Foto: Archivo/ EL UNIVERSAL
Explica que al principio el proyecto se pensó para las infancias, aunque conforme fue tomando forma, se retomó para madres y padres migrantes. Los niños, dice, no aprenderán a valorar la lengua sin el apoyo de sus padres.
“Cuando llegas a comprender que tu lengua es parte de tu vida, de tu ser, que con ella naciste, entonces, sin importar dónde estés, sientes el vacío por no estar en tu pueblo natal”, señala.
Cuando Jeremías cumplió 10 años, sus padres, que habían migrado a los campos agrícolas de California, regresaron por él y sus hermanos, en 1993. “No ha sido fácil vivir en California y ser de Yucunani. Las primeras ocasiones que regresé a mi comunidad, decía que ya me quería regresar a casa, pensando en California, pero en realidad estaba en mi casa, en mi comunidad.
“Fue un cambio muy fuerte porque nos costó para aprender hablar el inglés. En casa hablábamos tu´un savi con mis papás, mientras que los programas en la televisión eran en español y en la escuela pues era puro inglés. Pude aprender mejor el español como dos años después de que llegué a California”.
Algo similar le sucedía en Yucunani, recuerda, porque los maestros sólo hablaban español y él no entendía nada.
Pasaron 28 años para que Jeremías regresara a su comunidad, ya que no tenía dinero y lo que ganaba en el trabajo lo invertía en sus estudios.
Cuando regresó, cuenta que tuvo un choque de identidad, pero que fue eso lo que le ayudó a reconectar con sus raíces.
Aún tiene presente lo mucho que le costó leer su primer libro en tu´un savi, sobre todo porque no estaba acostumbrado a leer en su lengua.
“Recuerdo que el libro trataba de un gato que le enseñaba a su hijo cómo atrapar un ratón. Lo leía una y otra vez hasta que logré entenderlo”.
“Somos nosotros los que debemos hacerlo. He abogado que seamos nosotros los que debemos valorar nuestras raíces, porque siempre hemos sido saqueados por otras personas que no pertenecen al pueblo”.
Jeremías Salazar anhela un espacio donde las familias puedan debatir, crear, convivir, integrar, aprender a través de charlas, jugar con sus hijos, para poder recuperar la sabiduría y la cosmovisión de los abuelos.
Esto, dice, porque en California todo gira en torno al trabajo. “Yo siento que mientras la raíz se preste, va ir floreciendo nuestra lengua”, concluye.