“Nueva normalidad” en la República disfuncional

Salvador García Soto

Algo que ha marcado el desarrollo de la pandemia de Covid-19 en México, y que la volvió “diferente” al resto del mundo, fue la forma errática en que el gobierno federal enfocó desde un principio el problema, minimizando el grave impacto que tendría el nuevo virus en la salud y le economía del país y confundiendo advertencias y alarmas, tanto internas como externas, con una “conspiración” en contra del presidente y su 4T. 

Para cuando López Obrador y su gobierno reaccionaron y dejaron de decirle a la gente que “no pasaba nada, que el problema no era tan grave, que se exageraba y que ni el virus era tan letal”, las cifras de mexicanos contagiados y muertos subían con rapidez y las autoridades federales comenzaron a describir a un país que “estaba bien”, que “estaba preparado desde hace tres meses” y que no tendría mayores problemas. La realidad nos alcanzó y los llamados al aislamiento social y a la “sana distancia” surtieron efecto a medias y sólo la mitad de la población pudo acatarla ante las desigualdades sociales y la falta de civilidad y respeto por las normas que hicieron que en amplias zonas urbanas del país la movilidad siguiera como si no pasaba nada. 

Una de las consecuencias de las contradicciones constantes en las que cayó el presidente y su grupo de científicos expertos encabezados por el doctor Hugo López-Gatell, fue que en el resto de la República los estados y sus gobernantes comenzaran a tomar sus propias medidas y a desatender los mandatos del Consejo de Salubridad General, convocado tardíamente y con un trabajo a medias a pesar de ser el órgano que la Constitución marca como “máxima autoridad” en una emergencia sanitaria, y así este país de por sí diverso y diferente en cada una de sus regiones y culturas locales, se fragmentó también en la forma de enfrentar y contener al coronavirus con una autoridad federal que perdió liderazgo y autoridades locales en estados y municipios que asumieron sus propias estrategias para proteger a sus habitantes y que llegaron incluso a dudar y a desmentir las cifras oficiales de la Secretaría de Salud. 

Así, fragmentados, divididos y a veces incluso confrontados, nos convertimos en una República disfuncional, justo en la peor pandemia que haya sufrido la humanidad reciente, la que todo mundo considera como el peor colapso internacional después de la Segunda Guerra Mundial. Así arribamos al “pico de contagios” que también está siendo desigual en el territorio nacional, en donde hay zonas donde la pandemia empezó más tarde, otras en donde ni siquiera ha comenzado, mientras en otras ya entramos a la fase crítica de muertes y atención de enfermos de Covid. Y cuando estamos aún en esa parte crítica en la zona más poblada del país, el Valle de México, ahora el gobierno de López Obador presenta el plan para la reapertura de actividades y el regreso a la llamada “nueva normalidad”. 

De entrada, llamó mucho la atención que al presentar ese plan, consistente en 3 etapas que comenzarán a aplicarse el 18 de mayo y hasta el 1 de junio y en un semáforo de cuatro colores que irá definiendo qué tipo de actividades, espacios y negocios pueden reabrir y en qué momento, el propio presidente López Obrador dijera ayer que el protocolo, definido por un Acuerdo del Consejo de Salubridad General —que incluso debió publicarse ayer en el Diario Oficial de la Federación y que por un error se publicará hasta hoy— no era de observancia y aplicación obligatoria para los estados y municipios y que a los gobernadores y alcaldes que no les gustara podían no aplicarlo. 

“No van a aplicarse medidas coercitivas. Este plan es de aplicación voluntaria, primero, confiando en la responsabilidad de la gente y también garantizando las libertades. Si hay una autoridad municipal, estatal, que de acuerdo con las características propias de la región, de cada estado, decide no acatar este plan, no habrá controversia. No nos vamos a pelear, no vamos a dividirnos, no vamos a apostar a la separación”, dijo en un extraño gesto de tolerancia el presidente conocido por su beligerancia política. O sea que el mandato constitucional de máxima autoridad del Consejo de Salubridad General ¿es voluntario? 
La realidad es que detrás de la aparente tolerancia del presidente lo que hubo fue la advertencia que, casi de manera unánime, hicieron los gobernadores de todo el país en la reunión que tuvieron el martes, de manera virtual, con el gabinete lopezobradorista. Ahí, cuando los secretarios de Estado, encabezados por Olga Sánchez Cordero, les presentaron la propuesta de reapertura y reactivación que daría a conocer el presidente, los mandatarios de varios estados, no sólo de la oposición sino también los de Morena, se dijeron en desacuerdo con los lineamientos federales y amenazaron con desconocerlos y rechazarlos si se les imponían como obligatorios para todas las entidades. 

Enterado de eso, fue que López Obrador decidió hacer su presentación y dejar al libre albedrío de cada estado la aplicación o no del calendario y el sistema de reapertura, apelando a las diferentes condiciones regionales que sí existen en la pandemia. Y con base en eso y en la desconfianza o el abandono que muchos de ellos reclaman a la Federación en medio de esta crisis sanitaria y económica, varios gobernadores ya empezaron a trazar sus propios planes de reapertura y han dicho que no se apegarán a las fechas ni actividades marcadas por el gobierno federal. 

Así que no sabemos todavía cómo y cuándo va a terminar esta pandemia en México; desconocemos cuántos mexicanos más se contagiarán y morirán una vez que comience el regreso a la “nueva normalidad”, sobre todo porque somos una sociedad a la que le cuesta mucho seguir normas, protocolos y cambios que serán necesarios y hasta vitales en la vuelta a la cotidianeidad. Ignoramos también con exactitud de qué tamaño será el impacto que el Covid nos dejará en la economía, en la pérdida de empleos  y en el aumento de la pobreza y la delincuencia e inconformidad que todo eso traerá. 

Pero lo que sí sabemos es que, fieles a nuestra historia y a nuestra idiosincrasia, los mexicanos, al menos en lo político, lejos de unirnos para enfrentar esta terrible crisis histórica nos dividimos y confrontamos todavía más, acentuando la polarización que ya veníamos arrastrando y con la responsabilidad de casi todos los actores, empezando por el presidente, que no paró de confrontar y atacar desde sus mañaneras en estos tiempos díficiles e inciertos, y siguiendo con opositores, críticos, empresarios y otros sectores que se sumaron al juego de la división. Y una buena expresión de esta desunión es hoy esta República Federal, fragmentada y disfuncional, donde al presidente y a su gobierno los estados ya no le hacen caso y cada quien actúa como lo entiende y de paso, con los mexicanos asustados en medio de todo esto, jalan aguas para sus respectivos molinos.


NOTAS INDISCRETAS…


El clamor de los gobernadores por que la Federación les entregue más recursos extraordinarios para enfrentar esta pandemia, porque hasta ahora han tenido solo el presupuesto ordinario con el que han tenido que hacer malabares para una emergencia que no estaba prevista en los presupuestos de este año, se escuchará hoy, de manera remota, en la reunión virtual que tendrá el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, con los 31 goberbadores del país y la jefa de Gobierno de la CDMX. Si la reunión del miercoles con la parte política del gabinete dicen que estuvo ríspida y jaloneada, tanto que el presidente decidió hacer “voluntarios” sus planes de reactivación, la de mañana con Herrera amenaza con tormenta porque se trata de dineros que el presidente ha presumido tener en exceso y suficiencia para enfrentar esta contingencia y los gobernadores dicen, exigen, que “si los tiene como dice, que los comparta”…Se baten los dados. Serpiente. Descendemos. 

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