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Así se observa en Juan Diegal, una de las comunidades que vive con mayor pobreza en este municipio y donde sus 28 familias perdieron prácticamente todo lo que el trabajo de años les ayudó a construir.

En esta localidad, enclavada en la parte alta de Pochutla, la fuerza del agua y el viento golpeó poco después de las 3:30 de la tarde del lunes, pero fue hasta las ocho de la noche cuando el miedo los hizo abandonar sus viviendas y buscar refugio en la cabecera municipal.
Aurora Alonso Bastida habla con voz firme. Explica que aunque todos lograron salir en medio de la lluvia torrencial, las viviendas y los animales que tenían los dan por perdidos.
“Aquí son como 28 familias, todas las casas fueron totalmente destruidas. Gracias a Dios las personas lograron salir, pero todo se perdió. Yo había puesto un comedorcito, para ir sacando para nuestros hijos, y ahora todo lo perdimos”, lamenta.
La mujer de 39 años narra que al principio ella y su familia decidieron permanecer en sus casas, pese a los anuncios de las autoridades para dejar la zona, por considerarse de alto riesgo; sin embargo, cuando la fuerza del agua fue incrementándose al tocar tierra y la resistencia de sus viviendas se fue menguando, decidieron dejar su patrimonio, salir y buscar refugio. Fue así que, en medio de la tormenta, entre el lodazal y la crecida de arroyos, unas 23 personas de Juan Diegal, incluidos 12 niños, recorrieron dos horas a pie hasta llegar al albergue.

En total, estas familias soportaron casi cinco horas de viento y y lluvia amontonados en una pared de la única vivienda de material y concreto de Juan Diegal, hasta que el miedo y el recuerdo de lo que vivieron con los huracanes Carlota y Paulina los hizo abandonar sus casas y buscar otro refugio.
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Como ellos, al menos 100 personas huyeron en medio de la tormenta para guarecerse en la cabecera municipal, principalmente en el albergue que las autoridades instalaron en la Casa de la Cultura.


Josefina Melchor Díaz, una de las primeras habitantes de esta comunidad y quien ha vivido en Juan Diegal por más de 50 años, cuenta que hasta el momento, tras pasar la noche en el albergue y volver a ver qué quedó de su vivienda, ninguna autoridad se ha acercado a ofrecer ayuda. Sobre todo, dice, necesitan láminas y alimentos, para dar de comer a los niños.
“No han llegado ni con maseca o un kilito de tortillas, uno que es pobre es bien agradecido. Ahorita conseguimos un kilito de frijol y es lo que ya tenemos en la lumbre para darle de comer a los niños”, señala.
Demetrio López, otro de los habitantes con más años en al comunidad es más severo. Reconoce que las autoridades pasaron a tiempo, pero ellos se confiaron, tratando de amarrar los techos y las láminas con alambras y mecates.
En lo que todos los habitantes coinciden es en el llamado de auxilio a las autoridades, pues la veintena de familias se encuentra sin techo, con la certeza de que seguirá lloviendo.
