La muerte pasó de largo en Etla, tras embestida en comparsa
Un auto embistió a participantes de la muerteada y dejó cinco heridos. La policía evitó intento de linchamiento al conductor y copiloto, quienes están ahora detenidos
Este 2 de noviembre la muerte se hizo presente en estas calles. Bailó entre los cascabeles de los disfrazados, bebió y brindó con la gente, y de pronto, todo se volvió terror, gritos e incertidumbre.
Era poco más de la una de la mañana. La famosa comparsa anual de la localidad transcurría con una cantidad de asistentes que desbordaba la calle aledaña al Palacio Municipal: una pendiente llena de parejas, familias, niños y extranjeros moviéndose al ritmo de banda.
Foto: Janet Mérida
Cuando los músicos terminaron de tocar en la plaza, bajaron las escaleras angostas que la unen con la calle, se acomodaron al frente de todos y allí, con los instrumentos otra vez en posición, retomaron la música y el baile.
Minutos después la muerteada retomaría el camino para seguir con esa fiesta de vivos y muertos, pero de pronto, desde lo más alto, a espaldas de la gente, comenzaron gritos y estruendos por momentos indescifrables; algunos pensaron que eran balazos, otros —extranjeros— asociaron aquello con un ataque terrorista y algunos más pensaron que era una trifulca.
La verdadera causa apareció de inmediato: un auto Versa color azul, placas TKY 54 14, originario del municipio de Xoxo, venía a toda velocidad zigzagueando y embistiendo todo a su paso.
Muchos caían como bolos a los costados del auto y los que no, se abalanzaban tratando de romper los cristales para detener al conductor. “¡Párenlos!”, gritaban todos, pero el hombre en el volante estaba aferrado a él con determinación, con la mirada hacia el frente, decidido a no frenar; algunos dicen que hasta sonreía.
Fue una zanja la que lo detuvo. En ese momento, el terror creció al pensar que podía haber gente debajo del auto. Los disfrazados ocuparon los objetos que traían consigo para golpear el vehículo, incluso sus propias manos.
Foto: Janet Mérida
Los gritos ya no pedían que los detuvieran, sino que los lincharan. Otros abogaban por la calma, pero todos, todos los que estaban en medio de la calle se fueron sobre el auto llenos de coraje.
Después de varios intentos y golpes, la gente logró sacar al conductos Diego “N” y al copiloto; dos jóvenes con “cara de niños” de entre 20 y 22 años. Entre el tumulto, los otros tripulantes desaparecieron.
Si no hubiera sido por las autoridades y organizadores de la muerteada, los hubieran linchado allí mismo, y aunque no se salvaron de ser tundidos por la muchedumbre, los dos jóvenes fueron llevados a la celda municipal, a unos metros de allí.
A su paso llenaron las paredes con sangre.
Inmediatamente la gente volvió su atención al auto ya casi destruído y lo levantaron para ver si en efecto había gente debajo. Las preguntas en ese momento eran el número de heridos, tal vez muertos. Nadie podía entender cómo este vehículo llegó hasta aquí, si las calles estaban cerradas por órdenes de las autoridades.
No pasó mucho tiempo para que se escucharan las ambulancias, las autoridades del pueblo buscaron a los heridos y los valoraron para saber si necesitaban ser trasladados al hospital. La gente seguía en la calle y en la plaza sin poder creer lo ocurrido. Muchos de los aventados por el auto se quejaban de dolores en las piernas, en la cadera o en la espalda.
Alrededor de una hora después, los detenidos fueron trasladados al Ministerio Público del Distrito de Etla. Para ese momento la música y la muerteada ya se habían retomado, varios disfrazados agitaban de nuevo sus cascabeles por las calles, pero muchos asistentes se quedaron parados en las calles o decidieron regresar a casa. Las calles se llenaron de pesadumbre.
Foto: Fernando Miranda
El coche de los agresores estuvo junto al Palacio Municipal hasta el amanecer. Por la mañana, el edil Isaac Cruz esclareció las cifras de los afectados y confirmó la detención.
El saldo fue milagroso: sólo cinco heridos, entre ellos Antonio Gómez, originario de Etla, que se encuentra internado en el Hospital Civil Aurelio Valdivieso.
Aunque la muerte bailó en estas calles, esta vez decidió pasar de largo.