Dúo Zapocelta, fusión oaxaqueña y europea
Max y Samuel, reconocidos por su peculiar mezcla musical; comparten el sueño de tocar en el Auditorio Guelaguetza
¡Es hora de tocar! Max y Sam, conocidos por toda la Verde Antequera como dúo “Zapocelta” caminan juntos por las calles empedradas del Andador Turístico; la química es visible, ambos reciben saludos de propios y extraños, quienes los reconocen por haberlos visto tocar en alguna ocasión, ellos responden a cada saludo amablemente.
Recientemente se presentaron en San Juan Bautista Tuxtepec, en un evento cultural organizado por el municipio; la propuesta que poco a poco ha ido sumando integrantes a su fusión musical, es cada vez más conocida en territorio estatal.
La historia del dueto comenzó, según relata Maximiliano, en la calle Alcalá, en las afueras del Museo de Arte Contemporáneo (Maco), fue el lugar del primer encuentro, que sucedió gracias a Santiago, un amigo en común que tomó la determinación de presentar a ambos músicos, porque Samuel, un violinista inglés buscaba a un acordeonista para intercambiar experiencias musicales e iniciar un proyecto.
Era el año 2013 y Max hacía sus pininos como acordeonista. “Nos conocimos a los pocos días, empezamos a tocar canciones que los dos conocíamos y después algunas otras que cada quien aportó por su lado”, comenta el oaxaqueño. El repertorio actual consiste en una fusión de música oaxaqueña y europea.
Su primer escenario fue la calle. Para Max el click fue instantáneo porque sus gustos musicales fueron afines. La primera vez que tocaron fue en el mismo lugar donde se conocieron. “Fue una noche cercana a las vacaciones de Todosantos, recibimos puros aplausos y nos tomaron muchas fotos”, rememora.
“La gente aprecia que hagamos música juntos, nuestro estilo se escucha muy poco en Oaxaca y eso nos ha dado a conocer”, dice. “Zapocelta”, el nombre que acuñaron para darse a conocer, nació “entre unas chelas”, bromean los integrantes, en el año 2014, durante su participación en los Bloqueos Culturales.
Músico autodidacta
Maximiliano Cruz Pérez es de la Sierra Juárez, nació en Ixtlán pero creció en Santa María Josaa, ahí estudió hasta el tercer grado de primaria, la única preparación académica con la que cuenta y que suspendió por padecer debilidad visual, desde muy pequeño.
Llegó a la capital del estado hace 17 años y toca el acordeón desde hace 11 años, aunque fue hace nueve cuando decidió salir a la calle a tocar. Su carrera musical inició empuñando la flauta en 2002, por primera vez en público.
En ese año conoció a otro músico callejero procedente de Guanajuato, quien a pesar de ser invidente, tocaba el acordeón en las calles de la ciudad para ganarse la vida. Él aconsejó a Max para replicar su iniciativa; cautivado por los sonidos del acordeón, Max, quien en ese entonces era débil visual, compró un acordeón y practicó todas las noches, hasta reemplazar la flauta por el instrumento que hoy lo acompaña.
Aunque la vida de un músico callejero es difícil, admite, decidió aventurarse a salir a la calle para independizarse y generar sus propios ingresos, aún sin la autorización de sus hermanas, con quienes vive, y quienes estuvieron en desacuerdo, por los riesgos que Max corre constantemente, sobre todo después de haber perdido la vista.
Unos 10 años más tarde, recibió consejos de un músico amigo suyo, quien lo motivó a seguir ensayando. “Este instrumento no tiene fin y cada vez encuentra uno más cosas que aprender”, reflexiona. Vivir en un mundo de sombras no lo detuvo y poco a poco, a base de práctica perfeccionó su habilidad e impulsó su pasión por la música.
“Mi ceguera empeoró, pero fui conociendo la ciudad, incluso los días que no trabajaba, para familiarizarme”, señala. Max aprendió a leer un poco de braile en 2012 y las señales escritas en ese sistema, en las calles del centro, son su apoyo, además, para comunicarse cuenta con un celular que habla, lo que le permite hacer llamadas y estar al día.
El violinista viajero
A Samuel Patrick la curiosidad lo trajo a Oaxaca, llegó paseando, como él mismo dice. Arribó a territorio estatal en 2013, procedente de Chiapas y después de haber viajado por otros estados. “Alguien me preguntó si quería conocer Oaxaca… y pues cómo no”, ríe. Sam está enamorado de Oaxaca, de su cultura, su historia, su comida; “me gustan las calendas, la comida, la cultura indígena, la música”, enlista.
Tiene 39 años y nació en Inglaterra. Aunque nunca estudió profesionalmente la música, de niño tocaba el violín, pues tomó clases durante dos años. En su adolescencia tocaba la batería y la guitarra en una banda de heavy metal, sin embargo, cuando tenía 21 años quiso volver a sus raíces y retomar su viejo violín, que lo acompañó en la travesía por México.
La música judía y de Europa del este, así como la balcánica y la gitana se convirtieron en su pasión. “Cuando conocí a Max tenía muy poco español pero tuve suficiente para preguntarle qué le gustaba tocar. En nuestra primera conversación encontramos que a los dos nos gusta el tango, él tocaba ‘Bésame mucho’ y piezas de la película Amelie, así fue como empezamos”, recuerda.
Popularidad creciente
Mientras hacen música en la calle, la gente que pasa no puede evitar gritarles, ”¡toca ‘Bésame mucho’, Max!”, “¡Adiós, Sam!”, se escucha entre los ruidos de automóviles pasando. La fama que a pulso ha cosechado “Zapocelta”, fue notoria durante su primera presentación formal un fin de semana en el otrora mercado orgánico El Pochote de Xochimilco, donde se convirtieron el artista invitado de cada fin de semana.
Actualmente, bares locales invitan al dúo a deleitar a los clientes. Sam señala que su primera invitación fue para tocar en un cumpleaños, seis meses después tocaron en otro evento y poco a poco fueron recibiendo invitaciones. Hace años compraron unos micrófonos para sus presentaciones, pero nunca los ocupaban, actualmente, los micrófonos son parte de su equipo de cada sábado y domingo.
En el año 2014, tras una de las presentaciones en el barrio de Xochimilco, un productor local los invitó a grabar 10 canciones en estudio, que conformaron su álbum homónimo. Aunque el disco fue una buena oportunidad para ganar popularidad, sin el apoyo de un equipo dedicado a la promoción, era el propio Sam, quien tenía que elaborar las cajas de los discos manualmente, lo que provocó que dejara de practicar.
No obstante, las invitaciones no han dejado de llegar, bares locales y ferias han sido los sitios recurrentes para encontrar a la fusión de talentos. Max y Sam planean sumar a su proyecto, los sonidos de un contrabajo y un violonchelo; ya tienen un pequeño repertorio con los músicos que se unirán a la idea del cuarteto.
Una pasión llena de sueños
“Zapocelta” tiene un sueño en común: tocar algún día en el auditorio Guelaguetza. “Estamos empezando a tocar con el violonchelista y queremos saber qué pasa después, queremos primero probar en foros más pequeños, llevar al cuarteto al Centro Fotográfico Álvarez Bravo, esperamos que sea posible”, comenta Max.
Sin embargo, lo más importante para ambos, no es el tamaño del foro donde se presentan, sino la conexión que cada uno tiene con la música y con la gente que reconoce y aplaude su trabajo. “Ha sido un proceso muy bonito llegar sin hablar español y aprender de una lengua y una cultura. He aprendido mucho, sobre todo a conservar los nervios, algo que para mí motiva a siempre hacer mejor el trabajo”, reflexiona Sam.
“La gente me motiva a ser mejor, a aprender más y estar más activo, a no dejarme vencer, escuchar la música y… si es posible algún día tocar con una orquesta”, finaliza Max.