Juchitán de Zaragoza.— La estrecha calle Salud, de un fraccionamiento de interés social en Juchitán, está habitada por médicos y enfermeras que laboran en distintos hospitales y centros de salud de la región del Istmo de Tehuantepec. En una de estas viviendas, por una puerta lateral que conduce a un pequeño patio, Genys entra todos los días, desde hace más de un mes, luego de terminar su jornada laboral en el Hospital General “Macedonio Benítez Fuentes”.
Desde que comenzó la contingencia sanitaria, Genys —como la llaman de cariño—, realiza un ritual al llegar a su casa como medida preventiva antes de convivir con su familia, aunque en el hospital haya seguido antes un protocolo de limpieza.
María Eugenia es una de las enfermeras con más antigüedad que laboran en ese nosocomio, así que no es la primera vez que se enfrenta a una contingencia sanitaria de alto contagio o riesgo, aunque para ella el miedo sigue siendo el mismo, “ese nunca cambia”.
Foto: Cortesía
Mucho antes de que esta enfermedad causada por un nuevo tipo de coronavirus tocara tierras istmeñas, Genys era una de las 120 trabajadoras del hospital “Macedonio Benítez” que se manifestaron fuera del Palacio Nacional, en la Ciudad de México, el pasado 3 de marzo, para exigir al gobierno dotarlos de insumos.
Con lo que se obtuvo a partir de esta exigencia el personal médico logró dar una atención de calidad a los tres pacientes por coronavirus, aunque lamentablemente uno no logró superar la enfermedad por la obesidad y diabetes que padecía.
“El miedo, ese nunca desaparece”, asegura Genys. Es el mismo miedo el que las acompaña cuando comienzan a vestirse para entrar a la zona contaminada, hasta atender a los pacientes, pero valoran que ellas son las únicas que pueden salvarlos, así que recuerdan que van a la guerra muy bien protegidas.
“No voy a negar que tuve miedo, ese siempre lo tendré cuando me enfrento a una enfermedad contagiosa o peligrosa; pero no es la primera vez que estoy frente a un enemigo invisible. Luego del miedo nos entra una especie de emoción o adrenalina por lo que vamos hacer, salvar una vida, al final eso es lo que gana”, cuenta la enfermera mientras se refresca en la entrada de su casa.
“Además del calor insoportable, lo más difícil para mí fue maniobrar con los guantes, yo que uso lentes tenía que usar una lupa para ver bien. Son cuatro horas que no llegamos a sentir porque se pierde la noción, hasta que una compañera nos llega a suplir. Durante 24 horas éramos 12 enfermeras todos los días”, detalla Genys, quien también se desempeña como maestra en Enfermería.
Después de cumplir las cuatro horas atendiendo a los pacientes, al personal de enfermería le toma otros 20 minutos en desinfectarse. Paso a paso y con mucha precaución se desprenden de cada una de las prendas que portan, mismas que son desechadas a una bolsa de residuos infecciosos. Luego de hacerse gárgaras con bicarbonato y tomar un suero, salen del hospital por una puerta especial sin tener contacto con nadie, ni con nada.
Al llegar a casa, casa día Genys entra por la puerta lateral, se quita todo y se baña, luego cruza el patio y vuelve a reiniciar su vida normal, con la tranquilidad en su pensamiento de haber cumplido con su deber: salvar vidas.