Cuando la migración obligada a EU deja huella en infancias abandonadas de Quialana, Oaxaca

Niñas y niños de San Bartolomé Quialana, Valles Centrales de Oaxaca, esperan a sus padres y madres que migraron a Estados Unidos; especialista en terapia infantil explica las afectaciones

Cuando la migración obligada a EU deja huella en infancias abandonadas de Quialana, Oaxaca. Fotos: Antonio Mundaca
Municipios 08/02/2023 09:32 Antonio Mundaca Actualizada 09:34

Quialana.— La fiesta del cumpleaños de Ximena se celebra en una casa de dos pisos, limpia, con ventanales grandes, pero con la  mayoría de construcción en obra negra. Sobre las paredes amarillas a medio repellar hay lajas de barro, roca roja de montaña financiada con los dólares que llegan desde Estados Unidos.

Ximena tiene 10 años, ocho de los cuales sin ver a su padre. Repite una y otra vez los recuerdos sobre él, mientras mueve las manos como si estuviera atrapada entre sueños: “jugábamos, íbamos a la tienda a comprar, me llevaba al parque a los juegos, me cargaba mucho”. 

Ximena estudia el cuarto año de primaria en San Bartolomé Quialana, Valles Centrales de Oaxaca, y piensa que su papá se fue a Estados Unidos para construirle un castillo: una casa grande con balcones blancos, donde no les faltará comida, flores, ni dinero. 

“Hablo mucho con él, le digo que lo extraño y, a veces, dice que se debe ir a comer o a trabajar; entonces yo le digo que lo quiero mucho”, cuenta acerca de las videollamadas que hace con su papá dos veces al día; no obstante, hay temporadas completas en las que no sabe nada de él.

El papá de Ximena fue jardinero toda su vida, iba y venía a dar sus servicios en Tlacolula de Matamoros, pero después de casarse y por falta de oportunidades, cruzó el paso del norte. 

La niña tenía dos años y su hermanito Antonio, que se llama igual que su padre, tenía meses de nacido. El papá de Ximena vive con sus cuñados en Los Ángeles, California.

“No debí decirle que quería un castillo, si no se lo hubiera dicho tal vez todavía estaría conmigo y mi hermanito”.  Mientras habla, da vueltas con sus pies pequeños en el espacio. Se culpa y llora despacio. 

Los papás de sus mejores amigas, Sidney y Deisy, también trabajan en Estados Unidos, pero Silvia, dice, es la que más se siente triste, pues desde hace mucho no sabe nada de él.

Según el portal Data México de la Secretaría de Economía federal, la comunidad de Quialana recibió 256 mil dólares en remesas durante 2022, cinco veces más que en 2021, cuando sólo obtuvo 21 mil dólares.

Mientras que Oaxaca fue la octava entidad del país que captó mayores remesas durante 2022, de acuerdo con la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación federal (Segob).

Sentimiento de abandono

“La mayor afectación para los niños de padres migrantes es la huella del abandono que se puede transformar en culpa, ese miedo a que los papás o las mamás no estén ocasiona inseguridad y se transforma en niños que socializan poco, tienen problemas de aprendizaje y lo mas alarmante es que pueden ser propensos a ser víctimas de abusos”, sostiene Milagros de la Luz González, directora del Centro Psicológico Renacer.

“El peor error que comete un padre es la promesa de regresar; el niño empieza a crecer y ante ese pacto incumplido por años, hace que los niños transformen sus emociones en una especie de castigo contra esa figura paterna”,  explica la especialista en terapia infantil.  

En las primeras etapas, lo que se manifiesta es depresión y episodios de tristeza; si los niños no logran canalizarlo, se convierte en un problema físico y emocional crónico: “los niños no están preparados para una pérdida así, enfrentarlo es enseñarles a nombrar sus emociones, que puedan canalizarlo en terapias ocupacionales, reconocer lo que sienten, decirle a los papás que están molestos”.

Desde hace más de un año, Ximena dejó el sueño de ser doctora. Dice que ahora quiere ser “como las que hacen vestidos”. No sabe lo que es una diseñadora de modas, pero dibuja muñequitas de papel y les hace la ropita que llevan abajo. 

—¿Dibujas?

—Sí, me gusta dibujar mucho.  Cuando habla de eso su rostro se ilumina. Deja la tristeza y saca de sus cosas colores y telas de filigrana. Un cesto con modelos a escala de muñecas, de las que sabe de memoria la medida de sus cuerpos de cartón. 

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La mamá de Ximena es ama de casa. Administra los dólares que su esposo manda de Estados Unidos para que cuando vuelva haya lugar para todos. Apresura a los ayudantes del maestro albañil para que los detalles de la casa no decaigan con el paso del tiempo. 

Ximena dice que ella quisiera irse a Estados Unidos con su papá y ganar mucho dinero, piensa que si lo hace cuidará mejor a su papá o su mamá si enferman y podría comprarle a su hermanito un avioncito. 

—Una vez, mi papá vio mis dibujos y me dijo: ¿nena, como lo hiciste? A él le gustaron mucho, pero no quiero decirle todavía que ya no quiero ser doctora. Ahora lo más importante es que podamos terminar el castillo.

Un músico que no irá al condado de Orange, California

Martín no ve a su papá desde que tenía cinco años.  Ahora es un adolescente de 14 que le rehúye a las palabras, por eso ha preferido la música. Ese momento silencioso antes de tocar instrumentos de viento en el que nadie le pregunta nada. 

“Yo le digo a mi papá todos los días que ya quiero que se regrese de Estados Unidos”, comparte.

El papá de Martín migró hace nueve años al condado de Orange. Dejó en San Bartolomé Quialana a su esposa y dos hijas, una de tres años y otra de meses de nacida, además de Martín, el mayor, que no quiere irse a Estados Unidos, ni trabajar en un restaurante estadounidense.

Tampoco, dice, quiere ser campesino como han sido todos en su familia, desde sus abuelos. Por ello le ha dicho a su papá que él quiere ser músico y quedarse en Oaxaca. 

Hablar con Martín es difícil. Su mamá tiene que estar a su lado, tomando su mano, mientras cuenta su historia. Son una familia que vive en el centro del pueblo, en una casa con paredes de adobe y láminas metálicas. 

También, cuentan con un patio grande en donde viven tres perros y dos cuartos sin divisiones, donde además de Martín, su mamá y sus hermanas, también vive una pareja. 

El tío de Martin también estuvo en Estados Unidos, pero volvió a Quialana porque tuvo un accidente por el que le amputaron una pierna; de acuerdo con la Segob federal, Oaxaca fue la tercera entidad con más repatriaciones desde Estados Unidos durante 2022.

“Mi esposo se fue por necesidad, no porque él hubiera querido irse. Me preguntan mis hijos que cuándo va a regresar su papá, pero es muy difícil, queremos que él regrese pronto, sabemos que muchos paisanos se mueren en el camino”, dice la madre del joven, quien hace un profundo silencio.

En el hogar de Martín, de la misma forma que en muchas casas de San Bartolomé Quialana, a sus habitantes les es difícil entender la ausencia.

Disney, un lejano sueño americano

Ariadna vive la encrucijada más fuerte a sus cortos nueve años:  Es posible que en los próximos meses deba irse a Estados Unidos con su tío Rafa, porque en San Bartolomé Quialana el sueldo que gana su mamá como bibliotecaria, sin el apoyo familiar, no alcanzaría para comprarle ni siquiera los útiles escolares. 

“Sí quisiera irme, para conocer a mis primos, pero me da tristeza. Si me voy a Estados Unidos con mi mamá ya no podré ver a mi papá”, confiesa y hace silencio, como cuando sabes que algo se rompe.

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Ariadna tiene familia en Anaheim, California. Desde hace 20 años sus tíos migraron y se asentaron en la costa este de Los Ángeles, empleándose principalmente de albañiles. De pequeña vivió la separación de sus padres, pero los tiene a ambos cerca. A su papá sólo lo ve los fines de semana en Tlacolula, porque para verlo diario tendría que pagar taxis que son muy caros.

Su tío Rafael se ha convertido en un segundo padre para Ariadna. Lo ve por videollamada cuando habla con su abuela. “Mi tío Rafa le manda dinero a mi mamá para que me compre muchas cosas, mis libretas, mis vestidos, es muy bueno conmigo y quiere llevarse a mi mamá para que tengamos dinero para comprarnos todas las cosas que queramos”, cuenta.

Ariadna tiene el sueño de ir a Disneylandia. Ha visto en las fotos de sus primos mexicoamericanos los parques extensos y los muñecos gigantes. Sabe que en este lugar hay castillos con cúpulas azules y todo es brilloso y elegante. Sabe que cerca de Anaheim se encuentra el parque de diversiones más famoso del mundo. A sus nueve años, Disneylandia simboliza para Ariadna el sueño americano, pero repite que el lado malo es que en todas esas luces no estaría su papá con ella. 

“Sé que tenemos que irnos, aquí mi mamá trabaja mucho y no gana dinero, si nos vamos, podremos ir al parque a jugar y estar normales, aquí mi mamá cocina, lavatrastes, todo el tiempo se apura mucho y siempre está cansada”. 

Ariadna es inquieta, mientras cuenta los momentos que se le vienen encima, interrumpe la plática para hablar con otros niños, presume su vestido de flores, dice que se aburre en la escuela, que todo el tiempo sueña que sus pies corren.

Varios de los tíos de Ariadna han regresado de Estados Unidos a ver a su familia, pero a ella no le gusta que cuando vuelven parecen otras personas: “Mi tío Julio volvió, pero ya no lo conocía, se veía mas grande, ya no era como cuando jugábamos con él, cuando yo era chiquita”.

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