Aquí nacen los huipiles que se lucen en la Guelaguetza
Celia borda los atuendos para las bailarinas de Flor de Piña, busca que con sus creaciones se reconozca la cultura chinanteca
![](https://oaxaca.eluniversal.com.mx/sites/default/files/styles/detalle_nota_1080x666_v22/public/2018/07/11/img_9660_0.jpg?itok=VFx5oEEf)
Por más de cuatro décadas, Celia Jacobo Ortiz ha vestido a jóvenes de la delegación Flor de Piña de Tuxtepec, que baila cada año en las fiestas de la Guelaguetza, en la capital del estado.
En cada puntada de color o de luto, la mujer de 65 años, deja parte de su vida en los huipiles de esta tierra de la cultura chinanteca, en la región de la Cuenca, son prendas que alegran la vista del bailable.
Es desde lo alto de la rotonda de las Azucenas, en el auditorio Guelaguetza de la ciudad de Oaxaca, donde la majestuosidad del baile y la belleza de los huipiles dan muestra de lo que esta región posee.
Celia deja por un instante el bordado de un huipil para explicar la alegría y orgullo que siente cuando ve a las jóvenes bailar con los trajes que nacieron de sus manos, a los que dedicó mañanas, tardes y noches durante cuatro meses o más.
Pero cada desvelo y cada minuto valen el esfuerzo para que los huipiles salgan de su casa con la esperanza que algún día la cultura chinanteca sea reconocida en todo el país y el mundo a través de estas prendas... es su mayor sueño.
Herencia en vida
La artesana aprendió el bordado desde niña sólo con ver como trabajaba su abuela y su madre, así ocurrió con uno de sus hijos.
Celia está en proceso del último huipil que entregará a una de las integrantes de la delegación Flor de Piña, de Tuxtepec, de la que también ha disfrutado sus presentaciones desde el cerro del Fortín.
Aunque su memoria es lúcida a cualquier detalle de los diferentes bordados que puede elaborar, la mujer no duda en darle un vistazo, de repente, a lo que queda de los antiguos huipiles que conserva de su abuela y su madre, unos de hasta 160 años de antigüedad.
Es el árbol de la vida con hojas de tabaco, el centro de algunos huipiles, la maceta de 15 años o flores de mujer adulta, las que también dan vida a las prendas; todas ellas, asegura la artesana, ya sólo se pueden ver en lo alto de los montes a causa de la urbanización.
Celia Jacobo presume que los huipiles de Valle Nacional, municipio de la Cuenca, no sólo son bellos por sus colores, sino por las historias que se pueden contar a través de ellos, como el huipil de boda que luce al centro la maceta de casamiento (así conocida por la cultura chinanteca), con dos palomas que resaltan el amor, el enlace de la pareja, la comunión religiosa y las flores que simbolizan la alegría por el embarazo de la mujer.
Por amor al arte
Celia ya no está sola en esta entrega, desde hace dos años la acompaña su nuera Juana Fercano Pérez y, en ocasiones, su hijo Braulio.
Ella ya no puede utilizar el telar de cintura, como era común para realizar los lienzos de algodón, en los que también dedicaba más de un mes de trabajos para concluirlos.
Desde hace dos años, aproximadamente, perdió su pierna derecha tras complicaciones de múltiples caídas, una de ellas mientras se encontraba en el cultivo de café.
“No soy ni la primera ni la última persona a la que le falte una pierna”, expresa la mujer con firmeza para decir que no se deprimió, al contrario, asegura que encontró el lado positivo, pues ahora dedica mayor tiempo a sus bordados y hasta para confeccionar otras prendas estilizadas.
De la elaboración de huipiles no se vive, apunta la mujer mientras avanza en el bordado del árbol de la vida que nace en el centro de un huipil de luto, aquel que se elabora sólo con hilos de color negro y rojo.
Desde joven, la artesana entendió que dedicarse a los huipiles también la obliga a buscar otros ingresos, pues en el tiempo de elaboración, que es de cuatro meses aproximadamente, más su venta, no contaba con los recursos económicos suficientes.
Por esta razón optó desde hace varias décadas, junto a su esposo que ya falleció, también dedicarse a la venta de carne de cerdo y tamales, además de tener cultivos para el consumo propio.
Aunque nunca ha acudido a una expoventa dedicada a las artesanías, se siente orgullosa de que su trabajo es recomendado por las mimas bailarinas y profesores de danza para vender sus prendas.
Miedo al plagio
Celia es feliz bordando y lo piensa hacer hasta el día que la vista se lo impida o muera, al que no quiere llegar sin tener la satisfacción de ver que los huipiles de Valle Nacional salgan en televisión, como algunas prendas de otras regiones de Oaxaca.
También teme que ante su popularidad puedan ser objeto de la piratería, “de que los chinos le copien”, como ha escuchado que ocurre con otras prendas de Oaxaca; lucha también contra los revendedores, que sin esfuerzo ganan más que las propias artesanas.
Ella se siente desorientada en los procesos para proteger sus obras; en cómo o dónde pedir apoyos institucionales para impulsar su trabajo o cómo participar en expoventas, por eso en cada hilo de los huipiles para la Guelaguetza Celia borda la esperanza de que los ojos del mundo volteen a Valle Nacional, y con el tiempo también reciba a los turistas.