Érika fue la víctima 28 de muerte materna
Más de 6 horas pasaron para que la joven fuera atendida; médicos consideran “normal” la preclampsia en el embarazo
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El corazón de Érika se detuvo el miércoles 18 de octubre a las 12:48 horas. Tenía 16 años y un embarazo de ocho meses. Su deseo de dar vida, le costó la propia, pero su muerte se anunció y pudo evitarse desde 13 días antes.
Tres de la mañana. Es la madrugada del cinco de octubre. Felícitas Cabrera García es la mujer que hace 16 años dio a luz a Érika, la adolescente embarazada que se extinguirá poco a poco durante casi dos semanas. A penas se extienden las primeras horas y Felícitas recibe la llamada de Luis Carlos, el novio de su hija, quien le pide ayuda porque la joven tiene un dolor intenso en la cabeza y los oídos.
Juntos la llevan a la clínica de San Jacinto Amilpas, municipio cercano donde después de esperar casi una hora, ingresa con la doctora que está a cargo. Después de una revisión de 10 minutos, le explican que los síntomas son “normales” por estar en trabajo de parto y le indican que regrese más tarde. Hoy, con Érika muerta, su madre lamenta haberle creído a la doctora: “¡Se supone qué es la experta en salud!, me dijo que es normal, que como es primeriza los partos son muy dolorosos”.
Felícitas cuenta que le creyó a la doctora porque le dijo que todo estaba bien e incluso le informó:“escuché el corazón del bebé”, mientras levantaba sus cosas personales para el cambio de turno.
“Yo ignoraba que mi hija se estaba muriendo porque la doctora no me dijo, si yo hubiera sabido que estaba muriendo cada segundo que pasaba, la hubiera llevado al infinito, a donde fuera posible para que no pasara esto”, lamenta.
Seis de la mañana. Aunque la primera doctora que atendió a Érika dijo que no corría peligro, lo joven sigue con dolores intensos. Felícitas empieza a guardar la ropa necesaria para atenderla en otro lugar, mientras se cuestiona a dónde llevarla. El problema es el dinero, su situación económica sólo le permite optar por el Hospital Civil Doctor Aurelio Valdivieso, perteneciente a los Servicios de Salud de Oaxaca.
“¡Mamá, mamá ya no aguanto, págame una cesárea particular, págame un médico particular!”. Esa fue la súplica de Érika, un instante después sus pies y manos se torcieron y su cuerpo se venció, recuerda Felícitas. Lo que siguió fue buscar ayuda para llevarla al hospital y recorrer el trayecto hasta la ciudad. En ese lapso, de aproximadamente 30 minutos, la adolescente convulsionó.
Nueve de la mañana. Los médicos que reciben a Érika en el Hospital Civil acaban de informarle a Felícitas que su hija llegó en estado de coma y que le practicarán una cesárea para salvar al producto. Así, a las 36.5 semanas de gestación, nació Ian, el hijo de Érika. Felícitas aún no lo sabe, pero su hija morirá dentro de 13 días sin poder mirar o tocar al pequeño.
Ya es de noche. Felícitas ha perdido la cuenta de las horas que han pasado desde que la cuenta regresiva de la vida de Érika comenzó. En medio de la espera, los médicos le informan que la adolescente ha sido declarada con muerte cerebral y le sugieren que done sus órganos. La mujer se niega porque no ha perdido la esperanza de que su hija se salve. En cambio, decice iniciar la batalla para que a Érika se dé la atención médica adecuada que, está convencida, no ha tenido.
“Yo iba a esperar lo que Dios dijera al final y hasta que la última célula de mi hija dejara de funcionar, hasta entonces yo me iba a convencer de que ya no estaba conmigo”, suelta Felícitas, mientras que con sus dos manos se cubre los ojos. Y llora intensamente.
Sólo han pasado algunas horas desde el colapso de Érika, pero Felícitas ya ha acudido a la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca (DDHPO) a interponer una queja por la inadecuada atención que ha recibido su hija. El organismo emite la medida cautelar y comienza con la indagatoria correspondiente.
“A raíz de esa recomendación me trataron como un perro apestoso en ese hospital (...) todo por haber pedido un trato digno y humano para mi hija. No me quiero imaginar el que le dieron a ella”, relata la mujer.
19 de octubre. Hace 13 días a una Érika con muerte cerebral le fue abierto el vientre y de su cuerpo apagado nació Ian. Hoy, 48 minutos después del medio día, el corazón de la niña-madre se detendrá en un paro cardiaco. Frente a ella estará Kimberly, su hermana de 14 años, quien le pedirá perdón entre lágrimas por no haberla podido llevar a un mejor hospital. Felícitas entrará después y, al verla, suplicará a los médicos que dejen entrar al recién nacido para que pueda tocar a su madre; no le será permitido.
“Yo les pedí que por humanidad dejaran entrar a mis familiares a despedirnos y lo negaron, que dejaran que mi bebé entrara a tocar a su mamá, pero tampoco”, dirá Felícitas dentro de 10 horas, mientras ella y su familia esperen el cuerpo de la joven porque el personal médico les negará su entrega.
La negativa se deberá a que por la muerte de Érika su madre interpondrá una denuncia penal ante el Ministerio Público por el delito de homicidio, contra el personal del centro de salud de San Jacinto Amilpas y contra quien resulte responsable por el inadecuado servicio médico. Sólo después de conseguir una copia del expediente de la demanda, el hospital entregará el cuerpo de Érika a la Agencia Estatal de Investigaciones.
El próximo mes, la joven cumpliría 17 años y seguiría estudiando el segundo semestre de bachillerato, pero no podrá hacerlo porque los médicos no se percataron que presentaba una preeclampsia y eclampsia, derivada del embarazo.
O tal vez, porque, como en los 27 casos de muerte materna que se han registrado este año en Oaxaca, existe la idea de que la muerte es un riesgo que la mujer asume por su deseo de ser madre. Felícitas seguirá esperando justicia.