Fueron jornadas de casi cinco horas diarias, durante 10 días, las que obligaron a los 20 participantes, procedentes diferentes entidades y de otros países, a expresar sentimientos y emociones a través de la improvisación.
“Esa es la primera lección. Partimos de ese punto, antes de la creación dancística, de las clases, escuchamos a nuestro cuerpo, imprimimos un poco de técnica y lo ayudamos a expandirse”.
“Los movimientos son parte de nuestra naturaleza; creo que la historia de la danza se inició desde la vida de los nómadas, cuando las comunidades tenían que abandonar lo que habían construido e irse, estar en constante movimiento”, dice el coreógrafo.
En su natal Maputo, capital de Mozambique, en África, Edivaldo practicaba desde niño, realizaba danzas rituales que tienen que ver con la cultura y las tradiciones.
“Eso es lo que quise transportar a la danza profesional. Hay muchos movimientos hermosos... a lo largo de nuestra vida se vuelven prioridad; el planeta se mueve y nosotros nos movemos”.
Para el artista es esta concepción, relacionada con la identidad, la que acerca a la danza africana con la mexicana, y particularmente con los bailes oaxaqueños: toda la carga emocional y cultural.
Edivaldo Ernesto se recuerda de pequeño escuchando música de James Brown y Michael Jackson. “Oía los tambores y quería saber qué estaba pasando ahí y ser parte de ello. Así empecé a involucrarme en las danzas tradicionales, primero dos días a la semana y poco a poco de tiempo completo”, relata.
Antes de convertirse en un bailarín profesional, el maestro de origen africano demostró su talento en la cancha de futbol y en la duela de basquetbol. Fue hace 20 años cuando encontró su camino en la danza, que hasta hoy le ha permitido visitar otros países, como España, Costa Rica, Italia, entre otros, donde ha compartido sus conocimientos sobre danza e improvisación.
En el taller fueron admitidos hombres y mujeres afines a la danza, pero todos con estilos propios que los distinguen entre sí.
“Yo veo algo en cada uno de ustedes, que me hace sorprenderme”, afirma el bailarín, mientras imparte la última hora de clase. Y sostiene que como en cada latitud del planeta, tanto el clima como la forma de vida son distintas, así las personas y su forma de expresarse a través del arte.
Sin embargo, parte de las enseñanzas de Edivaldo fue la capacidad de adaptación de los diferentes cuerpos y estilos a ritmos que van desde la música clásica, hasta el flamenco y el hip hop, sin perder la esencia individual.
“Se trata también de explorar la espontaneidad, de motivarlos a expresarse más allá de las coreografías, aún estando en un grupo... y que esa libre expresión pueda servir para explorar mucho más y disfrutar el ejecutar las danzas locales”, señala.
Sobre su visita a Oaxaca dice que se lleva lecciones sobre energía, felicidad y movimientos compartidos en las sesiones. Se confiesa fanático de la gastronomía local y la energía de la ciudad: “Me lo llevo para compartir en mi país”, concluye el bailarín.