Jeffrey, como lo llaman de cariño sus hermanas Alison y Yanderi, cursaba el tercer año de secundaria. Tiene 15 años, la edad necesaria para ser reclutado por las pandillas de su barrio en San Pedro Sula. Su madre dice que ese fue el motivo principal para abandonar su país hace cuatro meses y sumarse, hace 20 días, a la caravana de migrantes que recorre el territorio oaxaqueño.
Nidia se quiebra al recordar que a Jeffrey lo amenazaron de muerte si no participaba en la venta de drogas, como comúnmente usan las pandillas a los niños de los barrios pobres de esta población industrial de Honduras. Sus hijas se conmueven por la fragilidad de la madre y le limpian las lágrimas, tratan de calmarla; Jeffrey sólo se encoge apenado.
Por el momento, la educación es lo que menos le importa a esta familia, sólo salvar la vida del adolescente. Tampoco es que Jeffrey extrañe mucho las aulas del colegio, pero Nidia espera que logren una de las tarjetas humanitarias en México para poder trabajar y que por lo menos las niñas, de nueve y seis años, continúen la primaria.
Foto: Roselia Chaca
“Ya no podemos regresar a Honduras, allá no sólo lo matan a él, también matan a toda la familia. El miedo nos trajo hasta acá. Si Dios quiere por acá nos quedamos y trabajamos, así las niñas irán a la escuela. Mientras, la abandonaron, pero no pierdo la esperanzan que tengan un día educación y mejoren su vida”, comenta Nidia Villatoro mientras observa a sus hijas mover una de las carriolas que utilizan para jugar y transportarse.
Alison y Yanderi tampoco extrañan las aulas; cuando se les pregunta si quieren regresar, el no es unísono. Estas niñas caminan hasta 20 kilómetros las primeras cinco horas del día, luego duermen un par de horas para recuperarse del calor y el cansancio. Después juegan el resto del día con otra niña de origen haitiano; no se entienden con palabras, sino con juegos.
“Entre enero y abril de 2018, en México se habrían presentado ante las autoridades migratorias aproximadamente 2 mil 65 niñas, niños y adolescentes no acompañados provenientes de Honduras”, dice la CIDH.
“Las niñas, niños y adolescentes salen de Honduras principalmente por la situación de violencia y por las amenazas y el temor a los maras y al crimen organizado, así como a consecuencia de la pobreza, la desigualdad y la discriminación”.
Según la organización Casa Alianza, durante los últimos 20 años —entre febrero de 1998 y febrero de 2018— se registraron 12 mil 371 asesinatos en ese país, ejecuciones arbitrarias y muertes violentas de niños, niñas y menores de 23 años.
La CIDH se ha referido al fenómeno de las pandillas o maras, como una forma directa de violencia o de afectación de los derechos de la niñez y la juventud hondureña.
Darlyn y Alex Losa, de siete y nueve años, abandonaron hace siete meses sus estudios en una primaria de Tegucigalpa, Honduras, porque sus padres optaron por un mejor futuro para los niños fuera de su país. Darlyn es la que más extraña a su maestra y compañeros del colegio, pero el ajetreo diario de una caravana que recorre 20 kilómetros al día y los caminos de Oaxaca, la hacen olvidar los días de estudio.
Nelson, padre de Darlyn y Alex, es un albañil que con los últimos mil pesos que logró juntar en Tapachula, en trabajos de albañilería, compró una bicicleta usada. Este medio de transporte es su más preciado patrimonio. Sobre ella monta a su hija con una muñeca, las sábanas que los cubren, una bocina y un par de mochilas.
En el contingente, él es de los primeros en avanzar con la bicicleta; su esposa e hijo siguen detrás con el resto de la caravana caminando, aunque de vez en vez logran un aventón. El objetivo de Nelson es llegar a Miami, donde tiene familiares que los ayudarán a conseguir trabajo y quizás un nuevo colegio para sus hijos.
Foto: Roselia Chaca
“Para mí no es duro la caminata, pero sí para los niños, ellos ya se enfermaron de gripa y tos; dicen que fue Covid, pero no lo creemos. Además en la caravana nadie ha muerto de esa enfermedad.
“Aunque nos enfermemos tenemos que seguir, no podemos parar, no podemos regresar, no podemos entregarnos, allá. A Honduras no volveremos; allá no tenemos futuro. En México, quizás; en los Estados Unidos, seguro que sí”, comenta mientras se acomoda en la bicicleta y avanza sobre la carretera Panamericana.