La comunidad decía entonces que era un hueso de dinosaurio. Alrededor del mastodonte se crearon mitos de cazadores sagrados que perseguían en la Mixteca alta a las bestias enormes, y hacían festines con su carne y el pelaje grueso. En las cañadas de Atotolinco y Cerro Negro la gente decía que habitaban polifemos antropófagos que tenían otros nombres; el linaje Ñuhu Ndoso, el dios de los animales y los montes, al que hay que pedirle permiso para sembrar la tierra, construir, o transformar la naturaleza para el uso de los hombres.
“Vinieron antropólogos y arqueólogos que fueron sacando los restos pocos a poco, también la gente de la comunidad participó en las excavaciones, los iban envolviendo en plástico. Unas piezas se desintegraban al contacto con el aire, fue un proceso algo tardado porque todo el animal estaba bajo toneladas de lodo, pero todos participamos”, relata Diego Lara.
Cuanta que cuando habían sacado el cuerpo completo, pedazo por pedazo, y pudieron ver al animal gigante reconstruido sobre la tierra, y por entonces el INAH quiso llevárselo. Les prometieron que se los regresarían, pero debían hacerle estudios y comenzar un proceso de conservación a base de adherentes y quitar los sedimentos para mejorar el cuerpo desarticulado. Un proceso que duraría seis meses.
“La verdad aquí desconfiamos de las autoridades, que no nos los fueran a regresar. Les dijimos que aquí les dieran el tratamiento y nos dijeron que no tenían los recursos para hacerlo y la comunidad decidió en asamblea que no se lo llevarán, que el mastodonte era nuestro y del cerro donde murió en las glaciaciones”, cuenta.
Mientras Diego Lara habla, llegan varias autoridades a la agencia del pueblo, traen cajas medianas con otros restos de animales más chicos, huesos de bestias de otros tamaños. Se mueven entre los escombros para alcanzar los restos del animal antiguo. Los huesos suman 32 fracciones de sedimento secándose. Junto al cuerpo pétreo hay otras bolsas con vasijas mixtecas extraídas de cuevas, cráneos, conchas, cerámica, una piedra roja grande con Dzahui, el dios de la lluvia cruzado de brazos.
A partir del descubrimiento del mastodonte, Santa María Tiltepec decidió organizarse como pueblo originario. Sin embargo, su reconocimiento ha sido lento por lo que ellos llaman el olvido a las comunidades indígenas que resisten a los embates del gobierno.
Los habitantes consideran que toda esta historia de resistencia ha impedido que se sepa la historia del mastodonte y que se haga posible la construcción de un Museo Comunitario que llevan solicitando a los gobiernos estatal y federal desde 14 años, a pesar de tener el proyecto completo y los trámites autorizados.
“Estamos en espera de una nueva resolución del INPI, ellos no construyen pero facilitan las cosas para que se realice. Solicitamos un museo porque tenemos muchas cosas que la gente debe conocer y se van perdiendo, tenemos todo el tiempo descubrimientos en nuestros parajes, elegimos en asamblea que en lugar de tener una bonita oficina administrativa aquí mismo se haga el museo”.
Las palabras de Diego Lara se cansan de pronto, pero no es la suya sola, es su voz junto a la de varios comuneros reunidos frente a un cráneo gigante. Son un grupo de personas en resistencia cuidando un cementerio de mastodontes ocultos entre sus cerros.