, a  esa gran diferencia en la ganancia se suma una  discriminación institucional hacia el maíz nativo del Istmo, que ha llevado al  zapalote a vivir  en permanente resistencia.

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