Juchitecas orgullosas de vivir y soñar en zapoteco

Esperanza e Ignacia son comerciantes monolingües

Ignacia y Esperanza sólo hablan el diidxazá, no fueron a la escuela, pero eso no les impidió dedicarse al comercio en un contexto bilingüe. (ROSELIA CHACA. EL UNIVERSAL)
Especiales 21/02/2019 09:29 Roselia Chaca Juchitán de Zaragoza, Oaxaca Actualizada 13:18

Ignacia y Esperanza ríen estentóreamente. Sin pena, sin inhibiciones, con plena libertad. Hermanas, comerciantes, abuelas, juchitecas, damnificadas del terremoto, pobres, mujeres que viven y sueñan en su lengua nube, el diidxazá (zapoteco): mujeres monolingües.

Ignacia Luis Ramírez tiene 78 años, es 10 años mayor que su hermana Esperanza. Al ser la mayor de 10 hermanos fue la encargada de cuidarlos, de apoyar a su madre en la casa, sólo los hombres tuvieron derecho a educación, así que ella no sabe leer ni escribir, pero eso no fue impedimento para dedicarse al comercio, un espacio prácticamente dominado por el bilingüismo.

Catorce años como vendedora de huaraches en el pueblo de Santo Domingo Tehuantepec, a media hora de Juchitán su tierra. Es una comerciante informal, en la banqueta de una casona en el centro de Tehuantepec coloca sus productos artesanales y espera que el día sea bueno.

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Los clientes siempre le hablan en español, ella aprendió por necesidad a entender el “¿Cuánto cuesta?” ¿Cómo te llamas? y ¿De dónde eres? La respuesta siempre es la misma: 100 pesos, Ignacia y de Juchitán. Si la conversación avanza, ella sólo los observa y ríe, pero no apenada, sino pícaramente. El cliente siempre termina riéndose con ella y comprándole.

“No sé ni la O por lo redondo, pero sé vender ¿Qué más quiero? vender es lo que me da de comer, vendo lo mismo huaraches que frijol. No dependo de mis 7 hijos y 18 nietos. Nunca he tenido tanta necesidad de saber el español, para qué, con lo que sé me basta para tomar todos los días un camión y llegar hasta Tehuantepec o Salina Cruz. Gracias, sí y no es lo único que sé decir y san se acabó. Entiendo muy poco español, con eso es suficiente para traer dinero a mi casa”, explica en su lengua madre mientras su hermana ríe con ella.

Esperanza asienta con la cabeza aprobando lo que Ignacia cuenta, ella también es monolingüe y ríe cuando sus clientes le hacen conversación más allá del “¿Tiene atole señora?”. Esta zapoteca es vendedora de atole de maíz desde hace 30 años, tampoco fue a la escuela, aunque entiende y su vocabulario en el español es un poquito más amplio que la su hermana, ella asegura que sólo piensa y habla el zapoteco.

“¿Aquí con quién voy hablar el español? A mis nueve hijos los crié en zapoteco, pero ellos sí hablan el español fuera de la casa, aquí hasta a mis 12 nietos les hablo en zapoteco, ellos me contestan en español porque no lo hablan, pero es por culpa de sus papás que no los obligan. Toda mi vida sólo he conocido el zapoteco, porque es el idioma que mi madre me enseñó desde que tomaba pecho, pues no conozco otra, el español sólo es para decir sí cuando me preguntan –¿Señora tiene usted atole?” y se suelta una carcajada que la hace inclinarse de su silla.

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Ignacia y Esperanza forman parte de las 53 mil habitantes de Juchitán que aún hablan su lengua madre según los datos del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (Inegi), ellas no tienen la menor idea de que este día se celebra a nivel internacional las lenguas indígenas como la que ellas tienen como primer y único idioma, con la que comprenden el mundo, con la que bendicen, sueñan y también maldicen, la que sus nietos se niegan hablar.

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