Es difícil imaginar que por años, estas calles fueron un infierno para él a causa de una estadounidense que quería matarlo. ¿La razón?, ser inmigrante y vender elotes en su barrio.
Como a las tres de la tarde, después de andar por la Garth y la Guthrie, Víctor hace parada en la calle Sherbourne. Trae puesta una playera del equipo Los Alebrijes y mientras despacha confirma que sí, es oaxaqueño.
—Uy, si les dijera todo lo que he vivido no me creerían, dice sonriendo.
—Al principio era extrañísimo para muchos que alguien anduviera en la calle sonando la corneta, pero se fueron acostumbrando. Los primeros días sí batallé. Trabajaba tres, cuatro, cinco horas y no vendía nada porque la gente dudaba o pensaban que les haría daño, pero después me hice de mis clientes, comencé a acabar todo lo que llevaba y hasta la fecha.
—Me llevó como unas 15 o 20 veces a la corte. Una vez gritó que yo le había pegado y de inmediato llegaron cuatro patrullas y una ambulancia; me pusieron las esposas y, cuando los paramédicos la iban a revisar, ella ya no quiso y comenzó a burlarse de mí.
Con la voz entrecortada, recuerda que lo que lo mantenía fuerte era pensar en su esposa y en sus hijos, que nada sabían de lo que estaba a punto de vivir esa tarde a finales de 2011, cuando la mujer apareció en una camioneta y se le fue encima para matarlo.
—Me aventó su troka y yo me puse muy mal, se echó de reversa y lo hizo de nuevo, quería matarme. Hasta se ladeó mi carrito, que fue con lo que impactó. Fue cuando la gente se molestó, le gritaron que por qué hacía eso si yo no le había hecho nada, comenzaron a grabarla y llegó la policía.
Los oficicales, que ya sabían del racismo de la mujer por sus decenas de llamadas, le insistieron a Víctor que pusiera una denuncia y advirtieron que que si lo dejaba pasar, posiblemente lo mataría la próxima vez.
Cuando accedió, le cambió la vida. Le pusieron a un detective llamado Nelson Hernández que se conmovió con su historia y prometió hacerle justicia. Los meses siguientes Víctor no acudió a los llamados de la corte porque nunca le llegaron los citatorios, por lo que cerraron el caso, pero Nelson se encargó de reabrirlo para llevar a juicio a Jenna K., su agresora. La cita final se dio el 29 de enero de 2013.
—Como un acto desesperado, meses antes la gringa me echó a la policía migratoria; una mañana vi que me estaban esperando afuera de mi casa y me espanté mucho, llamé al detective y él me dijo que no me preocupara, que les enseñara los documentos que comprobaban que había un juicio en proceso y que con eso no me podían llevar. Una vecina me ayudó a traducir. Fue así como no me llevaron.
—Soy yo, respondí con miedo, y me dijeron ‘¿sabe qué?, venimos a apoyarlo’, les di las gracias, pero no sabía cómo se habían enterado de mi caso, sólo escuché que uno le dijo al otro: diles a los demá que pasen... eran como 100 policías que iban también a apoyarme.
Al ver la escena, Jenna comenzó a acusarlo de cosas nuevas, incluso sacó un mapa enorme del barrio para decirle al juez dónde, según ella, Víctor había cometido actos indebidos. El juez le pidió que se sentara, que sería Víctor quien explicaría la situación.
Nelson, el detective, le dijo que era candidato a obtener la Visa tipo U, creada por el Congreso en 2000 y destinada a “víctimas de ciertos crímenes que han sufrido abuso físico o mental, y brindan ayuda a las agencias de orden público y oficiales gubernamentales en la investigación o persecución de actividades criminales”.
—Hasta hoy sé bien de las cuatro cosas que me hizo la mujer: intento de robo, discriminación, intento de asesinato y racismo, con eso luego luego me dieron la ayuda, me dijeron que yo calificaba para esa Visa.
Víctor confiesa que no podía creerlo: habían hecho justicia para él, para el migrante oaxaqueño que creyó que no tenía derecho a nada en ese país. Lo dice y se le quiebra la voz. Llora.
—Ahorita ya estoy legal, ya me dieron mi permiso de trabajo, me dieron el seguro, me dieron mi ID de California y el detective me dijo que tenía todo el derecho de pedir a mi familia, y ya me traje a mi mujer y a mis tres hijos.
Su esposa e hija menor llegaron a EU en febrero de 2017 y en septiembre de 2018, los otros dos. Actualmente, Víctor continúa vendiendo elotes y es muy querido en el barrio, a veces se encuentra a los policías que lo ayudaron, lo saludan afectuosamente y le preguntan cómo va la venta.
Con la voz aún entrecortada, Víctor se dice orgulloso de ese oficio que le ha dado tanto en Estados Unidos.