Pirotecnia, acostumbrarse a vivir en peligro

Especiales 21/06/2018 10:06 Juan Carlos Zavala Asunción Nochixtlán, Oaxaca Actualizada 09:35

Ernesto Cruz lleva más de 35 años fabricando los artificios, bajo los estándares de seguridad de Sedena

Fotos: Edwin Hernández / EL UNIVERSAL

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Fotos: Edwin Hernández

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Aunque en el imaginario popular las coheterías son una bomba de tiempo que operan en la clandestinidad y apenas consisten en un pequeño cuarto donde se almacena la pólvora para elaborar los fuegos artificiales, el taller de pirotecnia del maestro artesano Ernesto Cruz es todo lo contrario.

Ubicado en Asunción Nochixtlán, un municipio de la Mixteca,  las instalaciones se extienden sobre un amplio terreno en la que se erigen varias construcciones de alrededor de cuatro metros cuadrados, separadas entre sí por distancias superiores a los ocho y 10 metros.  Afuera de ellas, adheridas a la pared, se encuentra una pequeña cisterna de agua y otra de arena.

Cada una de estas construcciones tiene una función específica por disposición de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). Una de ellas,  El Polvorín 1, está destinada  para el almacenamiento de la materia prima. Aquí se resguarda tanto la pólvora como otras sustancias químicas destinadas a convertirse en luces de colores: carbonato de bario, azufre, magnesio metálico, diversos nitratos, óxido de hierro, entre otros.

En otra de las construcciones,  nombrada  El Polvorín 2, se resguardan los productos de pirotecnia ya terminados. Ninguna precaución es mucha cuando se trata de pólvora.

En medio de estos cuartos se encuentra propiamente el taller, donde las manos de mujeres y hombres elaboran uno de los trabajos catalogados como de más  alto riesgo: crear los  preciados fuegos pirotécnicos, insustituibles en todas y cada una de las festividades de Oaxaca: mayordomías, fiestas patronales, calendas, carnavales,  muerteadas y comparsas serían imposibles sin la labor de estos artesanos.

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Desde la niñez

Ernesto Cruz tenía 14 años cuando salió de Santa María Nitú para buscar trabajo en Asunción Nochixtlán. Lo encontró en la  cohetería de los hermanos Toribio y Eusebio Betanzos. “Sólo trabajé un año y medio porque no me gustaron las condiciones, hacían todo en un mismo cuarto, arriesgando el pellejo, y nos llevamos al menos dos sustos”, recuerda.

El tiempo le dio la razón, años después los hermanos murieron en diferentes momentos, cuando trabajan en la elaboración de los artificios pirotécnicos, narra.

Durante años tuvo diferentes trabajos en la Ciudad de México, entre otras cosas, en una empresa de telefonía, hasta que contrajo matrimonio. Fue entonces cuando  regresó a Nochixtlán y decidió poner su propia cohetería. “Dije, lo pongo [el taller] solo a ver si puedo”.  Así inició la empresa de la que  se ha mantenido por más de 35 años y  que ha logrado un crecimiento notable desde que la inició en su propia casa.

Al principio, narra, fue difícil. Con 24 años, nadie confiaba en la calidad de los productos que vendía en cada pueblo y mayordomía que visitaba para ofrecer su pirotecnia y juegos artificiales.

 Para ganarse a los clientes se vio obligado a vender a precios que apenas le garantizaban una mínima ganancia. “Pasaron por lo menos 12 años para que me tuvieran confianza”, dice el artesano.

Cuando nació su primer hijo decidió esforzarse aún más en su empresa y  consiguió un terreno a las afueras de Nochixtlán para instalar su taller y cumplir con todos los requisitos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y obtener el permiso correspondiente para operar sin temor a alguna sanción de las autoridades federales por el uso de material explosivo.

Entre los requisitos que exigían   las fuerzas armadas destacaba el de asentarse en  un terreno de una hectárea, el cual debe estar cercado. En ese entonces, Ernesto escogió uno  a  las afueras de Nochixtlán, pero ahora  la mancha urbana y el crecimiento poblacional lo ha alcanzado.

Sobre las instalaciones, los requerimientos son claros: deben estar compuestas por  un polvorín, dos habitaciones de trabajo, un almacén  y  bomba de agua. Así, las construyó Ernesto y gracias a la  calidad de sus productos pronto encontró un gran número de clientes.  Actualmente, también vende en entidades,  como Michoacán y Puebla.

Además de los clientes, el tiempo y la dedicación trajeron el reconocimiento. Ernesto cuenta que fue en Tultepec, Estado de México —considerado  la capital de la pirotecnia y fuegos artificiales—, donde asistió a  su primer concurso y donde obtuvo su primer reconocimiento: un segundo lugar. 

El año pasado, el 26 de febrero de 2017, Ernesto  concursó de nueva cuenta, pero ahora en Zumpango, también en el Edomex. Ahí mostró sus diseños  inspirados en la esencia oaxaqueña:  un bailarín de la Danza de la Pluma, el Flechador del Sol —un personaje de la mitología mixteca— y un Benito Juárez  con la frase: “El respeto al derecho ajeno es la paz” que se iluminaba en distintos colores. Estos diseños le hicieron ganador del primer lugar.

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Oficio riesgoso

Pese a estos reconocimientos y  el crecimiento de su empresa, Ernesto reconoce que el trabajo artesanal que realiza es de alta peligrosidad para él y las  11 personas que llega a emplear en su taller, la mayoría de ellos son parte de su familia.

“Uno se acostumbra al peligro”, manifiesta, “lo que uno debe ser es limpio en el manejo del material, analizarlo antes de realizar las mezclas y eso proyectarlo para quienes trabajan en el taller, para que no pueda haber un accidente”, explica.

Ernesto no habla sin razón. La falta de cuidados en el manejo de los materiales explosivos ha dejado una serie de incidentes mortales.  Sólo en 2016, por ejemplo,  se registraron  seis explosiones que dejaron tres personas muertas, mientras que el 13 de marzo de 2017  estalló una cohetería de Nochixtlán que contaba con los permisos de la Sedena. En  el accidente  hubo heridos  con quemaduras de segundo y tercer grado.

Siete meses después, el 9 de octubre, se registró otro incidente  en  Santa María El Tule; la cohetería  operaba de forma clandestina. Otra explosión más ocurrió el pasado 19 de mayo,  en Santa María Tlahuitoltepec, sin que hubiera lesionados.

A pesar de lo recurrente de estos accidentes,  la Coordinación Estatal de Protección Civil de Oaxaca (CEPCO) carece de un censo sobre el número de coheterías que existen legalmente, por lo que tampoco tiene datos para  estimar cuántas más  operan en la clandestinidad, pues no pueden cubrir con  el alto costo que implica  cumplir con los requisitos de la Sedena.

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Herencia familiar

Ernesto Cruz tiene ahora 60 años, tres hijas y un hijo, éste último se encuentra tramitando  su propio permiso para instalar su cohetería. Sus hijas, aunque profesionistas, también realizan labores artesanales para la elaboración de la pirotecnia.

La artesanía también atrajo a su esposa Gloria Hernández. “Yo era auxiliar de enfermería y mire dónde estoy”, dice con sus manos manchadas de pólvora,  mientras trabaja en la elaboración de los “toritos”, la variedad más popular de los  fuegos artificiales junto con los castillos. 

Este producto, cuyo precio arranca en  los 250 pesos, consiste en una figura de toro con pirotecnia, la cual es  encendida y cargada por una persona mientras baila con ella. Al ritmo de la música  van  tronando cada uno de los artificios de colores. 

Los castillos, a su vez, son  torres de diversas alturas  armadas con madera, cuerdas y carrizos que pueden costar entre  10 mil y  80 mil pesos, según el tamaño.  Entre la variedad de creaciones que nacen en el taller de Ernesto también figuran lexpoletas, chixporo, bombas, vueltas de veladora, medusas, minas, truenito y  luz de apage.

Todos, dice Gloria, son seguros, por lo que  defiende su  hechura y exhorta a romper con los prejuicios sobre la pirotecnia.

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