Reconstruir bajo el ritual zapoteca en el Istmo
Asociación busca orientar a los damnificados con casas tradicionales para levantarlas conforme a la cosmovisión prehispánica y así hacer frente a la indiferencia del gobierno
La casa de Josefina Nicolás se construyó hace 170 años y representa la cosmovisión zapoteca del mundo, por lo que en ella reside una mezcla de ritualidad y espiritualidad. A pesar de sus años, la vivienda se mantuvo en pie, tras los sismos de septiembre que devastaron el Istmo de Tehuantepec y aunque dañada, puede rescatarse y ser habitada nuevamente.
Ubicada en la Octava Sección de Juchitán, la vivienda tiene la estructura arquitectónica prehispánica llamada bajareque, que consta de un armazón de pencas y madera que recubren una serie de horcones. Sobre el armazón se van colocando argamasa de lodo con la que se forman los muros y con esa misma mezcla se alisan las paredes.
Las casas zapotecas, por lo general, están orientadas hacia el norte, de acuerdo a las creencias espirituales prehispánicas.
A diferencia de esta casa de casi dos siglos, no todas las construcciones antiguas sobrevivieron. Elvis Jiménez López, representante de la organización Yó Bidó —casa sagrada—, estima que alrededor de 12 mil viviendas tradicionales fueron demolidas en la región, aunque gran parte aún podía rescatarse. La razón, explica Elvis, fue una mezcla de ignorancia, falta de sensibilidad del gobierno y temor de sus propietarios.
Sólo en Juchitán, el activista calcula que de las 16 mil viviendas demolidas, seis mil tenían la arquitectura tradicional. Según el censo que realizaron casa por casa, cientos pudieron rescatarse.
“Estamos hablando de 400 casas completamente destruidas que estaban en perfecto estado, que pudieron recibir solamente reparaciones y que en muchos de los casos, los dueños se vieron forzados a tirarlas por miedo”, afirma.
Elvis explica que la cifra sólo se limita a Juchitán, pero que en municipios como Unión Hidalgose perdieron muchas casas, mientras que en Ixtaltepec se derribó 100% de las construcciones tradicionales. En Santo Domingo Tehuantepec fue donde la gente se resistió un poco más a tirarlas.
La composición de las casas, desde dimensiones, altura, número de vigas y ventanas, así como la orientación de las mismas, conforma un ritual.
Preocupados por la pérdida de este legado, Elvis Jiménez y un grupo de arquitectos constituyeron Yó Bidó para brindar asesoría a las familias que perdieron su morada, sobre todo a las que tienen casas tradicionales. Este esfuerzo, dice Elvis, nació no sólo por la preocupación de preservar la arquitectura tradicional a nivel material, sino también por mantener su esencia, es decir, la información histórica y cosmológica que reside en cada una de ellas.
“Las casas tienen información que muchas veces no conocemos; también cumplen un sentido cósmico, pues hacen referencia a elementos relacionados con la cosmovisión de los zapotecas”, explica.
Basado en investigaciones del doctor Víctor de la Cruz, Elvis explica que la composición de las casas, desde dimensiones, altura, número de vigas y ventanas, así como la orientación de las mismas, conforma un ritual que sobrevivió desde la época prehispánica. “Nosotros no construimos para alojarnos solamente, lo hacemos para practicar nuestros rituales”.
Josefina heredó la casa centenaria de su suegra, quien a su vez la obtuvo de sus padres y ellos, de sus abuelos, por lo que reconoce su valor.
La composición ritual a la que se refiere Elvis se observa en las viviendas de dos piezas. A la principal se le llama Yó Bidó (Yó significa casa, hogar, origen; Bi es energía, movimiento, aire, y Dó es sagrado, inmenso, sublime, Dios), y la segunda es el corredor, donde sus habitantes pasaban el mayor tiempo. El Yó Bidó está dividido en tres niveles de manera horizontal y orientado hacia el poniente o norte: como la concepción del mundo mesoamericano dividido en tres niveles: arriba representa la bóveda celeste, el nivel medio es la tierra y el inferior es el inframundo; esto se repite en las casas.
Para ingresar a una de estas viviendas debe caminarse primero por el corredor, levantado sobre cuatro columnas que sostienen el mundo. La puerta de entrada a la pieza principal está ubicada al centro, directo a la parte que representa la tierra. Las vigas que cruzan el techo de la vivienda son 16, igual número que los meses de 16 días cada uno del calendario zapoteca y que al sumarlos daban 256 días.
Elvis Jiménez y un grupo de arquitectos formaron la asociación Yó Bidó para brindar asesoría a las familias que perdieron su morada.
Elvis explica que, por lo general, las casas zapotecas tienen una orientación de norte a sur, y que por ello los altares religiosos se colocan siempre hacia el norte, nunca al sur porque es el rumbo del inframundo.
Un crimen cultural
Josefina Nicolás heredó la casa centenaria de su suegra, quien a su vez la obtuvo de sus padres y ellos, de sus abuelos. La mujer está convencida de su valor por lo que está decidida a rescatarla, pero mientras obtiene los recursos, ella y sus dos hijos viven en una casa de campaña que le donó el gobierno de China. También ocupa un cuarto construido con la técnica bejereque por la organización Yó Bidó, la misma cuyo representante Elvis Jiménez, califica la demolición masiva de casas tradicionales en la región como un “crimen cultural”.
Lo anterior, señala, porque los gobiernos federal y estatal no planificaron ni tuvieron la sensibilidad de buscar otras alternativas y evaluar los daños con gente profesional.
“Solamente se abocaron a capacitar personal burócrata, si acaso un uno o dos por ciento de las personas que vinieron a hacer los censos tenían nociones de arquitectura. La gran mayoría eran burócratas, secretarias, afanadores que vinieron a determinar si era daño total o parcial. Ellos decidieron la demolición de construcciones que pudieron salvarse”, asevera Elvis.
Los materiales tradicionales son de naturaleza resistente, pero algunas tuvieron mayores daños debido a que no recibieron mantenimiento.
A ese desinterés por la arquitectura vernácula, Elvis suma la presión que ha ejercido la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), que obligó a las familias a derrumbar sus casas. “Se les obligaba bajo el argumento de que si no se tiraban no se les daría el apoyo de pérdida total y que si no había derribo de casas, tampoco habría otro tipo de apoyos. Ante el temor de perder ese tipo de apoyos, la gran mayoría de las personas tiró sus casas”.
Esa presión surtió efecto porque, dice Elvis, la mayoría de las familias cree que estas casas representan pobreza y atraso. Y tras la promesa de una casa nueva pagada por el gobierno federal, la gente optó por tirar sus casas y perdieron un patrimonio que en ocasiones tenía más de 150 años.
Cuando a Elvis se le pregunta si las casas zapotecas sucumbieron al sismo por esa misma antigüedad, lo rechaza de forma contundente. Dice que los materiales son de naturaleza resistente, pero que en muchos de los casos las casas no recibieron mantenimiento o tuvieron intervenciones con materiales ajenos a la arquitectura tradicional, afectando su estructura. “A l colocar un elemento rígido, como el concreto se provocó que en el momento del sismo la vivienda no tuviera la misma flexibilidad y sus daños fueran mucho mayores.
“Nosotros, desde el primer día del temblor, fuimos a recorrer las calles de Juchitán, hicimos un censo y registramos una gran cantidad de casas de este estilo, de esta técnica que estaban de pie, que tenían daños leves, daños ligeros, pero que se podían reparar”, detalla.
Y finaliza afirmando que con los 120 mil pesos recibidos de apoyo, muchas casas tradicionales se habrían rescatado y sobrevivido otros 100 años.