Juchitecos, la agonía de vivir en un pueblo que ruge
Han pasado dos meses, y más de nueve mil réplicas del terremoto de 8.2 grados, pero aún nadie se acostumbra
Cuando el rugido cavernoso se escucha debajo de la tierra, los primeros en reaccionar son los perros. Lloran un segundo, el mismo tiempo que le toma a ese ruido profundo apagarse.
Lo han escuchado tantas veces que ahora los zapotecas saben que ese estruendo es el anuncio de otro temblor. Dependiendo de lo fuerte que se escuche ese “rumor”, como lo llaman las ancianas, será la intensidad de la sacudida.
Han pasado dos meses, y más de nueve mil réplicas del terremoto de 8.2 grados, pero aún nadie se acostumbra. Aunque aquí y allá se agradece que desde hace un mes los temblores no rebasan los 4 grados, cada que el rugido vuelve, la gente va a los patios y a las calles. Es un aprendizaje continuo el vivir con el miedo constante, y también a sobrevivir por él.
Pero no todos logran adaptarse a vivir con el miedo en el cuerpo. Guadalupe Vera, quien tiene su clínica en la Octava Sección de Juchitán, una de las zonas más afectadas, explica que tras el terremoto los diabéticos e hipertensos fueron los que más se descompensaron por el estrés de la situación, sobre todo durante el primer mes donde se registraron más de ocho mil réplicas.
“Después de los fracturados, golpeados y heridos se presentaron los alterados y descompensados por el estrés de las réplicas que no cesaban. A ellos sólo me queda decirles que se tranquilicen, que aprendan a vivir con los sismos, que busquen lugares seguros para vivir, sólo eso queda, aprender a vivir sin alterarse”, explica la médico general.
Ignacia Luis es una de las juchitecas que no se acostumbra al ruido y al miedo. El ¡Perdón Dios! es lo primero que dice cada que escucha el “rumor” debajo de la tierra. Después sale corriendo de donde está, ignorando las recomendaciones de Protección Civil. Esta mujer de 75 años no termina de resignarse a los casi 50 temblores diarios que el Servicio Sismológico Nacional reporta en su monitoreo oficial.
Cuando se le pregunta cómo suena el temblor, Ignacia busca todos los sonidos posibles para describirlo. Desde lo profundo de su garganta inventa una forma para expresar cómo se oye el rugido que antecede al miedo. “Ggggrrrrr. Ghhhhr Mmmmhhggg. Suena feo. Es como un rumor. Uno no duerme a gusto cuando durante todo el día tiembla, es triste vivir así, sin casa y temblando”, exclama.
Ignacia pregunta cuándo va terminar de temblar. Dice que sufre de la presión, se altera y llora todo el tiempo, “pero qué voy hacer, no tengo dónde ir”, explica.
Otros sí pudieron escapar al “rugido”. Berta Jiménez Santiago, de 79 años, se quedó sin casa y luego de vivir un par de semanas en un refugio, sus hijos la mandaron a vivir a Mérida, Yucatán, mientras la tierra deja de moverse.
“Mi mamá ya está anciana, apenas y camina, el terremoto alteró mucho sus nervios, ella tiene que tomar medicamentos de por vida, así que estaba en riesgo su vida; por eso la sacamos de Juchitán a un lugar seguro como Mérida”, detalla Leticia Jiménez, hija de Berta.
Pero aprender a vivir con los temblores no es fácil para todos. Al promotor cultural suizo Heinz Schaub, por ejemplo, que radica en Juchitán desde hace siete años, le ha costado acostumbrarse al “crujido” de la tierra.
“Nunca en mi vida había escuchado un temblor. En suiza no tenemos temblores como estos, es una tierra que no asusta. Pero ese día, la tierra sonó, crujió, algo así como un Grrrrrrrrrrrrgggg, mientras parecía que la tierra se abría. En vez de correr me paralicé. Es la peor experiencia en mi vida”, explicó Schaub.
En un mes, el suizo no pudo dormir, pues su sueño se alteró por las constantes sacudidas. Ahora sólo bromea: si no ruge la tierra no vale la pena correr.
La tierra sigue moviéndose. De repente ruge y las ancianas vuelven a pedir perdón a Dios.