De su abuela Roselia, ella nos cuenta que la relación era muy estrecha. “Vivía con nosotros, mis papás trabajaban todo el día. Se encargaba de cuidar y cocinar para mi hermano y para mí. Nos preparaba estofado,
amarillito,
mole verde, sopa de guías, tejate, cosas muy tradicionales que a mí me gustaba mucho comer”, recuerda la también dueña y cocinera en
El Tendajón.
Fue gracias a su abuela que Andrea comenzó a sensibilizarse con el oficio de cocinar, ella le daba tareas sencillas como hacer los
chochoyotes o limpiar los
ejotes, algo que ella disfrutaba mucho de niña. También una de sus tías a llamaba en temporada de vacaciones para que le ayudara con su negocio de
repostería espolvoreando el azúcar en las donas, “cosas fáciles para una niña de esas edad”, dice Andrea.