Las abuelas zapotecas que brillaron en el cerro del Fortín

Delia aprendió a bailar gracias a su abuela, cuando la veía en la sala de su casa moviendo el cuerpo al son de la pieza “Sandunga”

Delia muestra su fotografía de cuando era joven, publicada en el libro "Prestigio y afiliación de una comunidad urbana: Juchitán, Oax".
Especiales 23/07/2018 17:10 Roselia Chaca Oaxaca de Juárez, Oaxaca Actualizada 17:11

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De las seis parejas zapotecas que bailaban en la explanada del cerro del Fortín, aquel julio de 1967 en la Guelaguetza, la única que llamó la atención de la antropóloga norteamericana Anya Peterson Royce fue la de Delia Ramírez Fuentes, tanta fue su impresión que un año después la  buscó hasta Juchitán para entrevistarla.

La selección

Hoy, Delia tiene 77 años y muestra orgullosa la fotografía que le tomó la antropóloga ese día, se ve portando un hermoso traje de flores bordadas con el  que representó a la delegación dancística de Juchitán.

A partir de ahí surgió una amistad que hoy lleva 50 años, gracias a eso la investigadora vivió un año en Juchitán y escribió el libro de antropología social llamado “Prestigio y afiliación de una comunidad urbana: Juchitán, Oax”.

Eran otros tiempos, recuerda, la selección de los danzantes se hacía por parte de un representante de la autoridad municipal, en ese entonces el señor Adelfo Alegría, quien observaba a los jóvenes   en las fiestas del pueblo o en las Velas;  el porte y belleza eran elementos  para la elegirlos.

“El señor Alegría  vino a ver a mis papás para que yo fuera a representar a Juchitán, yo acepté gustosa, era un orgullo representar al pueblo. Pero la primera vez llevé chaperona, mi abuela me acompañó porque una joven no podía ir sola a bailar lejos de casa... fue una gran experiencia que repetí tres veces más”, comenta mientras señala su fotografía publicada en el libro.

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Espontaneidad

Delia aprendió a bailar gracias a su abuela, cuando la veía en la sala de su casa moviendo el cuerpo al son de la pieza “Sandunga” que tocaba religiosamente una estación de radio, así que para ella el baile es una manera de demostrar los sentimientos cada quien a su forma, de expresar el alma,  por eso lamenta que la espontaneidad se haya perdido en los bailes y que ahora todo sea mecánico.

Coincide el promotor  y director de la Casa de la Cultura de Juchitán, Vidal Ramírez, en  que los bailes ahora son coreográficos,  y le  restan emotividad y alma a uno de los patrimonios intangibles de los zapotecas: su danza.

Vidal Ramírez fue a bailar hace 35 años por primera vez, tenía 25 años y, al igual que Delia, el señor Alegría lo eligió después de verlo bailar en una Vela, acto seguido el permiso familiar. En ese entonces, la delegación no rebasaba la docena de danzantes y sólo ejecutaban cuatro sones.

“En ese entonces dominaba el gobierno priísta, y  los que iban a bailar eran prácticamente hijos de renombrados priístas o hijas de familias prominentes y respetadas de la ciudad; además, eran las que tenían los mejores y   más hermosos trajes, así como las  más hermosas joyas de oro”, explica Vidal Ramírez, quien también  fue parte de la Comisión de Autenticidad de la Guelaguetza en el gobierno de Gabino Cué.

Las primeras representaciones, recuerda, para él eran verdaderas fiestas, donde los bailarines y el público interactuaban libremente, con el tiempo se convirtió en un show en el que asisten más  grupos y se venden  más entradas, sujetándose a reglas de baile.

Antes de la administración de José Murat, del Istmo sólo iban las delegaciones de Juchitán y Tehuantepec, ahora asisten por lo menos siete municipios que, por lo general,  repiten  el mismo ritmo.

“Mucho es mentira porque lo que bailan algunos grupos en la Guelaguetza no va acorde con la realidad, porque en las fiestas no se baila así, no somos coreográficos en nuestras festividades, o como pasa en Tuxtepec que se inventó el baile de la Piña y si el turista lo va a buscar no lo va encontrar porque no existe”, detalló el también bailarín zapoteca.

 

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