Isla Soyaltepec, población mazateca prisionera en un paraíso
La construcción de la presa Miguel Alemán aisló a 35 familias de esta comunidad que se negaron al exilio
El día es caluroso, pero en la casa de madera de Mario Alcalá, casi a orilla de una peña, el aire pega fresco. La vista desde su pequeña ventana abarca la inmensidad de la presa hidroeléctrica Miguel Alemán, una masa de agua que rodea la Isla del Viejo Soyaltepec, una comunidad mazateca que en otros tiempos fue cabecera municipal. Hasta que llegó la inundación del agua.
Privilegiados por una vista extraordinaria, como la de un paraíso, pero con carencias en servicios básicos y sin garantías de derechos elementales. Así viven cerca de mil 280 habitantes que quedaron aislados desde hace 60 años, cuando se construyó esta presa en la región de la Cuenca.
Como resultado de esos años de aislamiento, los habitantes de la Isla del Viejo Soyaltepec viven con un alto de rezago social, según un informe de 2017 de la Secretaría de Desarrollo Social. Mientras que el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) establece que en 2010, 81% de la población vivía en pobreza: 49% en condición extrema y 32%, en moderada.
Además, la Isla de Soyaltepec destacó en el informe entre las agencias municipales con rezago en educación básica, agua entubada, drenaje, sanitarios, piso de concreto y hasta de energía eléctrica, servicio del cual se ha privado a los habitantes por periodos de hasta tres meses.
Destierro
Si se navegara en línea recta desde la ventana de Mario, campesino de unos 50 años, se llegaría a Temascal, la nueva cabecera municipal. El viaje tomaría más de una hora si se realiza en lancha de motor; de todas formas no hay otra manera de hacerlo. De hecho, en la isla no hay ningún tipo de vehículo, sólo animales de carga para transportar mercancías de la ribera a la parte alta, que concentra a la población.
Por eso misma razón, franqueadas por calles tapizadas de pasto se levanta una combinación de casas de madera con techos de palma o lámina, y muy pocas de concreto, pues no hay como transportar los materiales de construcción a la isla.
Las cosas no eran así. Mario, quien ha fungido como director de la Casa del Pueblo en la isla, señala que antes de la inundación por la presa, este lugar era una villa y la cabecera municipal de Soyaltepec.
Apunta que entonces las tierras eran generosas para la siembra y cosecha de maíz, frijol, yuca, arroz, café y algodón; había ganado. Todo cambió con la llegada del agua, pues comenzaron de cero la práctica de la pesca, actividad a la que se dedica la mayoría de las poblaciones anegadas.
Además de haber investigado sobre el tema, Mario recuerda que su padre le explicó que para echar a andar la presa unos 22 mil indígenas mazatecos fueron desplazados de distintos municipios de la Cuenca, mismos a los que reubicaron en localidades vecinas de Veracruz. Otras más encontraron asilo en pueblos cercanos.
Fue en 1958, poco antes de que se pusiera en marcha la presa, cuando unas 35 familias del Viejo Soyaltepec se resistieron al destierro. “Había para vivir, por eso esas familias decidieron quedarse. Aquí tenían sus tierras, su hogar. Todo se vino abajo”, expresa.
Junto con los vecinos de la villa se fueron también algunas tradiciones que no se han logrado recuperar, a pesar del retorno de cientos de pobladores cuando se cumplieron 20 años del exilio. La memoria social, dice, se disuelve en el tiempo; duele hablar del tema, otros nunca lo entendieron pues no hablaban español, sólo mazateco
Edén entre carencias
Desde el vaso de la presa, con origen de San Pedro Ixcatlán, resalta en lo alto del Viejo Soyaltepec una iglesia que data de hace más de un siglo. A su alrededor se concentra la población a la que se llega sobre pendientes tupidas de rocas que forman accidentadas escaleras. Los amaneceres y ocasos de ensueño son poco para estas las familias mazatecas que han vivido con la promesa política de una carretera hacia la cabecera municipal.
Así lo expresa Pablo Bartolo, descendiente de una familia que se quedó. Él, junto con su esposa Margarita y sus dos hijos, construye su nueva chalupa de remo, con la que sólo podrán llegar después de una hora de travesía a San Pedro Ixcatlán.
El hombre, quien entiende un poco de español, cuenta que su esposa dio a luz a su primer hijo en casa y para el segundo viajó a Ixcatlán al Centro de Salud, pues la clínica del pueblo perteneciente a IMSS-Prospera no pudo dar la atención y siempre le faltan medicinas. Visitar Temascal, donde existe un Hospital Básico Comunitario, requiere por lo menos un día para ir y volver por carretera desde Tuxtepec, a más de 60 kilómetros de Ixcatlán, o de casi 400 pesos por para viajar en lancha de motor.
Esas lejanías con su cabecera los hacen sentir en un dilema de pertenencia. “No somos ni de aquí, ni de allá”, indica Mario Alcalá, quien refiere que ni el paso del tiempo ha llevado a que la población le otorgue el perdón al gobierno federal.
“Seguimos con los estires y aflojes con la luz. Nos llega poquita y recibos que a veces van de los mil a los 5 mil pesos; no entendemos por qué”, dice el representante de la población, quien ha ido a Puebla y Xalapa, Veracruz para buscar solución al problema. Sostiene que se trata de una injusticia contra este pueblo mazateco que nunca vio la indemnización de las tierras inundadas y, a pesar de estar rodeados de una presa hidroeléctrica, siguen padeciendo de falta de energía y con requisitos del gobierno de Veracruz de pagos mensuales de sus predios.
“Queremos contratos de luz con cuotas fijas y justas para todos. Nadie nos hace caso”, apunta.
El turismo que no llegó
La vista extraordinaria y la tranquilidad de un pueblo alejado fue motivo para que hace aproximadamente una década se forjara un proyecto ecoturístico que contemplaba cabañas de hospedaje. El lugar quedó devastado con el tiempo. Los turistas han llegado, pero son pocos los que logran pasar la noche en una estancia que uno de los habitantes acondicionó como una alternativa para contar con visitantes.
Todavía de forma esporádica arriban turistas, principalmente extranjeros que exploran la zona y conocen algo sobre la inundación de la presa.
Es en ese momento, cuando algún lanchero tiene trabajo extra, salva el día. Y es cuando las mujeres que bordan salen a pie de sus casas a ofrecer sus textiles, pues un rostro ajeno siempre se identifica en esta pequeña población en la que todos se conocen.
Así es la vida en Isla del Viejo Soyaltepec, un paraíso natural atrapado en la presa y marcado por el olvido.