“Cuando terminamos de quitarles las conchitas, los regresamos a la laguna, porque los peces se alimentan. Nosotras ganamos unos centavos, pero también le regresamos al agua lo que es suyo, para no interrumpir con el ciclo de vida marina”, cuenta Hermila Hernández Rodríguez.
Hermila Hernández lleva apenas cuatro años realizando el trabajo, para alimentarse y ganar algo de dinero. Fue después de que falleció su esposo, que era pescador, que decidió dedicarse a recolectar tichindas.
“Aprendí porque mi nuera junto con su mamá y mi hijo se dedican a esto, un día me llevaron y aprendí. Ya, aunque sea un poquito, voy sacando para vender y alimentarme; cuando me va bien, saco 10 kilos y ya con eso, aunque sea poco”, indica.
Marbella Zamora Hernández, quien recolecta tichindas desde pequeña, narra que su abuela ya lo hacía, aunque en esa época las conchas no tenían costo. Ahora, con su venta sostiene a sus tres hijos.
Catalina Gallardo Hernández, por ejemplo, tiene un pequeño restaurante a orilla de la laguna y entre sus platillos ofrece la tichinda, pues considera que han comenzado a ser populares. “Hasta los extranjeros ahora ya piden los guisos de tichindas y los tamales que pasan a vender, antes sólo la gente de la zona las consumía”.
Pero no es un trabajo fácil. Para recolectar suficientes, a veces recorren una hora en lancha. “Llegando al lugar, nos estamos hasta siete horas para juntar bastante y nos convenga”.

“A veces hay cocodrilos, nos ha tocado varias ocasiones verlos, esperamos a que se vayan y bajamos de las lanchas, para recoger las conchitas”, dice Marbella Zamora, para quien es algo normal encontrarlos en los manglares, pues es su hábitat.
“Se dejan ver cuando sube la marea, pero no hacen nada. Ya nos acostumbramos, ellos allá y nosotros acá, nada más suena la lancha y se retiran. No son bravos, porque hay muchos peces”, dicen estas mujeres afro.