El “portalito”, que era una caja de cartón o un huacal de tablas delgadas, desapareció de las tradiciones decembrinas para despedir el año viejo, en realidad era un nacimiento móvil, donde destacaba la figuran de un niño Dios, rodeado de imágenes religiosas y de animales, e iluminado por una veladora.
Del 25 al 31 de diciembre, rememora, “salíamos para acompañar a ‘los viejos’ que bailaban para despedir el año, yo tocaba el tambor, mi amigo Abrahán se disfrazaba de mujer con huipil y la enagua, y Paco se disfrazaba de viejo, los dos bailaban con los rostros cubiertos con paliacates rojos que le hacíamos dos pequeños agujeros donde saltaban los ojos de los bailarines cuando la gente nos daba unas monedas como aguinaldo”.
¿Zuyá huelo, laa? (¿bailará el viejo?), decían en zapoteco para pedir el permiso, tras la autorización de la familia, “los viejos”, caracterizados por un hombre y una mujer, como si fueran ancianos, bailaban antes al acorde de la rumba procedente de Cuba desde la época de la Independencia, que después se popularizó en el puerto de Veracruz y años después se adaptó en los pueblos zapotecos del Istmo.
La tradición de el “portalito” se mantuvo viva y fuerte hasta la década de los 80, mientras que la de Los Viejos se prolongó hasta 2004, después vino el declive de ambas festividades decembrinas, al igual que las pastorelas que recorrían las calles para acompañar a la madrina al nacimiento del niño Dios, en medio de la algarabía de los niños en espera de los regalos, los dulces y la quema de la pirotecnia, cubiertos de incienso que el viento frío de diciembre esparcía en el ambiente donde resonaba la letanía de las rezadoras envueltas en enaguas de rabona (sin holanes) y arropadas por rebozos.
Esas tradiciones se han ido perdiendo, sobre todo la del “portalito”, admitió el ex director de la Casa de Cultura de Juchitán, Vidal Ramírez Pineda, quien señaló que la tradición de Los Viejos se mantiene, pero en menor medida.
Ya no recorren las calles por las noches y ahora sólo salen a bailar en el día, en los sitios de concentración de personas, como donde se habilitó el mercado que se dañó tras el sismo del 7 de septiembre.
Una de las causas que podrían explicar la paulatina desaparición, podría ser la inseguridad, dijo Vidal Ramírez Pineda.
“Nosotros participamos hace algunos años, cuando tenía 12 y hasta los 16 años de edad, pero abandonamos los bailes porque fuimos creciendo y teníamos otras tareas en casa”, señaló Michel Pineda, quien de 2000 a 2004 tocó la tambora para pedir “una limosna para este pobre viejo”.