En la fábrica familiar, entre la sala de costura y el cuarto donde hacen los telares con pedales de máquinas de madera, hay un camino de escaleras rodeado de flores al que se asciende por una ladera empinada.
En medio de la tierra roja que rodea el taller Artesanía Textil ArteFer, los hijos de Paula caminan y andan inquietos. Han aprendido desde niños a hacer los rebozos, a encontrar los significados del sol que llevan los telares incrustados en los hilos. Siguen el trabajo de sus padres. Paula cree que ella y su esposo le están dejando a sus hijos una herencia, no sólo un bien material, sino un espacio de tradición y cultura muy antigua.
Xapaa Miranda por momentos ocupa el lugar de su madre frente a la máquina de bordado Brother, crea magueyes y soles con puntadas integradas en camisas de algodón.
Rodrigo, de 14 años, mueve los gabanes de lana, alisa los rebozos, los guarda en bolsas de plástico delicadamente. También quita los rastros de polvo del cristal de la mesa, lo hace como si resguardara un santuario en el que acumulan las camisas y las telas creadas con la fuerza del encino.
Su pequeña fábrica familiar no es un negocio que le heredaran sus padres, como es el caso de otros que hay en la comunidad; surgió cuando aprendió muy joven el arte de hacer los tejidos y conoció a Paula, que era muy buena para descifrar los misterios de la costura.
Fernando diseñó las máquinas hiladoras de donde obtienen las fibras. Adaptó lo que vio en lugares lejanos, en libros sin nombre para hacer sus propios bastidores de hilado.
Madera. Tornillos. Ensambles. Ruedas hidráulicas. Fernando es el artista mecánico que cree que las hiladoras pueden ser máquinas del tiempo con lanzaderas de madera.
Junto a Paula tuvo que iniciar una y otra vez el negocio desde 2004, pues al principio sus textiles no se vendían. Tuvieron complicaciones porque no sacaban las piezas. Pero todo empezó a cambiar cuando a la Sierra Mixe llegó la tecnología. Las personas en Oaxaca y en otros lugares de México y el mundo vieron su trabajo.
Hoy tiene un negocio en la sierra oaxaqueña que le da empleo a seis mujeres bordadoras y cinco hombres que manejan los telares mecánicos e importa la ropa a países de Europa y Estados Unidos.
“Innovamos en el tejido, antes todo era de lana, los rebozos, los gabanes. El de nosotros es de algodón y teñido natural”, dice Paula. Sus palabras tienen gestos de orgullo. No es celosa con su método, ya que su taller de bordado sirve también de escuela para señoras y un joven a quienes les enseña a perfeccionar el teñido con técnica de reserva por amarres (jaspe/ikat). Paula quiere que lo que aprendan lo lleven a su casa y lo compartan con su familia.
“Sabemos hacer el tejido en telar de cintura, pero el tiempo de elaboración es muy largo, antes tardábamos mucho, por eso usamos el telar de pedal que nos permite sacar varias piezas”.
Paula dice que no le gusta cuando los compradores le regatean las piezas, porque piensa que no valoran el trabajo.
Después de tener el color el hilo se lava, se le echa el tinte, se seca, se vuelve a lavar. Es un proceso de días que crea olores a humedad y hierba fuerte en la casa de Paula. Después enrollan el hilo y lo ponen en los telares hasta sacar hilos de malla a través de la fuerza. Tejen. Amarran. Emparejan las puntas, hasta que las fibras están listas para ser bordadas.