El poder y la ciencia
Las crisis acentúan la vocación de los gobiernos y ponen a prueba su capacidad de resiliencia. Obligan al ejercicio del intelecto y la imaginación. La apuesta por la ciencia es el gozne hacia la liberación de los pueblos. Toda actitud anti-intelectual es retardataria, tanto como la censura a la libertad de expresión es autocrática. Estos son tiempos para afirmar principios, no para abandonarlos. La 4T ha de ahondar el curso de las precedentes.
Sostengo que los grandes avances del conocimiento deben anotarse en la cuenta de la izquierda. Lo fueron Copérnico y Galileo, mientras que la derecha atizaba las llamas del Santo Oficio: su capitán general fue Torquemada. “Amarás al prójimo como a ti mismo” es el fuente primera del pensamiento igualitario que alimentó por distintas vías a la Ilustración francesa, al Materialismo Histórico y a las grandes revoluciones sociales. Las corrientes progresistas de la cultura y la política están compuestas de dos elementos indisolubles: la voluntad de justicia y el pensamiento crítico.
El patriarca de la izquierda mexicana fue José María Morelos. Concibió el sueño originario de la nación: autodeterminación, soberanía popular, abolición del racismo y liberación por el saber. “La instrucción, como necesaria a los ciudadanos, debe ser favorecida por la sociedad con todo su poder”. Al paso que el naciente liberalismo clausuraba las escuelas confesionales y las universidades pontificias, sembraba establecimientos laicos que pronto encontraron el asidero de la filosofía positivista de Augusto Comte: “El único conocimiento auténtico es el científico”.
El pensamiento juarista no es lírico, sino positivista. En la Restauración de la República, Gabino Barreda encabeza la reforma educativa inspirada en la Escuela Nacional Preparatoria, cuyas imágenes de microscopios, esqueletos animales y tubos de ensayos recordamos. La doctrina subyacente del porfiriato es el evolucionismo darwiniano, entendido como la eliminación de las especies más débiles. Al calor de la Segunda Revolución Industrial y la apertura del país a la inversión extranjera, los tecnócratas de entonces —formados en Paris que no en Chicago— asumen la conducción administrativa. El pueblo los apodó burlonamente “los científicos”, aunque sólo fueran licenciados hijos de terratenientes.
Poco antes de la Revolución los miembros del Ateneo de la Juventud iniciaron la crítica al pensamiento dominante, por razones tanto políticas como intelectuales. Al concluir la última revuelta armada de nuestra historia, los cuarteles se cerraron y los maestros sucedieron a los soldados. Durante la paz obregonista, Vasconcelos propone una educación universal con la edición de los clásicos, “libros que deben leerse de pie”. Convierte la Universidad en Secretaría de Educación y a ésta en labor misionera. Con Lázaro Cárdenas la escolaridad avanza en todos los niveles y se instauran “la ciencia y la técnica” al servicio del Estado. La Unidad Nacional consagra que “los resultados del progreso científico y la lucha contra la ignorancia, la servidumbres, los fanatismos y los prejuicios serán la base de la educación”. En tiempos tempestuosos la certeza ha de prevalecer sobre la improvisación.
La canciller alemana Angela Merkel es reconocida como “faro de Europa” y “la mujer más poderosa del mundo”. Es doctora en física y actúa como tal. Conoce “el valor del silencio”, porque nació en el Este de su país. “La imperturbable” convocó a todas las universidades de ese continente para que propusieran un programa común contra la pandemia y un plan económico que responda a la crisis económica y la protección el empleo. Las previsiones y medidas para combatir el Covid-19 no debieran ser confiadas a diletantes, sino a instituciones rigurosamente científicas, públicas y privadas, pero independientes de la política. La verborrea incontrolada se traduce en confusiones, errores y retractaciones hasta el punto de que cada médico opta por recetar según su criterio.
El especialista germano-mexicano Raúl Rojas, refuta el tristemente célebre “aplanamiento de la curva”, ya que no corresponde a las proyecciones matemáticas y ajustables de la pandemia. Las considera atemporales y por tanto inválidas puesto que apenas exhiben el pasado y el virus sólo actúa durante 20 días hasta la muerte o la sanación. Exige que los datos y los métodos de medición sean transparentes. Considera que el cálculo de 10 mil muertos al pico más alto de la pandemia es falso, puesto que ya llevamos más de 12 mil y estamos lejos de haber alcanzado esa cúspide.
Un antiguo dilema nos acosa de nuevo: la ciencia al servicio del hombre o de los poderes que la controlan. Sociedad del conocimiento o del sometimiento. Menospreciar la ciencia es un suicidio colectivo; distorsionarlo a conveniencia resulta a la postre la peor de las corrupciones. Rechacemos con la mayor energía la frase espetada por un general franquista en la cátedra de Unamuno: “muera la inteligencia”. Ese es nuestro desafío.
Diputado federal