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Ella, al igual que decenas de mujeres, durante décadas quemó sus artesanías al aire libre, en contacto directo con el fuego, sufriendo quemaduras en su rostro, cabello y cuerpo, e inhalando el humo tóxico que producía la incineración de 500 kilos de leña en cada ocasión.

Además del horno que ahora emplean Macrina y las otras artesanas, en el país existen otros cinco similares, todos elaborados como parte de un proyecto que busca reducir las emisiones contaminantes que afectan al medio ambiente y a la salud de los artesanos.
El primer horno tuvo un costo de 300 mil pesos y, a fin de elaborar más para expandirlos en todo el país, fue capacitado otro especialista, también de origen japonés, llamado Yusuke Suzuki, quien adaptó el diseño para disminuir su costo, con la finalidad de hacerlo accesible para más artesanos del país.

Además del que poseen Macrina y las otras artesanas, la fundación ha empezado la construcción de un segundo horno de este tipo en el municipio de Ocotlán de Morelos, y prevé con sus propios recursos hacer cinco más en la entidad durante un periodo de 10 meses, para así beneficiar a más artesanos.
Macrina, quien aprendió de su madre desde los ocho años, es principalmente quien se ha encargado de difundir sus artesanías fuera de Oaxaca y de México. La historia de esta mujer de 49 años está contada en libros internacionales, y tanto ella como otras integrantes de su equipo han expuesto sus creaciones en galerías y museos como el MoMA. Aunque a Macrina le enorgullece el éxito alcanzado, asegura que anhela que más naciones conozcan el barro rojo.

“Queremos abrir nuevos mercados a diferentes partes del mundo, echándole ganas se va a poder”, dice firme una de las zapotecas que cambió el trueque de artesanías, como acostumbraban sus abuelos, por la comercialización.
Actualmente, las 11 mujeres distribuyen piezas con diseños innovadores a restaurantes de Oaxaca y del país, además le producen a tres diseñadores, dos mexicanos y uno francés.
Alberta Mateo Sánchez, de 55 años, es otra de las artesanas quien en el año 2000 pisó por primera vez tierras extranjeras, gracias a su dedicación al barro.
“Le pido a Dios que venda luego, porque yo vivo por mi trabajo, yo como, visto por mi trabajo, cuando veo mi trabajo tengo fe y le pido a Dios que venda luego”, narra.

Es por esa dependencia del barro rojo que estas artesanas zapotecas han visto su vida y oficio transformado gracias al horno que no produce humo.
“Nos está cambiando en toda nuestra forma de trabajar, antes pasábamos el día sin comer por estar ahí con las piezas y ahorita, felices porque aún con lluvia quemamos, estamos contentas, platicando y todo, ya no es como antes”, dicen las mujeres.
Los beneficios no sólo han sido en la reducción del daño a la salud, sino además en la economía y la disminución de las afectaciones al medio ambiente, porque a diferencia de antes, ahora requieren de menos leña para trabajar.
De los más de 500 kilos que usaban anteriormente por cada quema, que a la semana podían repetirse hasta cuatro veces, ahora sólo emplean unos 150 kilos, explica Elia Mateo Martínez, otra de las artesanas zapotecas.
Emocionada, Elia detalla el funcionamiento de este horno. Dice que aunque se le llama “horno sin humo” en la práctica se trata de un mecanismo que produce la suspensión en el aire de las partículas emitidas de la combustión, la diferencia, explica, es que el humo que se produce es en menor cantidad y color blanco. “Es la chimenea la que hace que no salga el humo”, indica.

En el nuevo horno, que puede alcanzar temperaturas de mil grados centígrados, las mujeres pueden quemar hasta mil piezas en tan sólo dos horas, calentándolo sólo a 800 grados, calor necesario para la cocción del barro. Además, ahora el color rojo resalta de una manera más uniforme y brillante en cada una de las creaciones.
Érick Chávez Santiago, coordinador de Arte Popular y Proyectos Productivos de la fundación Alfredo Harp Helú, también destaca que el horno, al ser sostenible, también potencializa el rendimiento de la leña usada como combustible.
“El horno, a simple vista, tiene una campenaria, pero toda la base es una parrilla que se construye con tabiques, en la parte posterior hay una salida donde se instala la chimenea de nueve metros de altura, y hace la función como si fuera un popote, tiene tanta fuerza de aspiración que maximiza el uso de la leña, y el aire está generando más fuego que humo”, explica.
Destaca también los beneficios de esta innovación, que además de las ventajas al medio ambiente, como que funciona sólo con la poda de los árboles y que reduce las emisiones contaminantes, también beneficia a la salud de las alfareras y sus familias, pues disminuye la posibilidad de contraer enfermedades de las vías respiratorias.
Pero sobre todo, dice, se trata de una forma de facilitar la labor de estas mujeres que conservan la tradición de la alfarería en los Valles Centrales y la expanden por todo el mundo.

“Yo me siento orgullosa, contenta y emocionada al ver que estoy logrando mi objetivo de dejar mis piezas de calidad, al estar elaborando yo siempre me inspiro en mi madre porque ella fue quien me inculcó esto; siempre, al trabajarlo, sus palabras están en mi mente”, expresa Elia, una artesana de 38 años y una de las más jóvenes del grupo.