EU: el ejército silencioso de blancos creyentes
Son millones. No coinciden con Trump en todo, pero sí en algunas cosas. Frecuentemente se crispan por sus formas, por su discurso, por sus tuits. Por eso, a veces piensan que de ninguna manera votarían por él. Pero otras veces, cuando se percatan de quiénes son sus rivales y las ideas que promueven, muy en secreto, optan por favorecer al magnate. Don Black, el supremacista blanco, ex líder del Ku Klux Klan los llama: “El ejército silencioso de blancos creyentes, aquellos que terminan tomando decisiones basados en su raza”. Nunca sabemos cuántos de esos “soldados” están activos en determinado momento, porque no hay encuesta capaz de detectarlos. Para muchos de ellos, sí es verdad que Estados Unidos está sumido en el caos y el desorden, es verdad que las “hordas” de inmigrantes han tomado el país, es verdad que los extranjeros buscan “reemplazar a los blancos” y es verdad que el Establishment en Washington los ha traicionado. Hoy, ese ejército de soldados silenciosos está siendo convocado. Atizar las llamas que lo movilizan es la especialidad de Trump. Lo que no sabemos es si esta vez eso será suficiente para su reelección. Así, en el texto de hoy, propongo cuatro ángulos para abordar las protestas masivas en EEUU: el racismo estructural, las emociones colectivas, la polarización y el uso político de esa polarización por parte del presidente.
Primero, hay que mirar el contexto macro bajo el que ocurre el homicidio de George Floyd a manos de un policía blanco. Lo más grave del asunto no está en las particularidades de ese incidente concreto, por más delicadas que éstas sean, o en las potenciales motivaciones, razones o forma de pensar del policía homicida, o las circunstancias individuales del victimario o la víctima. Lo más grave es lo que subyace al incidente: los patrones de repetición de eventos similares, el hecho de que hace unos pocos años, Eric Garner también gritaba “¡No puedo respirar!” cuando un policía blanco lo ahorcaba en Staten Island, y que exactamente el mismo grito se escuchaba apenas en marzo en la voz de Manuel Ellis en Tacoma, y en tantos otros incidentes de los que no siempre nos enteramos. Lo grave está en el hecho de que los ciudadanos afroamericanos desarmados son desproporcionadamente muertos en incidentes parecidos, o que son encarcelados desproporcionadamente con respecto a su peso demográfico; en el hecho de que cuando llega una pandemia, el ser afroamericano condiciona y eleva brutalmente las posibilidades de morir, por dónde y cómo viven las comunidades afroamericanas, por los factores de salud preexistentes, porque la brecha de ingresos entre la población blanca y la afroamericana, después de haber disminuido hacia los años setenta, ha vuelto a crecer sin parar hasta recuperar los niveles de 1950. Esto es lo que se conoce como racismo estructural, el racismo que procede del fondo del sistema y que resulta en una desigualdad racial endémica.
Segundo, la investigación durante décadas ha encontrado que la desigualdad engendra violencia (y que, por tanto, abatir la violencia sin reducir la desigualdad es altamente improbable). La violencia se manifiesta de distintas formas, una de ellas es efectivamente el crimen violento, otras veces se producen revueltas, rebeliones, guerras civiles o atentados terroristas. Otras veces la violencia es el resultado de la frustración generalizada. Sobra decir que en ninguno de esos tipos de violencia se puede justificar que personas o grupos inocentes sean atacados, y sobra decir que incendiar o vandalizar no resuelve el problema, y que lo podría complicar más. Pero la evidencia muestra que cuando las emociones se tornan colectivas, el comportamiento individual es rebasado y comenzamos a ver un comportamiento diferente, con amplitudes, intensidades, duraciones y consecuencias distintas (Goldenberg et al., 2019). Hay que resaltar que la mayor parte de las manifestaciones actuales en EEUU son pacíficas, pero en algunos casos, como ha llegado a ocurrir en otro tipo de protestas masivas (por ejemplo, Londres en 2011, Brasil en 2014, o más recientemente Hong Kong, además de otros momentos semejantes en EEUU), el torbellino emocional activa una dinámica colectiva que pareciera adquirir vida propia, la cual ha resultado en varios de los eventos violentos que hemos estado viendo estos días. A esto se suma la violenta represión de muchas de las autoridades (hoy muy documentada y compartida en redes sociales), lo que hace que todo escale en una espiral acción-reacción. De ahí que, buscando un balance entre comprender los factores subyacentes, y la necesidad de evitar perjudicar a personas inocentes o al movimiento mismo, se multiplican los llamados de figuras públicas y de líderes afroamericanos para que la población se manifieste pacíficamente.
Tercero, estos eventos se suman a una polarización que ya existe en EEUU desde hace años, y la alimentan. En el libro Democracies Divided (2019), Carothers y Donahue explican que los procesos de polarización severa no solo consisten en situaciones en las que se presenta divergencia de puntos de vista o la ausencia de visiones comunes entre sectores de una sociedad, sino divisiones profundas enraizadas en identidades, las cuales resultan en rivalidades tribales, en lógicas de “nosotros” contra “ellos”. Una especie de “no estoy en contra de ti por lo que piensas, sino por quién eres y quién soy”. El riesgo de cómo se están produciendo muchas de las manifestaciones actuales es que ello tiende a nutrir a los polos, y especialmente a la polarización racial. Solo eche una mirada al foro de nacionalistas blancos Stormfront para entender a qué me refiero. Eli Saslow, autor de Ascendiendo hacia fuera del Odio: el despertar de un ex nacionalista blanco, explica que un sector de la población—el suficiente como para que Trump ganara en 2016—eligió a un presidente que denuncia a todos los musulmanes como conspiradores de terrorismo, que aprovecha la desconfianza de los estadounidenses de las personas extranjeras, y quien ve a “las comunidades afroamericanas como sitios plagados de crimen”. Estados Unidos, dice Saslow, “es susceptible de caer víctima de nuestros peores instintos cuando el mensaje es correctamente empacado”.
Y eso nos lleva al cuarto punto, el mensaje y su empaque. Trump, desde su campaña del 2016, quiso proyectarse como el presidente de la “ley y el orden”. Estados Unidos, nos dijo en su discurso inaugural, es una “carnicería”, un país invadido por extranjeros, criminales, terroristas, rehén de la violencia y el caos. Autoridades laxas—demócratas y republicanas por igual—han fallado en contener las “hordas” de inmigrantes, o el crimen en las comunidades afroamericanas, y han fallado en poner orden cuando hace falta. Los sucesos actuales le vienen bien cuando EEUU vive una de las peores crisis de su historia. La debacle sanitaria y humana por el Covid están lejos de terminar y cada vez emerge más evidencia de la responsabilidad de esta administración en la tardanza e ineficacia para atender el problema. Cada semana se siguen sumando desempleados a la cuenta, lo que convierte a EEUU en el país con peor desempeño en ese y muchos otros rubros de todas las economías industrializadas. Como consecuencia, este presidente que pretende reelegirse bajo estas circunstancias, opta por explotar la rivalidad con enemigos externos como China, o ahora mismo, con el “enemigo interno”, el enemigo de la ley y el orden. Mattis, el exsecretario de defensa que trabajó para Trump hasta 2018, dijo esta semana: “Donald Trump es el primer presidente en mi vida que no trata de unir al pueblo estadounidense, ni siquiera pretende intentar”. Por supuesto que no. De eso se trata. Trump no le habla a la gente como Mattis, sino a aquellos que cuelgan panfletos que dicen: “¡Es hora de detener la islamización de América!”, o los que dicen: “¡Estás perdiendo a tu país, hombre blanco !!!!!!”. Para ellos, Trump quiere a las fuerzas armadas en las calles. Para demostrar que ante la “guerra contra el crimen”, y la “guerra racial”, hay un hombre al mando, ocupa la Casa Blanca y es el comandante en jefe.
La gran pregunta es si ese mensaje le alcanzará para reelegirse. Hasta hoy, Trump sigue perdiendo puntos en las encuestas. Lo sabe y sabe que tiene cinco meses para seguir atizando las llamas como ahora, esperando que el ejército silencioso de blancos creyentes despierte y le brinde su apoyo como lo hizo hace cuatro años.
Analista internacional. @maurimm