Violencia apaga la vida de la ciudad zapoteca de Juchitán
Tan sólo en una semana fueron ejecutadas cuatro personas y hasta un perro estuvo entre las víctimas

Apenas cae la noche sobre Juchitán y ésta comienza a apagarse de golpe, como si sus inquilinos, los hombres y mujeres de las nubes se escondieran a prisa. No es para menos, pues esta ciudad zapoteca sigue siendo una de las más violentas del país: tan sólo en cinco días de la última semana fueron ejecutadas cuatro personas, incluída una pareja que fue ultimada junto a su perro.
“Aquí, ni los animales se salvan”, comenta Roberto, un taxista de 60 años sobre el asesinato de la pareja a unas tres cuadras de donde se celebraba un evento del gobernador Alejandro Murat. Pese a los operativos y el blindaje, un doble homicidio sacudió el epicentro de la ciudad.
Roberto espera algunos pasajeros en la contra esquina del derruido palacio municipal. Su cuerpo está sobre el maletero del carro, frunce la cara cuando se le pregunta por qué ya no hay gente en la calle si el reloj apenas marca las siete de la noche.
Señala con su dedo los negocios que rodean el palacio. Todos están cerrados, salvo una zapatería multinacional y otros dos locales, pero si la vista se extiende a cuatro cuadras al norte o al sur, todo está muerto. Sólo se observan las luces intermitentes de los mototaxis, que son los que van y vienen, con y sin pasaje.
La poca luz acentúa la sensación de abandono. Dos horas más aguantará Roberto en el sitio. Cuando den las nueve de la noche se retirará, sólo quedarán esperando pasaje unos cinco mototaxis, los únicos que se arriesgan a prestar el servicio público.
Antes del sismo, los taxis prestaban servicio hasta las 12 de la noche y los comercios cerraban hasta después de las nueve. En el parque central, los novios y las familias se mantenían hasta la media noche también y las vendedoras de comida típica, hasta las cuatro de la madrugada. Ahora no hay nada de eso: la violencia complicó la convivencia en los espacios de la ciudad.
“La violencia lo vino a fregar todo”, dice sin titubeo Roberto. No le falta razón. Cada que la ciudad es escenario de una nueva ejecución, la gente ya no sale y el comerció los reciente. Los dueños de bares son los más afectados. Dicen que luego de un asesinato, durante dos días registran una caída en las ventas. No importa que el crimen se haya registrado en alguna de las 100 colonias que conforman el cinturón de miseria de Juchitán.
Ni los actos religiosos tienen gente
Son días de guardar para los zapotecas, es Cuaresma, días previos a Semana Santa. A media cuadra del parque, en la ermita de la iglesia del Señor de Exaltación se celebra una festividad católica que luce semi vacía. Las vendedoras de velas corren al encuentro de los feligreses, son muchas para pocos visitantes.
Una funcionaria del IMSS, comenta que la ausencia de personas a la festividad se debe a la violencia. Otra funcionaria del gobierno estatal responde que no es normal y llegan a la conclusión que la doble ejecución de ese día obligó a la gente a no salir.
A unas cuadras de ahí, en la Quinta Sección, específicamente en la Calle Roque Robles, las casas están completamente cerradas y los vecinos inquietos. Esa mañana, en una de las viviendas de esa misma cuadra fue ejecutada una pareja. Fue tanta la saña que hasta a su perro le tocó un balazo y quedó tendido en la entrada.
No es la primera vez que esa calle es escenario de una ejecución. Hace tres años, un comando ejecutó a tres personas. Ahora, la tranquilidad se volvió a alterar, al igual que en toda la ciudad. Una ciudad que apaga cuando la noche cae, donde no hay patrullajes y donde se vive con miedo a las balas que ya no respetan ni a los perros.