En qué desconfío cuando se habla del coronavirus

Ricardo Raphael

Ando tan ignorante sobre la pandemia como la gran mayoría. En tanto que periodista estoy expuesto a una cantidad abrumadora de información que no me sirve para corregir esta debilidad. Por estos días escucho y leo tantas cosas que termino frecuentemente extraviado. 

Me he impuesto por tanto un protocolo personal para equivocarme lo menos posible. 

Confío en que me ayudará a reducir los yerros. 

Comparto aquí ocho criterios básicos que me autoimpongo públicamente con el propósito de someterme a la rendición de cuentas. 

Primero, estoy consciente de que en una crisis como esta mis prejuicios pueden ganar la partida a mis juicios. Como cualquier otro sujeto tiendo a ser subjetivo, es decir que mi ideología, mis valores, mi visión del mundo, mis afectos, mis intereses y mis emociones suelen ser el primer mapa de lectura para interpretar cada pieza de información que llega a mis manos. 

Me asumo un individuo que desconfía de los que son distintos a mí, dudo en automático de aquellos que creen en lo que yo no creo, sospecho del otro, lo descalifico rápido, lo desestimo. En sentido inverso, tiendo a otorgarle peso y gravedad a los que refuerzan mis creencias, doy razón a los que conozco, abrazo los argumentos de quienes me son más próximos; tomo, sin cuestionarlos, los razonamientos de aquellas personas a quienes considero mis iguales. 

Aquí está la primera trampa del periodista y de cualquier otro ser humano: solemos escuchar a quienes alimentan nuestros prejuicios y desconfiamos de las voces que nos desafían, que nos sacan del cómodo lugar dónde nos tienen las creencias propias. 

En consecuencia, cada vez tengo que revisar si mi identidad familiar, ideológica, de género, racial, de clase, y el resto de mis convicciones más sobresalientes, no están nublando el criterio con que emito mis juicios. 

Segundo, dado que no soy médico, ni inmunólogo, ni epidemiólogo, ni científico, es imperioso que mis opiniones se alimenten de aquellos argumentos ofrecidos por las personas que sí son expertas. Por si las dudas, mejor consultar a varios profesionales, contrastarlos y ponerlos en su respectivo contexto.

 Tercero, opto por apartarme de las fuentes que tienden a polarizar las discusiones, alimentando prejuicios ajenos, demonizando o exaltando puntos de vista con tonos pregoneros y exceso de adjetivos o majaderías. 

Cuarto, tomo también distancia de los predicadores de las redes y las plataformas que conciben la discusión pública como un negocio dependiente de crecer al número de sus seguidores. Son los Youtuberos, tuiteros, facebookeros y toda esa runfla de mercaderes que provocan pleitos en internet para crecer su audiencia y así lograr un mejor negocio. Resultan muy peligrosos, sobre todo cuando intentan hacerse pasar por profesionales de la información. 

Quinto, igual peligro representan los políticos que, aprovechando el río revuelto, abusan del micrófono para medrar con la crisis sanitaria haciendo parecer a sus adversarios como los responsables de una circunstancia que no fue provocada por voluntad humana sino por obra de la biología. 

En esta época procuro por tanto desoír a todos los políticos, incluido el presidente, excepto cuando dice que nadie es todólogo y que respecto al coronavirus él se pliega y subordina a la voz de la ciencia y sus oficiantes. 

Sexto, lo mismo procuro hacer con los intereses económicos que se disfrazan de corderos altruistas o condicionan sus inversiones en función de la raja que prevén sacar de la pandemia. No son gente seria quienes golpean o acarician en estos días las decisiones gubernamentales con una calculadora en la palma de la mano. 

Séptimo, intento ver el bosque y no los árboles. La comparación, el contraste y el contexto son tres ces indispensables de un ejercicio periodístico riguroso. Asumo que la objetividad no es característica de los sujetos sino del método que se utiliza para valorar cada dato y cada tema por sus propios méritos. 

Octavo, asumo que somos los datos que consumimos. Si los datos son buenos, están corroborados y verificados, si tienen una fuente confiable y si ofrecen perspectiva, entonces la producción informativa será objetiva.

ZOOM

Para sobrevivir la pandemia del coronavirus se necesita algo más que las “benditas” redes sociales. Se requiere periodismo riguroso, serio, profesional, comprometido con las audiencias y sobre todo con la generosidad humana del oficio más bello del mundo, como algún día lo llamó Gabriel García Márquez.

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