Si usted ha llorado, se ha emocionado o simplemente ha sentido un cosquilleo en el corazón al escuchar “Dios nunca muere”, sepa que no está solo. Esa joya del repertorio mexicano nació del alma atormentada, pero creativa de Macedonio Alcalá Prieto, mejor conocido como “Tío Macedas”, el violinista bohemio que convirtió la adversidad en arte y la melancolía en vals.
Nacido en 1831, Macedonio respiró música desde la cuna. Su padre era voz en el coro de la Catedral de Oaxaca y maestro de sus hijos, quienes acabaron formando una dinastía musical que tocaría desde en iglesias hasta en bailes de etiqueta.
Pero fue el Tío Macedas, quien destacó por su virtuosismo y su capacidad para improvisar como si el mismísimo Mozart lo hubiera parido en la Mixteca.
Una vida marcada por los contrastes
La vida del maestro Alcalá no fue precisamente un vals de salón. Vivió entre epidemias, guerras, temblores y pobreza. Pero también fue testigo del florecimiento cultural de Oaxaca, con la creación de bandas de viento, el auge de los bailes populares, y la efervescencia de un pueblo que encontraba en la música una forma de resistir.
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Estudió en el Conservatorio Nacional de Música, fundó seis orquestas que recorrieron el país y compuso más de 50 obras, aunque muchas se perdieron por su costumbre de improvisar sin escribir una nota en papel. Aun así, se convirtió en una leyenda viva. O mejor dicho, en una leyenda que vivía de milagro y, a veces, de la caridad de sus colegas.

Cuando el arte se compone entre lágrimas y lápiz
La anécdota más popular sobre la creación de Dios nunca muere nos conduce a un Macedonio debilitado, enfermo, derrotado. Había vuelto a Oaxaca después de una estancia en Yanhuitlán. Al borde de la muerte, recibió la visita de su amigo Cosme Velásquez y del flautista José Maqueo. Ellos, discretos, le dejaron cuarenta pesos bajo la almohada. Al descubrir el regalo, Macedonio exclamó conmovido: “Dios nunca muere para los pobres”.
Ni tardo ni perezoso, pidió papel pautado y lápiz. Inspirado por esa mezcla de gratitud y dolor, escribió el vals que ha hecho suspirar a generaciones. Poco después, falleció, el 24 de agosto de 1869, a los 38 años. Dicen que su obra fue interpretada por primera vez mientras su cuerpo descendía al sepulcro.
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Claro, como toda buena historia mexicana, Dios nunca muere no está exenta de sus polémicas, intrigas familiares y algunas versiones que harían sonrojar a una telenovela.

El vals que nació tres veces: Las polémicas sobre su origen ¿Composición celestial o encargo pagado?
Una versión —muy difundida— sostiene que una delegación del pueblo de Tlacolula fue a buscar al maestro Macedonio para encargarle una pieza en honor a la Virgen de la Asunción.
Le pagaron doce pesos y él, aún enfermo, aceptó conmovido. Tras componer el vals, los tlacolulenses lo ayudaron a recuperarse y regresó a Oaxaca con la obra bajo el brazo.
La Hacienda de la Concepción reclama autoría
Otra versión, con aroma de caña y polvo de hacienda, asegura que “Dios nunca muere” fue escrito en la Hacienda de La Concepción, donde Macedonio trabajaba como maestro de música. Enfermo de paludismo, recibió a un compadre que, al despedirse, dejó unas monedas escondidas. Al encontrarlas, el maestro exclamó: “¡Dios nunca muere para los pobres!” Y de nuevo, lápiz en mano, nació el vals.
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Lo cierto es que la comunidad de Concepción del Progreso no suelta su versión y hasta hoy mantiene viva la tradición musical como tributo a aquel momento.
¿Plagio fraterno o malentendido editorial?
Como si las versiones anteriores no fueran suficientes, hay un giro dramático que involucra al hermano del compositor. Bernabé Alcalá habría publicado el vals bajo su propio nombre en 1876, incluso firmando un contrato con una editorial capitalina. En las partituras se leía: “Dios nunca muere. Vals popular para piano por B. Alcalá”.
Los miembros de la Asociación Filarmónica “Santa Cecilia”, donde Macedonio era bien querido, protestaron con firmeza. No permitieron que borraran su memoria ni su música. Y por fortuna, el pueblo —que sí tiene memoria— reivindicó al verdadero autor.
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Donato Ortega: El autor fantasma
Como si esto fuera una película de Pedro Infante; quien, por cierto, grabó una versión cantada del vals con letra de Vicente Garrido en 1955, en enero de 1956 el periódico El Universal lanzó una bomba: “Dios nunca muere” no fue escrito por Macedonio Alcalá, sino por un modesto músico llamado Donato Ortega Urrutia.
La respuesta del pueblo oaxaqueño fue inmediata. “¡Están locos!”, se decía. Y así quedó el asunto: en la carpeta de los grandes disparates históricos.

Un legado que no muere
A Macedonio Alcalá no lo enterró la historia. Lo inmortalizó. Su obra sigue viva en los bailes de pueblo, en los conciertos de gala, en los funerales y en las fiestas patronales. Su vals se convirtió en himno no oficial del estado de Oaxaca y su nombre adorna, desde 1930, al teatro más importante de la entidad.
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El vals que tocó el alma de un pueblo fue el último suspiro musical de un hombre que vivió con intensidad, entre melodías, temblores y trompetas desafinadas de la historia.