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Pero el portar flores y vestir con ropa regional, le nació desde que tenía 12 años, cuando trabajaba con su padre Maurilio Vásquez en el campo; un día, su papá le regaló flores silvestres y le expresó su interés para que siempre luciera de esa forma.
Sus primeras flores fueron las llamadas penumbra y eucalipto.
“Nunca me peino, nada más me levanto mi cabello y me pongo las flores, hay días que me pongo claveles, azucenas, geranios, hasta en temporada de muertos me pongo cempasúchil o nochebuenas”, narra la mujer, mientras cocina en su comedor fundado hace 80 años en el mercado Morelos, y heredado por su madre, Ana María Gómez Pacheco.
“Fui marcada también por situaciones morales, físicas no; gracias a Dios que camino y pude tener una hija y ahí voy”, expresa la mujer, mientras contiene las ganas de llorar.
Conforme más conoce de la vida de la artista mexicana, el cariño de Beatriz crece hacia ella y conserva hasta muñecas y fotografías de Frida Kahlo.
Su fuerza, a pesar de que le pasaban tantas cosas a esa pobre mujer, siguió, dice Beatriz, es lo que la sorprende.
Fue así como Frida llegó a convertirse en una de sus motivaciones. Asegura que la pintora es su ángel. Tan es así, platica, que hace ocho años asegura haberla visto en uno de sus sueños la vio.
“Soñé que ella me envolvió en una sábana blanca y una libélula, de cada extremo, me alzaron y ella me decía: vuela, no tengas miedo, y volé sobre agua, fue hermoso”, sonríe al recordar.
La semejanza física a la artista, atribuye, fue después de dar a luz a su hija Mónica —el 31 de marzo de 1994—, cuando tenía 28 años de edad; fue así como bajó 20 kilos y su rostro y pies se transformaron sin explicación clínica hasta ahora.
“Cuando ella nació, bajé a 49 kilos, el rostro se me perfiló y el número de calzado; yo era del 3.5 y ahora del 2, mi cuerpo sufrió una metamorfosis hace 24 años”, asegura Beatriz.
Su hija Mónica Gómez Vásquez, quien la ayuda en el comedor, da cuenta de que los comensales disfrutan del sazón de su madre y de su parecido con la pintora mexicana. “Es bonito, es una satisfacción ver a los clientes que se van contentos, me siento muy orgullosa de ella, de todo lo que ha hecho para permanecer aquí en el mercado”, asegura.
A su local, distinguido por un retrato de la auténtica Frida Kahlo pintado en óleo, llega constantemente Guillermina Carmen, la mujer que le vende flores cuatro veces a la semana desde hace 15 años.
Sin duda, la Frida oaxaqueña es uno de los personajes simbólicos de Ocotlán, municipio distante a 35 kilómetros de la capital de Oaxaca, que atrae al turismo para esta comunidad ubicada en la región de Valles Centrales.