Marcelo y Videgaray, ¿dos apuestas por Trump?

Salvador García Soto

En el viaje que emprenderá López Obrador la próxima semana con rumbo a la Casa Blanca, está evidentemente la mano de Marcelo Ebrard. El canciller no es sólo es el traductor oficial del Presidente sino también el cerebro que maquinó, planeó y organizó la que será la primera visita oficial del mandatario mexicano a Donald Trump, el presidente estadounidense que hoy está en franca campaña por la reelección. 

Junto al yerno y asesor de Trump, Jared Kushner, Ebrard realizó todas las gestiones, consultas y cruces de agenda para afinar este primer encuentro en el que se celebrará, una semana después de iniciado, el arranque del Tratado de Libre Comercio México, Estados Unidos y Canadá, el T-MEC, que aunque se trata de un acuerdo trilateral, no contará en la improvisada ceremonia de inicio con la presencia del primer ministro de Canadá y será sólo un acto encabezado por Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador, luego de que Justin Trudeau no confirmara a las insistentes invitaciones del gobierno de México para que acudiera también a la Casa Blanca.

El propio presidente López Obrador reconoció que hay “riesgos” en esta visita por el momento en el que ocurrirá, a escasas dos semanas de que Donald Trump arrancara su campaña como candidato presidencial del Partido Republicano, y es seguro que fue el mismo Ebrard quien le alertó de esos riesgos que debieron evaluar y sopesar muy bien antes de decidir hacer el viaje. Un político con la experiencia y el colmillo del secretario de Relaciones Exteriores, sabe bien que como decía su admirado Daniel Cosío Villegas, en política y en este viaje, “la forma es fondo” y que, por más que se declare que no es el objetivo ni el interés de este encuentro, la imagen del presidente mexicano junto al presidente (y candidato) Trump tendrá un impacto innegable en el ambiente electoral estadounidense. 

En ese sentido Marcelo Ebrard parece actuar hoy igual que en su momento lo hizo Luis Videgaray Caso cuando, en plena campaña presidencial en Estados Unidos, invitó a México a Donald Trump y lo llevó hasta Los Pinos el 31 de agosto de 2016. Entonces, como ahora, Trump era el candidato republicano que iba abajo en las encuestas y también aquella visita fue operada y negociada por Videgaray con Jared Kushner, como ahora lo hizo Marcelo. Las dos reuniones, la de hace 4 años con Peña Nieto y la de ahora con López Obrador, las propuso Trump porque igual ahora que entonces el encuentro le sirve más al candidato republicano, por su desventaja en las encuestas, que al Presidente de México. 

Si en su momento el habilidoso magnate le dio la vuelta a Peña Nieto y lo sorprendió con un discurso de campaña en plena sede de la Presidencia de México, no hay nada que haga pensar que en su terreno de la Casa Blanca y sabiendo que él maneja la reunión como anfitrión, Donald Trump no tratará de aprovechar la presencia de López Obrador para mandar un mensaje a los votantes latinos y a los indecisos en Estados Unidos para que entiendan que él tiene perfectamente dominada y bajo control a México, la amenaza inmigrante, de drogas y delincuencial de la que siempre ha hablado en su discurso. 

Quizás las dos únicas diferencias entre el sorpresivo encuentro de 2016 y la aunciada reunión de la próxima semana es que la primera fue en Los Pinos y la de ahora será en la Casa Blanca y que hace 4 años la rival de Trump era Hillary Clinton y ahora será Joe Biden. Pero fuera de eso parece que las condiciones y el contexto se repiten en estos dos encuentros entre presidentes de México y Estados Unidos, y ante esas similitudes es difícil pensar que el resultado y la interpretación que se dé a la primera reunión Trump-López Obrador no sea la misma que en su momento tuvo la visita del republicano a Los Pinos: México y su gobierno están apostando por la candidatura y por la reelección de Donald Trump para la Presidencia de los Estados Unidos. 

Por lo demás, Luis Videgaray —a quien por cierto esa apuesta le salió tan bien que recibió después los beneficios con creces al gozar de la protección y hasta de residencia en Estados Unidos auspiciado por Jared Kushner y por la presidencia de Trump— nunca negó haber sido el cerebro detrás de aquella polémica y cuestionada visita de la que convenció a Peña Nieto, tal y como ahora lo ha hecho Marcelo Ebrard. Sería bueno saber si también el canciller asumirá después, si las hay, las consecuencias y lecturas que tenga la presencia de López Obrador en la Casa Blanca y si su apuesta en este caso tiene que ver también con sus aspiraciones presidenciales futuras. 

En 2016, la candidata demócrata Hillary Clinton y su partido nunca le perdonaron a Peña Nieto el que haya llevado a Trump a Los Pinos y el efecto a favor que eso tuvo para la campaña del republicano que a la postre sería presidente. Ahora está por verse cómo cae en el comité de campaña de Joe Biden y en el Partido Demócrata la reunión y los elogios mutuos que, seguro se lanzarán, los presidentes de México y Estados Unidos, pero en todo caso los paralelismos son innegables; sólo falta saber si a Marcelo le sale tan bien la jugada como le resultó a Luis y si su apuesta resulta ganadora, porque si no es así los costos no los pagará solo el canciller, sino el país.

NOTAS INDISCRETAS…

Cuando el presidente López Obrador habla de “insultos a los presidentes” sabe muy bien de lo que habla, pues él fue durante los últimos 25 años uno de los opositores más beligerantes y claridosos para con los presidentes y gobernantes en turno. Tal y como ahora él se siente insultado con cada comentario, crítica, meme, sátira o chiste que se hace sobre su figura y sobre su gobierno, todos los presidentes de México fueron también burlados, bromeados, cuestionados y criticados por los ciudadanos y al menos los últimos cinco (Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña) directamente “insultados” por el propio Andrés Manuel. Pero esa es parte de la metamorfosis que ha sufrido el ahora Presidente que, habiendo sido el opositor por excelencia, ha perdido la memoria una vez sentado en la silla y lo que antes le parecía “crítica constructiva”, “lucha social y democrática” o hasta “ingeniosa y mordaz oposición”, ahora que él es el Presidente le parecen “insultos y ataques despiadados”. Y claro su afirmación de que él es “el presidente más insultado en el último siglo” no es, como muchas de sus afirmaciones, ni verificable ni comprobable y cae en esa categoría difusa, mitómana y falaz que él ha inventado: la de los “otros datos”. No es del todo seguro que sea el presidente que más han insultado los mexicanos, pero muy seguramente sí es el que más tiempo dedica a quejarse, lamentarse, autocompadecerse y autoinmolarse en público por lo que dicen y piensan de él sus gobernados…Dados girando. Escalera doble. 

[email protected]

Comentarios