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“Los invitamos a que nos visiten, la puerta estará abierta para todos. Llevo años promoviendo el barro, lo que quiero es que mi pueblo participe y que las más necesitadas vengan a vender sus productos, porque aquí la mayoría no tiene donde vender”, dice Macrina.
La elaboración de piezas con barro rojo es una tradición que se hereda de generación en generación entre las mujeres de esta comunidad. Los hombres, generalmente, ayudan con el acarreo del barro que se extrae en terrenos ubicados a más de una hora de camino a pie.
Luego, arrojan un poco de arena sobre una superficie lisa y sobre el barro, la extienden y la dejan así por una noche. Al día siguiente empiezan a dar forma a las piezas, usando herramientas como piedras, cuero u olotes.
Las piezas son diversas: tazas, vasos, jarras, comales y otras que pueden servir de adorno o que trascienden al arte. Cuando ya están moldeadas, las mujeres las pintan con barro rojo, utilizando el olote. Las dejan secar por un día y la calan con la uña para verificar que esté seca y tenga brillo.
Finalmente, las hornean al aire libre: colocan una base de leña, luego ponen las piezas y encima de éstas otra capa de leña, a la que le prenden fuego. Todo el proceso puede tardar hasta una semana.
“Estudiar no sirve”. Macrina tenía ocho años cuando aprendió de su madre la elaboración de piezas de barro rojo, mismas que intercambiaban en pueblos vecinos por maíz o frijol, nunca se vendían.
Recuerda que su deseo era estudiar, pero recibió el rechazo de su madre: “Me dijo que estudiar no me iba a servir porque era mujer, que lo que tenía que aprender era el barro; es lo que me heredó”. A los 15 años decidió cambiar esta situación.
“Me generó muchos problemas con mi mamá... me dijo que yo no tenía derecho a salir por ser mujer y que, por usos y costumbres, una mujer cuando es joven no puede salir, porque ahí viene la crítica del pueblo, de la familia. Al principio me afectaba, pero ahorita yo ya me acostumbré a todo esto”, resalta la artesana con orgullo.