Oaxaca de Juárez.— Hija y nieta de panaderas y comerciantes, esposa desde los 16 años de edad y madre de cuatro hijos, Olga Cabrera siempre vio en la comida una fuente de ingresos para el sustento familiar.>>
Tuvo su niñez en donde los amaneceres se marcaban con el aroma del pan recién horneado y las tortillas puestas al comal. “Me gustaba mucho ayudar en la cocina, lo que fuera; atizar la lumbre, limpiar frijoles, alimentar a los marranos, cortar las hortalizas”, recuerda Olga.
En 1986 se casó con Miguel y emprendieron juntos un negocio de venta de electrodomésticos y utensilios. “A las dos de la tarde, después de las compras, ya fatigados nos íbamos a comer a un bufette. Yo me maravillaba con él y me decía a mí misma que algún día iba a tener algo parecido”, comparte la cocinera. >>
A la par, hacía panqués, gelatinas y flanes. La comida salada llegó al momento de vender en Huajuapan, alimentos que no había en el mercado. >>
“Vendía hasta 70 comidas diarias. Los comedores internos se sintieron amenazados y ya no me dejaron entrar a vender mi comida”, dice. Entonces fue a oficinas cercanas a su casa a ofrecer desayunos, ahí un cliente le dijo que también les diera de comer porque muchos de ellos venían de la ciudad de Oaxaca. Así, Olga abrió su casa para desayunos y comidas.>>
“Lo que ahora llaman la mesa del chef, eso yo lo hacía hace 30 años”, dice entre risas.
Aún así el dinero no alcanzaba. Decidieron irse a vivir a la ciudad de Oaxaca. Sin dinero, trabajo ni casa, empezaron viviendo en la bodega de su esposo; las comidas las hacía con una señora que vendía memelas. “Yo le ayudaba con tal de que me dejara usar su comal para hacerle el desayuno a mis hijos”. >>
A los tres meses rentaron un departamento que funcionaba como vivienda, bodega y oficina. Buscó la manera de regresar a la cocina instaurando un comedor de cuatro mesas como su madre, abuela y suegra le enseñaron. Así nació Tierra del Sol, un lugar en donde ella haría tetelas, huaxmole y otras delicias mixtecas. El único inconveniente fue que la gente capitalina no conocía esa comida.
Cambió entonces el nombre de las recetas y ofreció un menú a bajo costo. “Al huachimole lo llamé mole de olla espesado con ejotes molidos; el chileajo, como costilla en salsa y al chilate, caldo de pollo con chile”.
Pronto se convirtió en el comedor favorito de muchos; la gente hacía fila para entrar. Aún así, sentía que le faltaba algo: la cocina mixteca.
Su sazón e insistencia en la cocina mixteca la llevaron a abrir, junto al Jardín Botánico, un restaurante con terraza, donde ahora sí, se atrevió a nombrar a las recetas como se debe: mole de laurel, sopa de guayas, almendradas y huachimole.>>