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Con el inicio de este año, comenzaron las fiestas como bodas y mayordomías. “Por eso acabo de hacer esta enorme olla que se irá al poblado de La Mata (en Asunción Ixtaltepec), porque ahí van a preparar un platillo típico, conocido como “estofado”, que consiste en un gigantesco amasijo de carne de res, aderezado con chileancho y decenas de especias”, explica el alfarero.
“Las mujeres totoperas y las que hacen tortillas para vender no podían esperar más tiempo. Ellas también necesitaban trabajar para ayudar a la economía de la familia y entonces caminamos con ese mismo ánimo de trabajo, y en medio de las dificultades que nos dejó el terremoto; ahora ya estamos produciendo los jarros, las ollas, las canastas y los cántaros que se regalan en las fiestas”, comenta.
Una parte significativa de la casa de Álvaro se desplomó, al igual que el techo que protegía sus tres hornos de las lluvias. Ya arregló todo con ingresos propios porque la tarjeta que le dieron de Bansefi para la compra de materiales “llegó sin dinero” y a la tarjeta para el pago de la mano de obra “sólo le metieron 5 mil, de 30 mil que el gobierno ofreció”.

Álvaro Cabrera, con más de 13 años como alfarero, oficio que aprendió de su padre, dice no tener tiempo para ir a reclamar el dinero para la compra de materiales. “Tenemos mucho trabajo y hay que recuperar el ritmo para que haya empleo para toda la familia. Sufrimos bastante en los primeros dos meses después del terremoto como para perder el tiempo”, asegura.
En el taller de Álvaro, que también sirve como centro de exhibición de sus piezas ya pintadas y listas para la entrega, trabaja el vecino que mueve con destreza el torno de madera donde confecciona los jarros, también labora el pariente que tritura el barro, prepara la masa y vigila el horno.
En el corredor habilitado como centro de exhibición de las piezas, colocadas en anaqueles metálicos y en el piso, dos jóvenes rematan con acabados de pintura las ollas, maceteros, jarros y canastas que lucen en sus costados flores de tulipanes, rosas, alcatraces y girasoles. “Estamos contentos porque ya recuperamos nuestro empleo”, expresan.
Álvaro explica que trabaja la alfarería en dos vertientes. Una para satisfacer las necesidades del mercado regional con la elaboración de ollas, jarrones, maceteros y cantaritos que se regalan en las fiestas que se realizan en las comunidades del Istmo y la otra, para las entidades de Veracruz, Puebla, Querétaro y Ciudad de México, donde piden muñecas de barro conocidas como Tanguyú y tinajas.
“Por fortuna, ya nos estamos reactivando. Seguimos elaborando hornos para la producción de totopos y tortillas, y estamos cumpliendo los pedidos que hace la gente; lo bueno es que la materia prima la tenemos en abundancia”, dice el alfarero y refiere que el barro que utilizan se extrae de unas minas ubicadas a unos 15 kilómetros, en el poblado de Chihuitán.
En la colonia Cantarito, los alfareros trabajan en dos ritmos: por un lado producen sus piezas artesanales y por otro, supervisan la reconstrucción de sus viviendas demolidas, tras el terremoto del 7 de septiembre que dañó ocho de cada 10 casas de esa comunidad zapoteca.