Sigue al alza violencia familiar contra mujeres

Nación 24/02/2019 08:53 Actualizada 08:53

En el país, siete de cada 10 mayores de 15 años han sido víctimas de este delito; denunciar es complicado para ellas, debido a la deficiente atención de las autoridades.

Andrés M. Estrada

El rostro risueño se dibuja en los pómulos. Con una enorme sonrisa, recuerda su adolescencia. “Ahora estoy un poco más grande pero estaba muy bonita, muy joven”, dice Reyna Medina Sánchez. A los 15 años se casó, pero en poco tiempo la felicidad del amor se tornó violenta. Con la llegada del primer hijo comenzaron los golpes.

Ella lo veía como algo normal, ya que así se comportaban sus padres. Dos o tres veces a la semana su madre terminaba ensangrentada. “Mi papá nos pegaba muy feo, mi mamá también. Yo pensé que la vida era así”, lamenta. Transcurrieron dos décadas y el abuso llegó al extremo. Reyna terminó con dos costillas fracturadas y esguince de cuello.

En la unidad habitacional de San Buenaventura, en Ixtapaluca, Estado de México, donde vive, conoció a Carolina Espinoza García. “Llorando le platiqué: ‘Pues es que me acaba de golpear’. ‘¿No quiere demandarlo?’, me preguntó Carolina. Pero como yo traía la idea de que eso no se podía hacer le dije: ‘¿Cómo cree? ¡Es mi esposo!’”, recuerda la mujer que entonces tenía 35 años de edad y ahora 49.

Espinoza García también fue víctima de la violencia de su marido. La envió al hospital durante diez días y estuvo al borde de la muerte. Un par de costillas rotas, esguince cervical, fracturas de cráneo, dedos y nariz la hicieron poner punto final al tormento. Con ello, concibió la idea de apoyar a las mujeres en su misma situación.

Abogada de profesión, hace cuatro años fundó “Caroline Athennas”, asociación de ayuda a mujeres golpeadas, madres solteras y mujeres indígenas, lo mismo que menores y personas de la tercera edad que padecen violencia familiar. Un delito que suma al menos 625 mil 852 reportes en México de enero de 2015 a diciembre de 2018, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Es decir, 428.37 por día.

A Fabiola Zamora y sus hijos la violencia familiar los alcanzó tras la muerte de su esposo. Vivía en casa de su suegro Magdaleno Rosas en Puebla, pero la acosaba sexualmente. Su suegra, comenta, “decía que yo tenía que ser su segunda mujer”. A veces recibía hasta diez llamadas suyas por día. Al no acceder, Rosas empezó a cobrarle renta, aunque no puede pagar, pues su trabajo en una cocina económica sólo le permite mantener a sus hijos.

El artículo 343 bis del Código Penal Federal indica que “por violencia familiar se considera el uso de la fuerza física o moral así como la omisión grave, que de manera reiterada se ejerce en contra de un miembro de la familia por otro integrante de la misma contra su integridad física, psíquica o ambas, independientemente de que pueda producir o no lesiones”. El delito se castiga de seis meses a cuatro años de prisión.

La violencia contra las mujeres no sólo es física, también puede ser económica, en la que el victimario limita el dinero para los gastos del hogar, o patrimonial, con el decomiso del sueldo y bienes que tenga la víctima. Otra es de carácter sexual, con una serie de condiciones de subyugación y abuso. Además de la sicológica, a través de insultos, humillación y menosprecio. Lo más preocupante es que pueden escalar hasta llegar al feminicidio.

Una vez en la vida

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares, de 2016, la última que se ha hecho al respecto, el 66.1% de las mujeres de más de 15 años de edad —30.7 millones en total— ha sufrido al menos un incidente de violencia emocional, económica, fisíca, sexual o de discriminación en su vida. Lo anterior significa siete de cada diez mujeres, “pero lo alarmante es que de esos siete casos, cuatro son por gente cercana. Sus principales agresores han sido el esposo, la pareja el novio. El hogar se ha convertido en el lugar más peligroso para las mujeres en el país”, asegura Pablo Navarrete, coordinador de Asuntos Jurídicos del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres).

Las víctimas “muchas veces están condicionada directamente por estereotipos culturales, por la figura del machismo y la idea de superioridad sobre la mujer”, resalta Gloria López Santiago, sicóloga criminal y forense. Francisco Morales, sicopatólogo criminal, explica a su vez que los atropellos van en grados, “desde que no te hago caso o no te quiero hablar, hasta los golpes.

Van subiendo de nivel”. Navarrete coincide, cada vez hay más manifestaciones de violencia extrema, con intentos de ahorcamiento, asfixia, ataques con armas blancas y de fuego.

Subraya que una consecuencia de lo anterior son las tendencias suicidas que a veces se consuman. “Es necesario redoblar esfuerzos, porque estamos frente a una emergencia social que se debe atender con toda la fuerza del Estado”.

Su mano izquierda no es suficiente para limpiar las lágrimas que escurren en sus mejillas. A falta de pañuelo, seca los dedos en su pantalón de mezclilla. Alicia Méndez afirma que siente mucha impotencia, por el daño que le continúa haciendo su ex marido.

Cansada del maltrato, se separó hace dos años, pero la violencia no cesó. La acosa y amenaza de muerte. Méndez, quien pide cambiar su nombre por seguridad, vive cerca de Toluca, Estado de México, entidad donde el sistema de seguridad pública registró 285 feminicidios en los últimos cuatro años. Hace un par de semanas, el sujeto fue a buscarla e intentó estrangular a su hija; lo denunció en el Ministerio Público, pero las autoridades fueron omisas. No levantaron una carpeta de investigación contra el agresor.

La cifra negra puede ser mayor. Muchos casos no se denuncian por miedo, porque es una condición a nivel sicológico, relacionada con procesos de indefensión emocional. “Como la violencia es con el uso o con el abuso del poder, tenemos una relación desequilibrada, en la que el agresor corta las redes de apoyo”, señala López Santiago.

Dolores Blancas, presidenta de Casa Gaviota, otro grupo de apoyo, dice que las denuncias en ocasiones no se concretan porque las mujeres viven un síndrome de indefensión aprendida. “Aprendieron a no defenderse y perdieron todas las fuerzas. Dicen ‘si estoy aquí, estoy más segura’. Es al revés, pero así lo ven. Digamos que es como el síndrome de Estocolmo”, establece.

Además, la atención en el MP es deficiente. Cuando las víctimas van solas a veces son ignoradas pero el trato mejora en compañía de una asociación, destaca Espinoza García. “Las autoridades nos deberían dar más apoyo, para que cuando llegue una chica golpeada, violada, presten más atención. Hay muchas que han sido ultrajadas y golpeadas y cuando llegan al MP, lo primero que les dicen es: ‘Te portaste mal. Algo hiciste, por eso te golpeó’. Por eso muchas veces no denuncian”.

Otro factor es que las víctimas suelen perdonar al agresor cuando está detenido. La titular de “Caroline Athennas” enfatiza: “la que perdona pierde. Porque el hombre que te pega una vez, te pega siempre. Si van a denunciar, sean firmes. Al rato que lo vean detrás del MP no digan ‘lo voy a perdonar porque es el papá de mis hijos’. Ellos no se tientan el corazón para hacerte daño”.

El panorama para las agrupaciones de ayuda luce incierto, después de que el gobierno federal determinó que dejará de canalizar recursos para organismos civiles, incluso los que establecían refugios para mujeres y sus hijos víctimas de violencia extrema. Así lo anunció la Secretaría de Salud, al afirmar el viernes que “la convocatoria pública para la asignación de subsidios para la prestación de servicios de refugios para mujeres, sus hijos, que viven violencia extrema y en su caso, a sus centros de atención externa se suspende”, si bien horas más tarde el gobierno de la CDMX aseguró que ahí se mantiene el respaldo.

Cortar redes

López Santiago afirma que los agresores cortan las redes de apoyo. No dejan trabajar a las víctimas, con el argumento de que ellos las mantienen, y las privan de contacto con otras personas para que sean la única opción de ayuda, trabajo o afecto.

Morales, quien también trabaja en el Reclusorio Norte de la CDMX, indica que los agresores son socialmente retraídos y siempre se justifican diciendo que la víctima los provocó. El especialista asegura que los hijos resultan afectados. “Si ven que trato a mi esposa con groserías y con golpes, así se van a comportar en la escuela. Cuando están en un hogar violentado, van a comer poco. Proyectan a sí mismos que tienen la culpa de lo que está pasando entre sus padres, ellos se sienten culpables”, expone.

Detalla que los hijos “tienden a orinarse en la cama a edad avanzada, bajan su rendimiento en la escuela, son introvertidos, no se implican en los juegos. Al igual, se van a estar peleando con sus compañeros”.

Han pasado 14 años desde la última vez que Reyna fue golpeada por su esposo. Lo denunció y fue recluido seis meses en prisión. Para ella fue difícil entender la violencia que padecía, pero le puso fin. Sabe y conoce de varias mujeres en esta situación, a las que envía el mensaje de que deben quererse y valorarse. Tener la autoestima alta y saber que el hecho de casarse no implica que el hombre las compró o son de su propiedad.

Comentarios