Sara, la hija mayor de 10 años de edad, prueba su primer bocado del día pasando las 13:00 horas, mientras que su madre, Victoria de 37 años de edad, la observa con tristeza desde el viejo sofá que le sirve de cama.
Desde el sillón, Victoria pasa días sufriendo de mareos, dolores de cabeza, nausea, frío, depresión. Sin fuerza para caminar, está en los huesos.
Victoria llora de desesperación, quiere ser la mujer de antes, gozar de salud y procurar a sus hijos, quienes desde hace dos años se vieron obligados a dejar la escuela, primero por falta de recursos y después porque Sara es la responsable de su cuidado.
Del padre de sus hijos, Victoria habla poco, por miedo. Sólo refiere que el hombre se lleva al hijo de ocho años para que lo acompañe en su jornada como mecánico eléctrico, del que obtienen ingresos que solo satisface el vicio de su alcoholismo.
De Victoria, Sara y el menor de ocho años, está al pendiente la abuela paterna, la señora Ernestina Benítez, quien le lleva alimento cada día, pero por falta de recursos no puede absorber los gastos totales de la familia y por miedo a su hijo no se atreve a llevárselos a su casa para que tengan una mejor vida.
Doña Ernestina ya buscó apoyo de la Fiscalía General del Estado, pero no han dado respuesta; también del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia en Tuxtepec, pero hacen caso omiso. La abuela se siente desesperada.
Victoria solo pide ayuda para vivir, superar el estado crítico en que la ha dejado la diabetes que padece dese hace ocho años, pero por la rutina del hogar nunca atendió con seriedad.