Migrantes trans: Buscan un paraíso tolerante que no existe
Centroamericanas, que huyen de la violencia, buscan en México refugio para avanzar o reiniciar su vida

Christy está casi segura que logró huir de una red de trata de personas. Cristian Ponce, para el Instituto Nacional de Migración (INM), pero Christy para el resto del mundo, es una hondureña transexual de 24 años y forma parte del éxodo migrante que atraviesa el territorio nacional en tiempos donde los centroamericanos son peor recibidos que nunca.
Por ello, le extrañó que una desconocida le ofreciera a ella y a otras cinco chicas comprarles boletos de autobús de Chiapas a la Ciudad de México, con la promesa de que una vez ahí les darían trabajo en hoteles o restaurantes.
“La verdad, para avanzar en el camino, acepté, pero luego analicé que no era normal, ni por buena gente que fuera la señora nos compraría los boletos. Afortunadamente, hubo una redada en una garita en Tapanatepec y nos detuvo la migra”, agradece a Dios Christy y completa: “Quién sabe qué fin tuviera. Seguro y muerta, tirada por allí sin órganos”, reflexiona.
Originaria de Choloma Cortés, Christy fue violada en varias ocasiones en su pueblo, en todas salió viva de suerte. Luego, su única opción fue el trabajo sexual. Irse de Honduras, dice, fue como salir de un infierno, al cual no piensa volver, así que México es un paraíso de esperanza y su ruta de escape de una vida de pesadilla.
Aunque Christy tiene como meta los Estados Unidos —ahí la espera una amiga de su pueblo Choloma Cortés—, si las cosas no se concretan, está dispuesta a comenzar una nueva vida en la Ciudad de México. Le contaron que en la capital del país le pagan muy bien a las cocineras, ella no lo es, pero en la cocina quiere olvidar su pasado de prostitución obligada.
Violentadas, 9 de cada 10 trans
El termómetro marca 38 grados centígrados, pero el cuerpo indica que el sol abrasa con una sensación de 40. Los migrantes buscan aligerar el calor en los pocos espacios frescos que existen en el albergue Hermanos en el Camino, de Ciudad Ixtepec, debajo de los árboles, en la capilla, el comedor, los lavaderos y el corredor de las habitaciones de mujeres e integrantes de la comunidad LGBTTT.
Es precisamente en el piso de este lugar donde descansan Mía, Alondra y Christy, tres mujeres transexuales que mitigan el calor y la ociosidad peinándose, platicando y durmiendo. La que menos tiempo tiene aquí lleva apenas una semana; Christy, en cambio, lleva más de un mes, pues está en espera de que el INM le tramite un permiso temporal para estar por un año en territorio nacional.
Ella huyó de la violencia y la falta de oportunidades en Honduras, como 92% de migrantes transexuales que llegan a este albergue de Ciudad Ixtepec, según los registros de la dirección. En el refugio que creó el clérigo Alejandro Solalinde Guerra, de mil 200 migrantes que llegaron en los primeros 15 días de mayo, 17 eran transexuales. Se trata de una cifra precisa, pues en este albergue no se les registra como hombre o mujer, sino como migrante trans.
“Desde que llegamos nos registran como somos, trans. Luego nos dan un lugar especial, no nos colocan en la habitación de los hombres, porque no todos nos respetan, así que hasta tenemos nuestro propio baño. Aquí es donde mejor nos tratan”, comenta Mía Monserrat, otra de las chicas que espera ansiosa que el INM la llame a sus oficinas en Salina Cruz para dar trámite a su petición de asilo.
En el edificio que les es asignado y que comparten con mujeres y niños existe un baño es exclusivamente para ellas. El albergue evita que sufran discriminación o acoso en el interior del inmueble, como sí lo sufren en el trayecto o en las caravanas.
Las tres chicas se conocieron en una de las caravanas que estaba estancada en Chiapas, donde se agruparon para avanzar más seguras hacia el interior del país. Llegaron a ser 12 , pero conforme fueron adentrándose, el grupo se redujo. Algunas fueron detenidas en operativos de migración, otras esperan su visa humanitaria.
No hay oportunidades
Mía es la que más habla de las tres. No titubea al decir que en su país, también Honduras, la transfobia es más fuerte que en México, al menos eso le han contado, así que a sus 21 años decidió unirse a una de las caravanas. No tiene nada qué perder, dice que si regresa las pandillas la matan, así que no tiene opción, sólo avanzar.
En su país no tuvo grandes oportunidades, apenas ganaba mil 500 pesos al mes como capataz en una plantación de Palma África. No tiene estudios, sólo sabe algo de estilismo, así que de lo único que está convencida es que no le puede ir peor en México. Asegura que aunque su objetivo es Nueva Orleans, mientras, sobrevive mesereando en las poblaciones a las que llega en su trayecto.
“La discriminación es muy fuerte en Puerto Cortés, comenzando con la familia. Allá las trans no tienen mucho futuro, sólo ser explotadas por las pandillas, en la prostitución, violadas y muertas. Yo me fui porque no quise vender droga de las pandillas, así que ni de chiste regreso. Aquí, por lo menos, hay esperanza de comenzar algo nuevo en este país que me ofrece un permiso humanitario porque huyo de la violencia de Los Maras”, comenta Mía Monserrat, quien no se aleja del albergue. No puede avanzar hacia otro estado hasta lograr que el gobierno federal le conceda la visa humanitaria, si lo hace pierde la posibilidad de trabajar y transitar libremente por México durante un año.
Protección internacional
En noviembre de 2018 llegaron hasta la frontera de Tijuana los primeros 78 migrantes integrantes de la diversidad sexual, incluidos trans y homosexuales que entraron a México en caravana, así que este dato les da ánimos y paciencia a Mía, Christy y Alondra, las chicas del albergue en Ciudad Ixtepec.
Para el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), los niños, las niñas, las mujeres embarazadas, las personas de la comunidad LGBTITT y los adultos mayores son identificados como personas que necesitan de protección internacional, y por eso la atención especial que se les da si huyen de la violencia, como Christy y Mía.
Cuando un migrante es asegurado por el INM, puede presentar su caso de petición de refugio y se turna a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), luego son trasladados a algún albergue cercano, mientras espera el veredicto hasta un periodo de tres meses; fue así como Christy llegó a Ciudad Ixtepec.
Sin tener un registro de cuántas trans están en espera de recibir una visa humanitaria, la COMAR tiene registro de 24 mil 424 solicitudes de refugio hasta mayo de 2019. La lista la encabezan los hondureños, le siguen los salvadoreños, venezolanos, cubanos, guatemaltecos y nicaragüenses.
La Secretaría de Gobernación (Segob) informó que en este año se tiene contabilizado el ingreso 144 mil personas extranjeras al país, a diferencia del año pasado que se tenía un conteo de entre 30 mil y 40 mil personas. De acuerdo a las cifras de la Patrulla Fronteriza estadunidense, sólo en febrero de este año cruzaron de manera ilegal 76 mil personas.
México no es un paraíso trans
Lo que Christy, Mía, Alondra no saben es que México está lejos de ser ese paraíso que les contaron. Por cuatro años el país ha ocupado el segundo lugar mundial por asesinato de mujeres trans, según datos del Observatorio de Personas Trans Asesinadas, que recolecta, monitorea y analiza estos crímenes. Hasta noviembre de 2018, la cifra era de 71 asesinatos, 15 más que en 2017. En 10 años van 408 casos, según la organización Transgender Europe.
Enrique Godínez, director de Políticas Públicas y Diversidad Sexual del municipio de Juchitán, coincide en que México está lejos de ser es paraíso de tolerancia para los integrantes de la comunidad LGBTTT y aún menos el estado de Oaxaca o el Istmo de Tehuantepec, pues aquí los crímenes de odio terminan siendo casos archivados por las instancias de justicia.
“Las hermanas trans de Centroamérica también se encontrarán con mucha violencia, hasta explotación y tráfico. México es un país peligroso para trans y no trans”, reflexiona el también líder de la comunidad muxe.
“¿En la Ciudad de México a cuántas hermanas no han asesinado y no hay un sólo culpable? Aquí suman cinco crímenes de odio en 10 años y algunos delincuentes están libres. No hay justicia”, dice el funcionario con un tono que no deja duda. Aún así, Christy y las otras prefieren aferrarse a la posibilidad de este paraíso. Con que no sea el infierno, dicen, les alcanza.