Tuxtepec.— Jaime Manuel Yáñez López podría ser todas las voces contenidas en la materia oscura, por ejemplo, el sonido que hace la luz cuando toca con sus manos de negro las cuerdas del arpa, esa caja armónica que unida a su cuerpo podría definirlo, excepto que también es grabador, dibujante, escultor, pintor, decimista, sonero, poeta gráfico y versador.
Jaime, creyente del horóscopo y del destino marcado por la cartografía del cielo, un Tauro con ascendente en Géminis y Luna en Sagitario, buscaba el arte y la belleza. Su hermano Ricardo, poeta reconocido a nivel nacional, doce años mayor, fue su primera inspiración.
Pedro Reyes, un viejo laudero que vivía a orillas del arroyo Moctezuma fue su primer maestro en el arte jarocho. Aprendió en su taller a elaborar arpas y jaranas, el destino que Jaime Yáñez consideraba manifiesto: “Ese tal Jaime Manuel, por dentro es un cascabel, traía la música pariente”, diría en una de sus décimas.
Elías Meléndez, el rostro en madera del premio en sus manos, era su amigo en épocas donde pocas personas o gobiernos valoraban la tradición del son como algo que une a los pueblos del río Papaloapan.
“Cada vez que me encontraba a don Elías me decía, pase Jimmy que aquí espantan”. Entre ellos hubo siempre un juego de palabras y el canto del juglar que se extendió hasta el lecho de muerte de don Elías.
Jaime conoció a Elías Meléndez en el taller de tarimas en la década de los ochenta, en casa de Pedro Reyes. Don Elías iba en busca de jaranas viejitas. Cuando no encontraba instrumentos le preguntaba “¿dónde está el arco?”, como le decía él al arpa que Jimmy tocaba.
Eran tiempos de agua y calor donde Jaime aprendió la profundidad de la versada con Chico Hernández, un brujo cuñado de Pedro Reyes, que cuando no curaba los males de espíritus agarraba el requinto hasta muy crecida la noche.
Es un artista plástico que siempre ha estado esperando el futuro. Zoyla, su actual esposa, es un cable a tierra que lo ha salvado de todas las muertes, y lo levanta de los pozos a los que desciende. Jaime tiene una vida sencilla: “Si no fuera músico sería matemático”, dice.
Hace 10 años terminó su preparatoria por correspondencia. Ahora, con 63, estudia en línea diseño gráfico. Da clases de pintura a niños de Amapa, un pueblo de negros negados en la frontera de Oaxaca y Veracruz, es el maestro de la décima ilustrada que hace cartas astrales.
Quizá por eso sea un curandero, un hacedor de conjuros al río, un astrólogo disperso, un explorador de universos geométricos. Un hombre capaz de restaurarse a sí mismo una y otra vez, un cocodrilo que le pone alma al jarabe loco que compuso Lucifer.
Jaime Yáñez lleva 46 años siendo jarocho. Es como el balajú de las Antillas, siempre queriendo tocar la superficie. Nació en Guadalajara, pero con él suceden cosas que nada más pasan en Tuxtepec, las personas ligadas al río quizá entiendan. A los nahuales como Jaime, se les permite nacer en donde quieran.