Muy cerca de la Zona Arqueológica de Monte Albán, en lo que muchos describen como la última curva del camino viejo, se levanta un paraje tan misterioso como fascinante: La Mona, una escultura de bronce que ha resistido el paso del tiempo desde 1932.
Su autor, el fundidor Antonio Carreño, dejó grabado su nombre en una pequeña placa que, más que resolver enigmas, parece haber sembrado nuevos. De él no existen registros y el motivo de la obra continúa siendo un secreto.
Lo cierto es que, entre los pobladores de los Valles Centrales de Oaxaca, La Mona ha trascendido como algo más que una pieza artística. Con el paso de los años se ha convertido en un punto de referencia para el misticismo, los rituales y las leyendas que envuelven a esta región profundamente espiritual.

La escultura que guarda un secreto
La figura representa a una mujer con rasgos prehispánicos que sostiene en brazos lo que parece ser un dios zapoteca. Sobre ella se alzan rostros con expresiones de horror, algunos incluso con gestos de silencio. Estas imágenes, impresas en el metal, han alimentado múltiples interpretaciones: desde quienes aseguran que representa a La Malinche, hasta quienes la relacionan con una figura maternal o religiosa.
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Pero más allá de su valor artístico, lo que ha convertido a este sitio en un lugar de culto es la leyenda de un tesoro oculto. Se dice que cada 31 de diciembre, justo antes de la medianoche, una puerta secreta se abre bajo la escultura. Quien logre entrar podrá tomar oro y riquezas, pero para hacerlo tendrá sólo un minuto. Pasado ese tiempo, la puerta se cerrará, atrapando al ambicioso en el interior hasta el siguiente año. Según las historias locales, algunos han intentado probar suerte y jamás han vuelto.

Ritual, magia y voces en la oscuridad
A lo largo de las décadas, La Mona ha sido escenario de rituales esotéricos y prácticas asociadas a la magia negra. Vecinos y visitantes aseguran haber visto luces que se mueven entre los árboles, escuchado voces sin origen y observado figuras humanas que se desvanecen entre los matorrales al caer la noche.
El lugar, cubierto por la maleza y el abandono, muestra rastros de esta actividad: veladoras derretidas, prendas, plumas, restos quemados y lo que parecen ser sigilos o grafitis. Todo parece indicar que el sitio sigue siendo frecuentado por quienes buscan realizar ceremonias o invocaciones.
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Estas evidencias han reforzado la creencia de que el paraje es un punto de reunión de brujas y practicantes de hechicería. Durante las noches sin luna, cuentan los habitantes, se observan bolas de fuego flotando sobre el cerro: supuestas manifestaciones de las brujas que visitan La Mona.

Entre Monte Albán y el mito eterno
A pesar de su deterioro, el monumento conserva un magnetismo innegable. Cada visitante que se detiene frente a la figura siente el peso del silencio, como si el cerro mismo guardara las historias de quienes se atrevieron a desafiar su misterio.
El Paraje La Mona sigue siendo un espacio donde convergen la curiosidad, la fe y el temor. Para algunos, es un simple vestigio histórico; para otros, un portal entre el mundo visible y el espiritual. Lo cierto es que su leyenda forma parte esencial del imaginario oaxaqueño, recordando que en esta tierra la magia nunca ha dejado de existir.
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