Juchitán.— Cuando los días eran de tristeza para la pequeña Natalia, Olga su madre, la curaba bañándola con flores de la madrugada. Si su alma amanecía nostálgica, extrañando a su padre Francisco, Olga imploraba a Na Marce, la curandera, acomodar el espíritu de su Cielo Min.

Si su cuerpo era una calamidad, Olga la llevaba con el mago Hilarión para crearle un pequeño corazón de trapo con un ojo de venado, que la protegiera del mal de ojo.

Para la poeta zapoteca Natalia Toledo, Olga, su madre, siempre fue la protectora de su alma y su cuerpo, así que compartir todo lo que le enseñó a través de los versos del poema que lleva su nombre, es una forma de homenajearla, de recordarla, de mantener vivos esos recuerdos que su mente pueden olvidar.

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Aunque el poema Olga forma parte del libro El Dorso del Cangrejo que editó la firma Almadía y antes fue ilustrado en una serie de grabados del artista Francisco Monterrosa, la nueva propuesta de libro ilustrado por Ana Fernanda del Rey es una sorpresa que le da la vida, asegura la escritora en entrevista con EL UNIVERSAL.

¿Qué significa este libro en este momento? —Es una sorpresa que me da la vida, es un poema que está en El Dorso del Cangrejo; un día Fernanda del Rey leyó el poema, le gustó y lo ilustró. Almadía le gustó y lo editó. Olga tiene que ver con cosas que mi madre me enseñó: rituales de niña, las cosas que hacia conmigo, la comida que me daba, que hacia sobre el metate. ¿De qué te sanaba Olga, de qué te protegía? —Un verso dice: ‘Mi nariz de metate guarda los aromas del arroz y la canela’, y es como si molieran las cosas en mi nariz. La forma en que me bañaba cuando estaba enferma de xilase/ tristeza; siempre estuve enferma de tristeza, siempre extrañé a mi papá, siempre extrañé algo, hasta el día de hoy, quizás por eso la búsqueda en mi poesía.

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Mientras descansa en la casa que vio nacer a todas las mujeres de su linaje. Natalia cuenta que Olga no es el primer poema que le escribe a su madre, otro muy leído y compartido por sus lectores es La casa de Olga, que se refiere precisamente a esta casa que actualmente habita en Juchitán, y que asegura parió a todas las mujeres de su familia. En ese texto, Natalia Toledo describe el corredor que albergó por muchos años el taller de bordado de su madre, donde ella aprendió a ser multifacética como todas las mujeres de Juchitán, que lo mismo son comerciantes que poetas.

¿Qué vinculo hay entre tu madre y esta casa? —Olga, sus enseñanzas, sus rituales están presentes en mi poesía. Cuando me acuesto en la hamaca veo el techo, el mismo que vio nacer a las mujeres de mi familia, así que esta casa está presente en mi obra, por eso me siento tan bien estando acá, siento que regreso al vientre de mi madre. En esta casa me enseñaron a multiplicarme, a ser curiosa, a no quedarme con la idea de mí misma, siempre fue bonito ver a las mujeres de esta casa, ver a mi madre teñir los hilos. La ganadora del Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Indígenas 2004, recuerda a Olga bañándola, vistiéndola, peinándola, haciéndola reír.

Le peinaba los cabellos chinos, uno por uno, agarraba un molinillo y los enrollaba hasta lograr caireles, lo que le causa risa imaginando a las pelucas francesas. Pero Natalia considera que un poema, o varios, no son suficientes para homenajear a su madre la narradora, así que tiene proyectado un libro sobre los cuentos de su invención. Y reconoce que atravesó dos años por un largo túnel después de la muerte de su padre, el artista Francisco Toledo. Durante ese tiempo regresó a Oaxaca para recorrer sus pasos, tejió huipiles y diseñó joyas, dibujó, retomó lecturas, pero nunca dejó de escribir, así que promete próximos títulos donde volverá a recordar a las mujeres de su casa y de las nubes.

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