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Han pasado casi 40 años del episodio japonés pero, desde entonces, las poblaciones de caracol no se han recuperado del todo. Ahora, se enfrentan a la devastación causada por el turismo, su uso gastronómico, la contaminación y el cambio climático, actividades que tienen “bajo presión” a la especie, dice Omar Gordillo Solís, director del Parque Nacional de Huatulco.
El nombre científico del caracol púrpura es Plicopurpura pansa y su hábitat se extiende en las zonas rocosas de Huatulco. El codiciado tinte se produce al exponer los fluidos del molusco a la luz y al oxígeno.
Para hacerlo usan una estaca de madera de hasta un metro que toman de la raíz del mangle. Con ella desprenden el caracol de la piedra, el cual suelta un líquido transparente y posteriormente una sustancia blanca, como mecanismo de defensa ante los depredadores. Estas sustancias son las que los tintoreros esparcen sobre la madeja de algodón, previamente enredada en una de sus manos. Al contacto con la luz solar y el oxígeno, el algodón va tornándose de blanco lechoso a amarillo, luego se hace verde y finalmente, color morado.
Con vida, el caracol es devuelto a la piedra en una parte donde haya sombra y humedad, con el objetivo de que vuelva a su hábitat. Los tintoreros obtienen las prendas púrpura y el molusco no es inmolado.
Mauro Avendaño tenía 15 años en 1956, cuando aprendió la técnica de teñido por uno de sus tíos. Para aprenderla caminó ocho días, desde Pinotepa de Don Luis hasta Puerto Ángel, en busca de ejemplares. “A mí me enseñó un tío, con él me fui caminando, entonces no había como irse, transporte, comunicación; a la primera parte donde yo llegué es Puerto Ángel”, relata.
Mauro cuenta que entonces había mucho caracol. Dice que en un día teñía cuatro madejas de algodón de 250 gramos y en cinco días regresaba a Pinotepa de Don Luis con 20 madejas, cada una teñida con 300 caracoles púrpura. Ahora, explica, pueden pasar hasta 15 días buscando a los moluscos y regresar sólo con cuatro madejas.
La escasez de la especie, dice Mauro, se ha traducido en encarecimiento de las prendas, pues una madeja de 250 gramos, que alcanza para varias blusas o un huipil, puede costar unos 10 mil o 12 mil pesos.
“Cuando había mucho caracol, los enredos eran de caracol combinado con seda de la mixteca alta. Hasta le vendía a los gringos, le vendía hilos a Italia, le mandaba 10 a 15 madejas”, asegura el tintero.
La disminución de poblaciones de caracol no es sólo una idea de los tintoreros. De acuerdo con la Conanp, las 18 áreas coralinas en las que habita el Plicopurpura pansa enfrentan problemas ambientales, principalmente por el uso humano.
La comisión señala que actividades como la natación, buceo, moto acuática, pesca artesanal, esnórquel, así como el trabajo de los tintoreros mixtecos y la oferta de restaurantes representan un daño potencial sobre las comunidades coralinas, pues generan sobreexplotación de los recursos pesqueros y contaminación.
Una de las amenazas a las que se enfrenta la especie en la región es la extracción que realizan los “piedreros”, pescadores que se dedican a la extracción de moluscos como la lapa, la lengua de perro y el mismo caracol púrpura para venderlos como alimento a los turistas.
“Si tú vas a la playa te pasan ofertando ostión, lengua de perro y en realidad no sabes lo que estás comprando. Mientras más turistas compren esta especie para comerlos, vamos a tener mayor presión por los ‘piedreros’ para ir a extraer los moluscos”, explica Gordillo Solís. Eso genera una competencia con los tintoreros, la diferencia es que ellos (los tintoreros) lo manejan racional y sustentablemente, apunta. Otra de las amenazas es la contaminación provocada por el incremento de actividades turísticas en playas como El Maguey y La Entrega, entre otras de las Bahías de Huatulco; contaminación orgánica, por la falta de manejo del agua que provoca que los desechos se vayan directamente al océano, y por la basura que llega de altamar.
A ese escenario adverso se suma el calentamiento global, pues el ecosistema donde habita el caracol, sujeto a periodos de humedad, sufre aumento de temperaturas y desecación en las rocas y altera las corrientes marinas generando más golpeteo del mar hacia su hábitat; no obstante, Gordillo Solís señala que aún debe investigarse el impacto en las poblaciones del molusco.
La baja de las poblaciones de caracol también se ven reflejados en la disminución de tintoreros de Pinotepa de Don Luis. En 1995, cuando crearon la asociación Grupo Tintoreros de Caracol Púrpura, eran las 24 personas que conservaban la tradición; actualmente sólo son 15 y sólo cuatro más están aprendiendo la técnica, todos hijos de los mismos tintoreros.
Con el fin de preservar esta tradición prehispánica, los tintoreros han tomado cartas en el asunto. Decidieron únicamente explotar el caracol púrpura durante seis meses al año, entre octubre y marzo. El resto del tiempo detienen su actividad para permitir la recuperación del molusco y su reproducción, medida que golpeó sus ganancias.
“Nosotros no generamos dinero porque sólo son seis meses de trabajo, de octubre a marzo, porque en abril se pone muy resbalosa la piedra, crea algas. Y peor en mayo, ya se está reproduciendo el caracol”, dice Mauro Avendaño, quien en 2015 ganó un reconocimiento por conservar y proteger el molusco, mediante técnicas tradicionales de bajo impacto al ambiente.
Además, para lograr la sustentabilidad, los tintoreros se turnan cada mes para teñir sus madejas de algodón: van de dos en dos por periodos de ocho a 15 días, pues cada vez es más difícil encontrar el caracol.
“Teñir con caracol púrpura sólo se mantiene para preservar nuestra cultura y para aquellos que le dan valor y se admiran de su pintura”, afirma el tintorero.
Lo dice convencido, aunque con sus palabras expresa impotencia por la disminución de las poblaciones de la especie y porque cada vez más el caracol se usa como alimento gourmet, pese a los esfuerzos de los tintoreros por conservarlo.
“Antes nadie se lo comía. Había mucho caracol”, se lamenta.