Cautivos en las montañas: así viven los niños de la sierra de Guerrero

Berna, de 10 años, es un indígena na savi que vive en las montañas de Guerrero, todos los días se levanta a las 5:30 a.m y camina unos 10 kilómetros para llegar a su escuela

Primos y hermanos comen juntos; la dieta es principalmente tortillas y quelites de hierba mora. Los ingresos de las familias son de 50 a 200 pesos a la semana, los obtienen de la venta de maíz o frutos de la zona. (Salvador Cisneros Silva)
Nación 24/06/2018 19:30 Salvador Cisneros Silva Guerrero Actualizada 19:32

Berna es un indígena na savi que vive en las montañas de Guerrero. Tiene 10 años y todos los días se levanta a las 5:30 a.m., con su hermano y un primo caminan al corral (más de 5 kilómetros) para alimentar a los chivos y cerdos. Regresan a casa a almorzar, luego se dirigen a la escuela. El recorrido es de unos 10 kilómetros. Al salir llevan los útiles a casa y van a guardar a los animales. En el camino apaciguan el hambre con duraznos o manzanas silvestres.

Berna cursa el tercer año de primaria, en su salón tiene que compartir clases con niños de primero y segundo año ya que para su escuela solo existen destinados dos profesores, uno de ellos además es el director.

La escuela fue construida por los padres de familia con madera y láminas, tiene piso de tierra y butacas recicladas que fueron donadas por otras escuelas de comunidades indígenas cercanas.

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Hace dos años sufrió una caída cuando jugaba con sus primos, lo que le provocó una fractura del hueso en el brazo izquierdo, que no fue atendida por un médico. Sus padres le colocaron dos pedazos de madera, que amarraron con hilos para que el hueso “pegara” por si solo. El niño estuvo en cama más de dos meses y el no tener atención le genero una deformidad en su brazo. Además, cuando hace frío sufre dolores intensos.

Los ingresos de las familias en esta región no rebasan los 5 mil pesos al año, el dinero lo obtienen vendiendo los productos que da la tierra, en otras comunidades.

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El dinero de la familia se duplica cuando los menores dan la talla para emplearse en los campos de amapola. Ésto ocurre una o dos semanas, de tres a cuatro veces al año; a los menores les pagan 150 pesos al día por rayar y recolectar goma de opio.

Los niños dicen que no saben para que se utiliza la goma y tampoco entienden que es ilegal. Tampoco piensan en su futuro, lo que tienen seguro es que no estudiarán más al salir de la primaria. Algunos comentan que al tener más edad se irán a otro lugar o quizá a los Estados Unidos para ganar algo de dinero.

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Por las carecías economías y alimentarias en las que viven la mayoría de las familias indígenas na savi ni un joven ha logrado terminar una carrera profesional.

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