La carretera de terracería que conduce a El Azufre conserva los estragos de las últimas lluvias, la vegetación concentra el calor como si quedara encerrado en una habitación en la que no hay ventanas y la humedad en algunas partes del camino hace difícil la respiración, el oxígeno parece no llegar a los pulmones.

Después de casi una hora de camino, el cual se toma en una desviación de la carretera federal 200, se llega a esta localidad del municipio Villa de Tututepec en la Costa, donde desemboca el río Verde en el océano Pacífico.

En esta población de pescadores  vive Gaudencio Leonilo Justo González, un pescador y recolector de seres fantásticos y animales petrificados en madera que expulsa el mar.  La primera pieza la rescató cuando tenía unos 32 años de edad y aún la conserva.


Foto: Edwin Hernández

Relata que inició cuando un amigo lo invitó a bucear en el río Verde en la comunidad de El Paso de la Reyna para pescar robalo, unos tan grandes que, según sus cálculos, pesaban hasta 15 kilos, pero decidió tomar aquellos medianos con un peso de  cinco kilos. Cuando regresaba de la pesca, se encontró con una paloma de madera y desde entonces le quedó el hobby.

“Así empecé a encontrar cosas,  ya se me fue dando fácil todo, levantarlo y amontonarlo”, narra entre al menos unas 700 piezas que ha acumulado durante todos estos años en un sitio que construyó con maderos y techo de palma a un costado de su casa frente al mar.

La mayoría de las figuras  son de palo de árbol guayaba,  de árbol guayacán, raíces de cacahuananche, ocote y amate, entre otros. Los seres fantásticos van desde extraterrestres y “degolladores de pingüinos”,  aves, dinosaurios, monos, partes humanas, burros, caballos, elefantes, tortugas, peces, barcos y hasta una colección de penes.

Gaudencio  nació en Huehuetán, una localidad del municipio Azoyú en el estado de Guerrero; pronto   cumplirá los 69 años.

Hasta la fecha, el pescador ha acumulado alrededor de 700 piezas que forman distintas figuras.

En su juventud trabajó en los hoteles Marriot, pero por su desconocimiento del inglés le impidieron continuar en este trabajo, entonces se dedicó a la pesca y fue así como llegó a la costa oaxaqueña.

El hombre narra que  en ese entonces en El Azufre no vivía nadie, los pescadores sólo  levantaban con madera y palma sitios para resguardarse del sol y del calor, hasta que poco a poco empezaron a establecerse de manera permanente y él   fue uno de los primeros en quedarse definitivamente. Eligió un pedazo de tierra frente al mar y ahí construyó su casa y su museo, en el que acumulaba las piezas que recolectaba y acomodaba cuidadosamente.

El Azufre es una comunidad afrodescendiente que fue fundada entre los años 1940 y 1945 por familias de pescadores de robalo que provenían de otras poblaciones, como Collantes, Charco Redondo, La Boquilla Chicometepec y Cuajinicuilapa, Guerrero.

 Se le puso este nombre porque las primeras viviendas fueron quemadas por militares del Ejército Mexicano para impedir que se establecieran ahí, pero también porque, según los pobladores, hay yacimientos de azufre.

Los pescadores, amigos y vecinos de Gaudencio, le decían que estaba loco por recoger palos del mar y acarrearlos para llevarlos a su casa. Su esposa, en cambio, nunca le dijo ni reprochó nada.


Foto: Edwin Hernández

“Mi esposa nunca me dijo nada, me seguía la corriente, yo llegaba con mi montón de palos y muchos decían que estaba loco, pero yo no estoy mal de la cabeza,  yo quería coleccionar cosas de la naturaleza, cosas que no ha hecho el hombre. Pero a mí esto se me da, de que voy caminando los veo y digo ‘este se parece a esto y esto se parece a esto’, hay de todo, de todo”, explica  el pescador.

Sus piezas favoritas son un pelícano y un tucán, por la similitud casi exacta con estos animales, pero la más valiosa es un caballito de mar.

Los deseos de Gaudencio  no terminaban con la recolección de estas imágenes de madera, soñaba con crear un museo, ampliar la construcción donde actualmente conserva sus piezas, en el que todos aquellos que visitaran El Azufre pudieran apreciarlas como él las aprecia.


Foto: Edwin Hernández

 Le dijeron que iban a llegar turistas, pero nunca fue así, todos se desvían metros antes de entrar a la comunidad para dirigirse a las Lagunas de Chacahua.

“Nomás dijeron que iba a ver turismo, que muchos lo iban a promocionar, pero nunca he visto nada, y bueno aquí está no pide nada, la cosa es que se  requiere mantenimiento,  un andamio para limpiar”, explica.

Hace dos años  Gaudencio dejó de buscar y recolectar este tipo de piezas, ya no hubo dinero para ampliar el espacio en donde las resguarda, la pesca para él bajó y, en parte, por su edad que le hace más difícil ir a pescar y el motor de su lancha continúa descompuesto: “Ya no puedo ir  mucho al mar, el traqueteo es muy fuerte, tengo 69 años”, dice.