Covid-19 en la intimidad

Ricardo Raphael

Durante los últimos tres meses he publicado en estas páginas y otros espacios varios textos dedicados al Coronavirus. Como la mayoría de mis colegas he puesto mi oficio al servicio del conjunto: decenas de horas dedicadas a leer, investigar, entrevistar, corroborar, analizar y desestimar información. 

Cada vez que observaba tendencias y escuchaba la voz de los que dicen saber, hubo siempre un temor íntimo que imantaba la curiosidad de mis preocupaciones. No imaginé que llegaría el día en que ese temor preciso iba a materializarse. 

Antes de escribir esta columna tuve dudas sobre la relevancia periodística de la historia personal que estoy a punto de contar. Se suma el hecho ético de que no es solo mía la angustia provocada por la experiencia. 

Sin embargo, me convencí de compartir estas líneas porque considero injusta la observación que solo atiende a los grandes números agregados, vuelo a veces arrogante sobre la realidad. 

Con frecuencia hablamos del número de contagios confirmados, las personas hospitalizadas, las camas faltantes, la cifra de ventiladores requeridos, las muertes y así una lista larga de indicadores que son ciertos y al mismo tiempo engañan respecto a la tragedia. 

La vida humana individual, multiplicada y montada a galope sobre el lomo de las curvas estadísticas y los modelos matemáticos termina vaciada de humanidad. 

Confieso que yo mismo he sido reproductor de estas generalizaciones carentes de alma y no quiero serlo más. 

En febrero de este año, mi padre de 84 años sufrió una caída que le provocó una fractura en el cráneo y un hematoma interno del que venía recuperándose a pasos torpes y pequeños. 

Para atenderlo, sus varios hijos coincidimos en el esfuerzo económico que implicó contratar a dos enfermeros quienes, de manera alternada, lo han acompañado en esta etapa de limitada autonomía. 

La desubicación de la conciencia espacial y temporal ha sido el síntoma más difícil de vivir, según verbaliza mi padre. 

A principios del mes pasado pudimos constatar el milagro que significan las mieles breves de su recuperación; pero el lunes 18 de mayo regresó repentinamente al estado previo de confusión, tuvo delirios y pérdida de equilibrio, así como una sensación de cuerpo cortado, cansancio y algo de temperatura. 

Después de descartar una enfermedad en vías urinarias, los médicos instruyeron una tomografía y hallaron que una masa de agua estaba oprimiendo su cerebro. Aconsejaron entonces esperar a que se reabsorbiera, como sucedió con el hematoma anterior. 

Casi al mismo tiempo uno de los enfermeros comenzó a percibir síntomas de gripa, lo que le llevó a practicarse una prueba de coronavirus que, a la postre, resultó positiva. 

El examen practicado a mi padre, inmediatamente después, entregó idénticos resultados. 

En la paleta de las emociones no es fácil hallar las palabras que servirían para describir la sensación provocada por un umbral tan endemoniadamente incierto: angustia, enojo, impotencia, desolación, insomnio, opresión, tristeza –son todos términos avaros e insuficientes. 

La ciencia médica sabe muy poco y el resto de los mortales prácticamente nada. Por abusar de las estadísticas hemos asociado el coronavirus a los pulmones y —a pesar de tener un elefante inmenso en medio del salón— no fuimos capaces de ver que lo más temido había entrado a su recámara. 

Entre las hipótesis de la baraja podría suponerse que la recaída de hace un par de semanas no tuvo que ver con la situación médica anterior, sino con los efectos del coronavirus que suele atacar las partes más vulnerables de nuestro cuerpo y en el caso de mi padre el cerebro fue primero. 

En el tren de la misma hipótesis cabria creer que está ya fuera de peligro y que en adelante habríamos de cuidar la recuperación de su conciencia más plena. Coexiste también la hipótesis menos optimista: que la enfermedad se encuentre apenas en sus primeros días.

ZOOM:

en el umbral de la incertidumbre nos hemos dado cita hijos y cuidadores que, durante el momento de la recaída, nos aproximamos a mi padre más de lo que habría sido prudente.   

www.ricardoraphael.com 

@ricardomraphael

 

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