Al compás de ese son tradicional, ella faldea y gira su rostro que luce con flores en su cabeza. Él salta en cada tiempo de este baile representativo de la región Mixteca. Ambos cuerpos se acoplan a la perfección con un ritmo musical que ninguno de los dos puede escuchar, por eso su baile es aún más especial.
Desde niña ha expresado el gusto por bailar y anhela ser una artista. La hace feliz la danza y afirma que esta condición no se lo impide.
“Los sordos también podemos bailar, y por eso quiero bailar en público para que la gente vea que todos podemos hacerlo”, asegura.

Ella es parte de los ocho alumnos de este grupo instruido por la profesora de danza folclórica Lili Sánchez Hernández, quien sin saber lenguaje de señas empezó a compartir con sus alumnos sus conocimientos.
“Se me hizo una necesidad para comunicarme con ellos, porque yo no sabía absolutamente nada y para enseñarles tuve que aprenderlo [el lenguaje de señas] y ellos me estuvieron enseñando. Las cosas básicas las sé gracias a ellos, a mí se me complica ir a clases por costos y por tiempo, pero dos de ellos son los que me enseñan a mí.
Ahí va, porque aún no lo sé al 100%”, platica Lili, quien realiza su labor de forma altruista.
La docente cuenta que, aunque el grupo se consolidó en 2011, el proyecto nació cuando tuvo contacto por primera vez con personas sordomudas en un Centro de Atención Múltiple (CAM): “Yo no tenía la noción de cómo dar clases a personas con alguna capacidad diferente, pero me tocó dar clases en un CAM y ahí es donde conocí a jóvenes sordos. Me interesó al ver que tienen buen ritmo, son muy disciplinados y les gusta mucho bailar”, recuerda Lili.
Desde entonces, con manos y labios se comunica con los jóvenes y les enseña a bailar los sones de Oaxaca, y de todo el país, así como bailes internacionales y de salón.

“Dicen que sienten en el cuerpo la vibración de la música. Hay algunos que me dicen que en los pies lo sienten, otros que en los brazos y otros lo sienten en el pecho”, explica Lili.
El grupo crece sólo con el esfuerzo de los jóvenes, sus padres y la profesora, quienes buscan romper las barreras y compartir que, sin importar su limitante auditiva, también pueden disfrutar de la música y la danza. Y por ello es que sus ensayos son en espacios públicos, como la plazuela de la Casa de la Cultura oaxaqueña.
“No hay absolutamente ningún apoyo económico, ¿por qué?, bueno todo maestro que lleva un grupo de danza sabe que necesitamos trajes, pasajes, comida y ensayos”, explica.
Las horas pasan y Alejandra y Emanuel no se cansan, se sumergen en el breve tiempo y repiten una otra vez el Jarabe Mixteco. Mientras los asistentes, en su mayoría familiares, que perciben claramente la música, se acercan a ellos y se asombran de verlos danzar sin necesidad de oir el ritmo, Emanuel, lo único que dice con las manos es que siente paz al bailar.