Este arte lo aprendió cuando era una niña, a la edad de siete años, jugando con el barro y la tierra. Haciendo pequeñas tortuguitas, mientras su madre, Anatolia Robles, creaba piezas ya icónicas en la cerámica oaxaqueña, como los conejos músicos.
Elsa aprendió de su madre el oficio de la cerámica y de su padre, José González, el ímpetu de buscar nuevos mercados para sus productos, pues acudía con él a las ferias artesanales, a las plazas y puntos de venta. Estos viajes le ayudaron a conocer el arte y los artesanos de otras comunidades, a desarrollar el suyo y a aprender siempre cosas nuevas.
Elsa recuerda con cariño cómo aprendió a hacer aretes.

Foto: Mario Arturo Martínez
“Me acuerdo de los aretes. Cuando empecé a salir a las ferias, nadie me quería decir cómo se hacían, les preguntaba a los artesanos de Atzompa, de San Bartolo, y nadie me quería decir, solita fui observando cómo se hacían. En las ferias me encontraba a los hippies y me acuerdo mucho cómo les dije: ‘¿Me enseñas?’ y me dijeron que sí. Me enseñaron a hacer los aretes, yo tenía los diseños de barro, pero no sabía cómo armarlos y ellos me enseñaron”, cuenta.
Además, el techo está hecho de tejas que compró a personas que habían cambiado sus techos y, por encima de las tejas, cruces de barro que simbolizan protección y que han quedado en desuso entre la arquitectura actual de la comunidad.
Así surgió La Casa del Barro, hecha en su totalidad con tierra de la misma comunidad: paredes, techos, remates y adornos hechos con el mism barro de distintas épocas.
Aunque la construcción se terminó en abril, Elsa decidió inaugurar el 9 de julio: “Escogí la fecha del cumpleaños de mi mamá, porque ella empezó a hacer las primeras figuras. Yo dije: ‘Cuando se hagan los aniversarios del taller, también se le recordará a ella’”.

Foto: Mario Arturo Martínez
Una tarde, Elsa y su padre platicaban sobre la comida para los invitados a la inauguración del taller. José sugirió dar plátanos como postre, fue al campo y cortó unas seis pencas. Elsa pensó en hacer charolas para los plátanos pero su padre le contó que antes era común en Tavehua colgar los plátanos y tomarlos cuando maduraban directamente de la penca.
“Yo pensaba, qué puedo hacer para que llame más la atención, y así es como decidí hacer changuitos, para decorar las pencas y de ahí en adelante he tenido mucha demanda”, cuenta.
Los changuitos de barro que Elsa crea han adquirido tanta popularidad que representan el mayor porcentaje en los pedidos que recibe su taller.
Cada escultura es hecha totalmente a mano, así que cada changuito es distinto: los hay sonrientes, en familias, tomando fotos, leyendo, trepando por las ramas. Recientemente se incorporó un diseño muy peculiar: changuitos con cubrebocas.

Foto: Mario Arturo Martínez
“Estaba trabajando haciendo una cara, no sabía si se iba a estar riendo o sacando la lengua y de pronto pensé: ‘Voy a hacer uno con cubrebocas’, y se vendió muy rápido, luego me pidieron más y más”, recuerda.
La popularidad de esta pieza con cubrebocas fue tanta, explica, que comenzó a hacerlos en distintos tamaños y con letreros que mencionan el uso obligatorio del cubrebocas y que, ahora, en esta nueva normalidad, son muy requeridos, sobre todo para las entradas de los negocios locales.
Al día de hoy, Elsa ha hecho más de mil de estas piezas nacidas en tiempos de pandemia.
El éxito de los changuitos con cubrebocas fue fortuito. Elsa incluso narra que al principio de la cuarentena los intermediarios y compradores dejaron de llegar, pero ella no perdió el ánimo y continuó produciendo obra. Poco a poco las piezas de barro se acumularon en el taller y el espacio estaba casi lleno. Nadie compraba. Hasta que un día llegó un cliente, luego otro y otro y casi se acabó toda la producción que tenía, recuerda Elsa.

Foto: Mario Arturo Martínez
Pensar en el fin de la pandemia y el fin del uso del cubrebocas es inevitable para la artesana. No sabe cuánto tiempo seguirá produciendo sus esculturas de changuitos con cubrebocas; sin embargo, cree que ese modelo será una huella en la historia, lo ve como un recuerdo de todo lo que pasó y lo que esta viviendo ahora.
Aunque los changuitos sean las piezas más populares en el taller no dejan de crear piezas utilitarias, pues personalmente Elsa ha decidido renovar su cocina y eliminar todos los trastes de plástico, peltre y aluminio, supliéndolos por barro. Muchos clientes miran su cocina y deciden imitarla.
Con ello ha dado nueva vida a cruces y chimeneas de barro, piezas que cada vez se usan menos, pero que Elsa sigue produciendo para que no se olviden ni se extingan, a la vez que innova, reinventa y preserva la tradición del barro naranja de Tavehua.