Juchitán de Zaragoza.- La pandemia por Covid-19 no solo cambió los rituales, los hábitos y la vida cotidiana, también puso en crisis a quienes viven de las artesanías en las comunidades indígenas, que vieron afectada su cadena de producción. Pero como esta nueva realidad trajo consigo la obligatoriedad de protegerse del virus con cubrebocas, muchos optaron por llevar su trabajo a esos aditamentos para reactivar su economía.

Debido tanto al elevado costo, como a lo contaminante que resultan los cubrebocas desechables que se venden en farmacias y tiendas, surgieron alternativas más económicas y ecológicas, en las cuales los artesanos, de manera independiente o como colectivo, plasman tanto su creatividad como su ingenio para hacer de esta prenda un vehículo de expresión.

Foto: Roselia Chaca. EL UNIVERSAL

Al ser lavables y de uso prolongado, los cubrebocas hechos por artesanos en todas las regiones del estado se han convertido en una opción para defenderse del coronavirus y a la vez seguir difundiendo el legado de su trabajo.

Las opciones van desde los realizados en telar de cintura, como los que hacen las mujeres de San Mateo del Mar; los bordados y confeccionados en telas impresas, surgidos en Juchitán; los elaborados en máquinas y en bastidores, como lo que se comercializan en la Cuenca del Papaloapan, o los que emplean la serigrafía y la sublimación, como los de la Sierra Norte.

Máscaras tradicionales

Rolando Matías Velasco y Marisa Chepí Rivera son un matrimonio de San Andrés Solaga del distrito de Villa Alta en la Sierra Juárez. Él es un sastre que se dedica además a confeccionar uniformes escolares y tiene un negocio de serigrafía y sublimación en varios productos; ella es una bordadora de blusas tradicionales de la comunidad.

El cierre de las escuelas y la poca venta de la ropa tradicional los llevó a buscar alternativas de venta, así que Marisa trasladó los bordados de San Andrés Solaga con sus cuatro colores característicos (rojo, verde, azul y amarillo) a los cubrebocas y él ideó reproducir las máscaras de bailes ancestrales a las mascarillas de telas.

En entrevista con EL UNIVERSAL, el matrimonio cuenta que las propuestas han tenido buena aceptación, principalmente entre usuarios de redes sociales, donde se promocionan.

Foto: Roselia Chaca. EL UNIVERSAL

“La situación crítica que se atraviesa nos orilló a buscar alternativas de venta. Mi esposa, con sus bordados típicos de San Andrés Solaga, y yo con las máscaras de Los Negritos que se utilizan en los bailes de las fiestas de los pueblos de la Sierra Juárez. Se nos ocurrió hacer algo propio, algo que llamara la atención”, explica el sastre serrano.

Rolando dice que después de publicar su idea en las redes sociales comenzaron a solicitarlos mucho y eso les ha ayudado. “Eso es lo que tenemos mientras la situación mejora”, señala.

Estos cubrebocas tienen impresa la mitad de las máscaras tradicionales de la Danza de los Negritos y Negritos Colmilludos, y de la Danza de San Marcos, que se bailan en San Andrés Solaga y Santa  María Tavehua. El costo de cada pieza es de 40 pesos.

Desde la Chinantla y la Mazateca

Ulises Soriano Ramos y Eddi Suarez son bordadores de la región Cuenca del Papaloapan, esa región del norte del estado bañada por las aguas del río que le da nombre. Dedicados a la “moda artesanal”, decidieron también trasladar los diseños de los bordados a los cubrebocas.

Ulises, por ejemplo, ofrece a sus clientes los bordados chinantecos de Ojotitlán, con las figuras míticas o de los huipiles de Jalapa de Díaz. Las mascarillas van desde los 60 pesos y hasta los 150 pesos.

Foto: Roselia Chaca. EL UNIVERSAL

Se trata de prendas que muestran las flores y los pájaros en hilos multicolor, todas bordadas a mano, y que en su confección incluyen dos capas de tela y un filtro. Todas las piezas son lavables.

El telar de cintura de las ikoots

Desde hace años, las mujeres ikoots de San Mateo del Mar, debido a la gran marginación en la que viven, aprendieron a organizarse para lograr un mejor mercado para sus productos artesanales, sobre todo los huipiles de telar de cintura.

Aunque con los años y las crisis han aprendido a diversificar sus propuestas, trasladando sus diseños a blusas estilizadas, camisas, rebosos, carteras, bolsas, ahora se enfrentaron al reto de llevarlos a cubrebocas.

Las tejedoras de San Mateo trabajan en equipo y ofertan sus productos a mejor precio fuera de la comunidad, como el caso del grupo de mujeres que ofrecen sus cubrebocas artesanales de telar de cintura en la plataforma Tekio.

Foto: Archivo. EL UNIVERSAL

Estas mascarillas de tela presentan figuras marinas, características de la vestimenta ikoots, como camarones, peces, cangrejos, pájaros, entre otros.

Las mascarillas se elaboran con tres capas de 100% algodón, y con espacio para colocar un filtro desechable.

La finalidad, explican en entrevista, es apoyar a estas tejedoras que vienen arrastrado una crisis desde el 2017, cuando el terremoto destruyó sus hogares, por lo que comenzaron a buscar estrategias y apoyos para la reactivación económica.

Bordados istmeños e impresiones

Hace cinco años, cadenas de tiendas de telas empezaron a introducir en los pueblos del Istmo de Tehuantepec, sobre todo en Juchitán, las telas impresas con bordados zapotecos, propios de los trajes regionales, lo que desató un gran auge de huipiles y enaguas elaborados con este material, por el bajo costo.

Esto desató la desaprobación y la crítica de un sector de la sociedad que los calificaban de apropiación cultural, pese a ello, con la pandemia muchas jóvenes emprendedoras y costureras comenzaron a retomar las telas para elaborar cubrebocas reutilizables, por lo que hoy son toda una moda por el bajo costo.

Los precios oscilan entre 50 y 60 pesos, con doble o triple filtro.

Otras artesanas y bordadoras, decidieron simplemente hacerlos con los bordados tradicionales de flores de múltiples colores, cubrebocas que han tenido gran éxito en las tiendas en línea de varios puntos del país.

Foto: Roselia Chaca. EL UNIVERSAL

“Cuando esto [la contingencia por Covid-19] se presentó hace cinco meses comencé armando cubrebocas con las telas estampadas porque eran las más rápidas de hacer y baratas, además eran para mi familia. Entonces no había cubrebocas normales en las farmacias, estaban agotados y la gente armó con lo que tenía”, cuenta Siado Guie Jiménez, promotora textil y tejedora. 

La mujer dice que después de ello, la gente comenzó a pedírselos, por lo que comenzó a fabricarlos. Los clientes, agrega, empezaron a pedir tejidos similares a los plasmados en los huipiles.

El éxito ha sido tal, “que este tipo de cubrebocas son muy solicitados en línea y se llegan a vender de entre 150 y 200 pesos, dependiendo del tamaño de las flores”, dice la bordadora.